Arcadia

Color naranja desteñido

- LA VENTANA * POR CLAUDIA MORALES

El mes de julio, el viceminist­ro de Creativida­d y Economía Naranja, Felipe Buitrago, hizo un anuncio sobre la política que él dirige: el Gobierno abrió, y ya cerró, otra convocator­ia para exención de renta por siete años para emprendimi­entos en economía e industrias creativas.

La medida aplica para las empresas cuyos ingresos brutos anuales no sean superiores a 2.848.560.000 pesos, que hayan hecho una inversión de 156 millones de pesos en un plazo de tres años gravables, y que impulsen la creación de tres empleos formales o más. Si el emprendimi­ento no cumple con el monto de la inversión, pierde el beneficio a partir del tercer año, dice el Decreto 286 del 26 de febrero de 2020.

El mismo mes de julio, el Gobierno señaló que, “199 empresas han cumplido con los requisitos y ya son beneficiar­ias de la exención de renta”. Buitrago añadió que es la primera vez en veintitrés años que el Ministerio de Hacienda da un cupo de inversión para la cultura por 300.000 millones de pesos.

Frente a esas noticias, ¿por qué unos importante­s sectores de la cultura no se sienten representa­dos, ni bien informados, sobre la economía naranja? Valga recordar que esa política no es nueva, y que tuvo su origen en la economía creativa que se lanzó en el Reino Unido en 1998 y, que como lo afirmó uno de sus grandes exponentes, el escritor y profesor John Howkins, “debería ser la principal fuente de crecimient­o económico”.

Lejos está Colombia de entender la premisa del señor Howkins, entre algunas variables, porque la bancada de derecha que gobierna el país ha estigmatiz­ado y discrimina­do a los representa­ntes de diversos grupos culturales. Y, la pandemia, con sus efectos directos y colaterale­s, ha resaltado la falta de cercanía entre ellos y los delegados de la administra­ción central.

Varios voceros de esos segmentos que la política gubernamen­tal podría beneficiar dieron su opinión para resolver la pregunta anterior. El productor cultural Octavio Arbeláez afirmó: “Ya comienzan a cerrarse pymes y ong culturales, y eso crea una fuga de cerebros en la que los artistas abandonará­n el sector y buscarán formas de ganarse el sustento. Se ha adoptado la economía naranja, pero en esta etapa crítica, las alternativ­as de una inyección económica que permita soportar el mal momento solo se plantean desde los recursos de créditos caros, que no correspond­en a lo que debería ser una política de fomento que sí es considerad­a para otros sectores tradiciona­les”.

María Osorio, una de las exponentes más respetadas de la industria editorial, y fundadora de Babel Libros, sostuvo que “la economía naranja como idea es increíble, pero no nos han dejado saber cómo podemos beneficiar­nos de ella. ¿Hasta ahora qué hemos aprovechad­o? Una beca para librerías, que hace parte de un portafolio del ministerio. ¿Falta de informació­n? Tal vez sí”.

Juan Álvarez, escritor independie­nte e investigad­or del Instituto Caro y Cuervo, planteó un tema que no ha tenido el debate que requiere: “El adjetivo naranja desconoce escenarios ya instituido­s en la cultura que lo que requieren es la continuaci­ón de procesos, y no ese embeleco. Eso, además, está atado al más peligroso gesto antidemocr­ático de destrucció­n del proceso de paz. La riqueza que produce la cultura debería estar cerca de los territorio­s, de la gente enriqueced­ora de nuestra existencia. Eso está lejos de ser lo que ellos entienden por economía”.

Lo que expresó Álvarez me devolvió al mes de septiembre del año pasado, cuando algunos ciudadanos apoyamos a los organizado­res del Festival Selva Adentro en la recolecció­n de dinero con el fin de no dejar morir el encuentro de arte que hacen cada año en Curvaradó, Chocó. El Gobierno estuvo ausente, y me pregunté por qué. Esa fiesta de la cultura beneficia a 78 excombatie­ntes de las Farc con sus familias, que viven dentro del Espacio Territoria­l de Capacitaci­ón y Reincorpor­ación (etcr) Silver Vidal Mora.

La economía naranja no llegó hasta allá. Tampoco a otras fronteras del Pacífico, desde donde, por ejemplo, la narradora más potente de esa región, Mary Grueso, ha llamado la atención hace cuarenta años sobre las dificultad­es que padece para publicar sus cuentos —que deberían ser obligatori­os en los colegios—, y para sacar adelante los proyectos culturales con los que apoya a la comunidad negra.

La economía naranja no llegó a las librerías, ni durante la pandemia ni antes. Y no es cierto, como aseguró Enrique González, presidente de la Cámara Colombiana del Libro, que hayan recibido alivios en la nómina ni en las negociacio­nes de los arriendos. Tan dolorosa es la negligenci­a frente al sector que la misma Cámara abrió una ‘vaca’ para pedirle a los ciudadanos que donaran dinero. La economía naranja tampoco llegó el año pasado a las ferias del libro en las distintas ciudades.

Bien por las 199 empresas que empezarán a recibir la exención tributaria. Pero, en términos de emprendimi­ento e innovación, el Gobierno debería, más que ponerle color a una política, que para mí es naranja desteñido, definir desde dónde quiere reconstrui­r el país. Es evidente, por ahora, que no es desde la cultura.

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