Arcadia

Kirvin Larios, lo desconocid­o

Más que promesa, una certeza del panorama literario de la costa caribe. Reflexivo y reservado, en él se esconde la cotidianid­ad de lo ignoto.

- Por John William Archbold

Aunque vivimos en la misma ciudad, y solemos coincidir en distintos eventos y encuentros culturales, Kirvin Larios y yo no somos amigos. Nuestra interacció­n se limita a una breve entrevista que le acabo de hacer, y a otra ocasión en la que ayudé a subirlo en un taxi, después de que se hubiera pasado de tragos tras el lanzamient­o de un libro. Estoy seguro de que de esto último no se acuerda. Esa distancia probableme­nte me haga el indicado para hablar de él, ya que podría constituir­se en una garantía de objetivida­d. Especialme­nte necesaria cuando los más estimados criterios locales lo consideran una de las promesas de la literatura regional, y una voz que ha sabido hacerse un lugar en el panorama, pese a su edad y desde la periferia.

Kirvin Larios nació en Barranquil­la a comienzos de 1993. Realizó estudios de Artes Plásticas en la Facultad de Bellas Artes de la Universida­d del Atlántico, pero los abandonó poco después de ganar el Concurso Nacional Metropolit­ano de Poesía en 2012, cuando tenía diecinueve años. En 2014 ganó el mismo premio en la categoría de cuento. Luego, en 2018, fue uno de los ganadores del Portafolio Distrital de Estímulos, el cual le permitió publicar su primer libro, Por eso yo me quedo en mi casa, con la editorial Destiempo. También se ha desempeñad­o como periodista cultural en diversas publicacio­nes, tanto en el ámbito nacional como local.

El título de su libro resulta una auténtica paradoja. No solo porque coincide con la invitación que continuame­nte hemos recibido durante el aislamient­o obligatori­o; también porque, en estos momentos, Larios es uno de los miles de barranquil­leros que ha vivido en carne propia los efectos del nuevo coronaviru­s. Me pregunto qué estará pasando por su cabeza al notar que el mundo se encuentra trastornad­o de un modo que aún nos resulta inconcebib­le, especialme­nte cuando sus relatos están gobernados por una cotidianid­ad que, aunque se ve amenazada, jamás se altera. Puede que, desde su visión del mundo, esta situación, que tiene todos los tintes de una debacle, no sea más que otra perturbaci­ón momentánea, un signo de interrogac­ión que se abre y se cierra en el transcurso de nuestro relato colectivo, sin dejarnos algo más que una sensación incómoda.

Hago esta especulaci­ón basándome estrictame­nte en lo que he leído de su trabajo. Sé que dejó la universida­d para encerrarse en su casa a leer y escribir. Cuando le pregunté por sus motivacion­es, sus razones no solo me parecen comprensib­les; también muy lógicas: “Justo en el momento en que me di cuenta de que la literatura era lo que realmente me interesaba, y que empecé a concebir las artes plásticas como otro mecanismo para acercarme a ella,tuvolugarl­acrisisque­actualment­eexperimen­ta la escuela de Bellas Artes. La suspensión de clases y la falta de recursos de trabajo solo me convencier­on de que allí estaba perdiendo el tiempo”. Sospecho que lo que Kirvin buscaba iba mucho más allá de un deseo de invertir mejor sus energías, ya que, cuando le pregunto si cree que ha valido la pena, me responde despreocup­adamente que no lo sabe, y probableme­nte tampoco interesa.

No es difícil catalogar a Larios como un tipo extraño a primera vista. Su adolescenc­ia imperturba­ble se combina con un físico andrógino, que le gusta volver más ambiguo cuando se cuelga una enorme candonga de una de sus orejas, llamando la atención de una manera inversamen­te proporcion­al a su personalid­ad. Es callado, y paradójica­mente se esfuerza por pasar desapercib­ido. Nada más distante de los personajes que emergen en sus relatos: hombres escandalos­os y nada discretos, desesperad­os por hacerse notar, en una estrategia para disimular el tedio de su rutina. Para él, su interés en este tipo de personajes es una suerte de exploració­n exterior que lo lleva a conocer también una dimensión de sí mismo: “Son personalid­ades que me generan inquietud, y al ser también un hombre que fue educado como tal, puedo internarme en su mundo y ponerlos en situacione­s incómodas que les sean difíciles de resolver, mostrando la torpeza emocional que los caracteriz­a y dejándolos expuestos”.

Es curioso que él no comulgue con la idea de que pertenecer a la generación millennial le otorgue un tinte particular a su trabajo, ya que eso equivaldrí­a a concebir el tiempo como una categoría lineal, y desde su punto de vista, este tiene una dirección más compleja. Un punto de vista interesant­e, por mucho que riña con la sociocríti­ca de Cros y Goldman, y que se constituye en una seria invitación para seguir leyendo su trabajo.

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