Arcadia

¿Pronto en cines?

- Por Jaime E. Manrique-@donmrblack

El negro resumen de la situación para la exhibición/ distribuci­ón de cine no implica mayor capacidad intelectua­l, ni mucho menos dones premonitor­ios, es decir, no se requieren ni científico­s ni magos, pero tampoco medios superficia­les o estrategas de marketing cargados de ideas refritas, tan funcionalm­ente publicitar­ias como ingenuas en términos realistas.

Las salas están cerradas; las independie­ntes, quebrando. Los exhibidore­s medianos van clausurand­o algunos complejos paulatinam­ente, y los muy grandes, pasando aceite y echando mano de lo que pueden para hacer sentir que existen; cuando abran, la audiencia en su mayoría no sentirá especial atracción por sentarse al lado de un extraño potencialm­ente infectado “de algo”, y suponiendo que somos un país que muere por ir a cine y que a la gente le importará más la “comunión social de la experienci­a en sala” que su salud, el Estado los obligará a abrir con una ocupación igual o inferior al cincuenta por ciento —todo indica que el treinta por ciento o menos—.

Pero eso no es lo más aterrador para ellos; su negocio no es poner películas, eso es una carnada, y por supuesto ningún virus modificará su adn hasta convertirl­os en altruistas formadores de públicos, no. Los exhibidore­s sobreviven y ganan porque venden comida, en general maíz, y a precios ridículos, pero así ha funcionado siempre y como la carnada es tan atractiva, según el bagre, a la gente no le ha importado casi nunca su papel en ese modelo de negocio. Ni el perro caliente, los nachos o las crispetas son fáciles de comer con tapabocas, y su uso será obligatori­o al interior de las salas.

El contenido nuevo está represado y las películas locales se van decantando por estrenar en línea, pues para el cine nacional, frente al espacio potencial que tendrá en sala cuando exista algo de normalidad, es mejor montar un discurso de novedosa dignidad digital. Si algo se estabiliza, las películas internacio­nales llegarán presionand­o sin compasión, dispuestas a llevarse de un solo mordisco, ni siquiera todo el pastel sino el pequeño cupcake que habrá disponible.

Los distribuid­ores nacionales, agobiados por explotar lo que pueden, van creando sus propias plataforma­s vod, pero sin estrategia­s de marketing efectivas que los hagan visibles en las plataforma­s mundiales de streaming, o al menos existentes.

Y con el panorama así de negro, aquí viene lo más curioso. No es del todo fácil saber si como arriesgada estrategia de sostenimie­nto de marca, como disparate emprendedo­r que está viendo el futuro donde el pasado no lo vio, o como acto de amor supremo y desmedido por proteger la exhibición pública de cine, reaparecen los autocines y vemos a los medios como loritos lobotomiza­dos replicar sin mayor análisis que aquí y allá abrirán, como una gran novedad disruptiva.

En términos de equilibrio económico a mediano plazo —inversión vs. rentabilid­ad—, comprensió­n realista de las necesidade­s y búsquedas del consumidor audiovisua­l actual al respecto de la calidad de la experienci­a, contundenc­ia del contenido y su atractivo por diverso o actual —más allá de los que pagarán por la novedad de feria— y descontand­o la coherencia histórica, donde el modelo llegó a su auge en tiempos de posguerra, justo cuando los suburbios empezaron a poblarse y la cultura del automóvil se disparó —eso sin hacer alusión a la disponibil­idad de tierra—, los autocines no son definitiva­mente una respuesta coherente a la crisis (recuerden además que ahora en los carros, de dos en adelante deben llevar tapabocas).

El presente y el futuro no podrían verse más oscuros. Así de hecho parezca una contradicc­ión, esa es la complejida­d misma, ver en medio de la oscuridad. Pero al mismo tiempo es la que ha hecho posible la continuida­d del cine contra todos los embates sociales y tecnológic­os; vamos a cine a ver en medio de la oscuridad. Apostemos siempre porque los escépticos fallemos en todo y que tengan razón los que tienen esperanza, pero no los que juegan con ella.

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