Bocas

ALEJANDRO FALLA

EL RETIRO DE UNA LEYENDA

- POR ALFONSO BUITRAGO FOTOS JUAN FERNANDO OSPINA

EL CALEÑO ALEJANDRO FALLA, UNO DE LOS MÁS GRANDES TENISTAS EN LA HISTORIA

DEL DEPORTE BLANCO EN EL PAÍS, COLGÓ SU RAQUETA A PRINCIPIOS DE ESTE AÑO. EL 16 DE JULIO DE 2012 ALCANZÓ SU RANKING MÁS ALTO A NIVEL INDIVIDUAL CUANDO SE CONVIRTIÓ EN EL NÚMERO 48 DE LA ATP. A LO LARGO DE SU CARRERA DE 18 AÑOS, VENCIÓ A GRANDES JUGADORES COMO LLEYTON HEWITT, NIKOLÁI DAVYDENKO, JUAN MARTÍN DEL POTRO, TOMMY HAAS, JOHN ISNER Y GAEL MONFILS, ENTRE OTROS. INCLUSO, UNA VEZ TUVO CONTRA LAS CUERDAS A ROGER FEDERER. ESTA ES LA HISTORIA DEL “PAPÁ” DE LA MÁS EXITOSA GENERACIÓN DE TENISTAS EN COLOMBIA.

Si la mala suerte se hubiera dado cuenta, la generación más exitosa de la historia del tenis colombiano pudo haber desapareci­do en un trágico accidente.

La mayoría de los integrante­s del equipo Colsanitas, entre ellos Alejandro Falla, Santiago Giraldo, Robert Farah y Sebastián Cabal, vivían en una casa en San José de Bavaria, al norte de la capital, y desde allí iban a entrenar al Bogotá Tenis Club. En una ocasión salieron en el carro de Falla –que iba al timón– Giraldo, Carlos Salamanca, Farah y Cabal.

Falla, que era el mayor del grupo –tenía 23 años–, se puso a apostar carreras con otro jovencito que los retó, y en un cruce, poco antes de llegar al club, a 120 kilómetros por hora, se subió a un desnivel y el auto dio un largo salto. Al caer, salió en trompo, atravesó los cuatro carriles de la autopista Norte y se estrelló contra un barranco. Aquel Mazda Allegro quedó en pérdida total. Sin embargo, los dioses del olimpo tenístico dejaron a todas las figuras y promesas del tenis nacional sin un solo rasguño.

Si algo aprendió Alejandro Falla, en sus dieciocho años como tenista profesiona­l, fue a superar adversidad­es y aprender de la derrota. Cuando habla en retrospect­iva de su carrera, sentado en la amplia sala de su apartament­o en Medellín –en sudadera, con camiseta y una vista privilegia­da de la ciudad que se ve al fondo del valle–, la palabra “increíble” pelotea de aquí para allá en sus respuestas.

Aparece cuando intenta describir sus momentos cruciales, como aquella semifinal de un torneo ATP en Lyon que perdió contra Tsonga: “Me metió una bola increíble, todavía me acuerdo”, dice; o cuando estuvo a punto de ganarle a Federer en la cancha central de Wimbledon: “Fue una experienci­a increíble, a pesar de haber perdido”.

Lo repite y suena a un elogio personal de la dificultad.

Como explicó elocuentem­ente David Foster Wallace en El tenis como una experienci­a religiosa, la televisión nos engaña: la cancha se ve más corta y no “sentimos” la velocidad de la bola. Los saques de los tenistas de élite alcanzan entre 200 y 220 kilómetros por hora: “Si pueden acercarse ustedes lo bastante a una pista profesiona­l –dice Wallace– oirán un sonido que emite la pelota en su vuelo, una especie de susurro líquido, causado por la combinació­n de velocidad y efecto”.

Falla lo dice de manera simple: “Cuando uno enfrenta a jugadores como Federer, Isner o Karlovic, grandes sacadores, es como recibir un penalti en fútbol: la bola va tan rápido que a veces hay que jugársela y leer al rival según el lado en que saca. En eso fui bueno”.

Este caleño de 35 años mide 1,81 metros de estatura –cuando empezó a jugar su talla se considerab­a buena, pero hoy los jugadores sobrepasan los 1,90 con facilidad–, tiene la piel morena, quemada por el sol, y el cuerpo macizo forjado en muchas horas de dar y recibir pelotazos. Su mirada es seria, pero amable; la de alguien que espera antes de darse a conocer. Su esposa, Carolina Zuluaga, ya me ha dicho que es cuadricula­do, reservado y tranquilo, y yo espero que en este juego de lanzar preguntas –de eso se trata una entrevista– me devuelva sus mejores respuestas: soy consciente de que el mismo Roger Federer dijo de Falla que tenía una de las mejores devolucion­es del mundo; alguien que derrotó a cuatro top 10 del ranking ATP y se enfrentó ocho veces a uno de los más grandes de la historia del deporte, segurament­e sabe cómo devolver.

Hijo de Jorge Falla, también exjugador y entrenador de tenis, desde muy pequeño le arrebataba las medallas a su padre para ponérselas él mismo. Creció con ganas de ser campeón. Cuando vivieron en Pereira, Alejandro empacaba una maleta y se montaba en una silla, como si fuera en un avión, de viaje, hacia algún torneo; o se ponía las muñequeras de su padre y jugaba contra rivales imaginario­s. A los doce años ya viajaba por Colombia para jugar torneos nacionales y estaba siempre en los dos primeros lugares del ranking. Su madre, Elsa Ramírez, le ayudaba a desatrasar­se de las tareas del colegio. Ella temía que el tenis lo alejara de los estudios y se aseguró de que por lo menos fuera bachiller.

Sin embargo, Alejandro tuvo que buscar su sueño de ser tenista profesiona­l sin la compañía de sus padres, que decidieron irse a vivir a Estados Unidos cuando él tenía 14 años. Su rutina era jugar tenis e ir al colegio. No le pareció que quedarse solo en Colombia fuera tan difícil: quizás desde ese momento adoptó una actitud de desapego frente a la adversidad, cierta inmunidad, sabía que de cualquier forma seguiría jugando.

Sin advertirlo se estaba preparando para liderar una de las generacion­es más exitosas de nuestro tenis, que reemplazar­ía y superaría la que en los años noventa del siglo pasado se destacó con jugadores como Mauricio Hadad y Miguel Tobón. En el equipo Colsanitas, en Bogotá, Falla encontró dónde ejercer como hermano mayor, por edad y por los increíbles resultados que empezó a cosechar. Antes de cumplir dieciocho años era el mejor de Suramérica y uno de los tres mejores del mundo en la categoría juvenil.

A partir de 2001, ya como profesiona­l, se lanzaría en la carrera por meterse entre los cien mejores del mundo, en la que alcanzó el puesto 48. En uno de los picos del camino puso contra las cuerdas a Roger Federer en la primera ronda de Wimbledon de 2010. El templo del tenis enmudeció ante la posibilida­d de ver a su Zeus eliminado en primera ronda. Luego, en 2011, alcanzó a los octavos de final de Roland Garros, probableme­nte el punto más alto al que ha llegado un tenista colombiano de manera individual.

Sin embargo, con cada momento de gloria, también sufrió dolorosos reveses. Fue así desde el principio: justo cuando era tercero del mundo en la categoría juvenil, en un entrenamie­nto se rompió los meniscos de la rodilla derecha. Tuvo que parar seis meses y sintió la ausencia de su familia. Con la ayuda de médicos, entrenador­es y psicólogos aprendió a regresar fortalecid­o. Fiel a su estilo y talento, cuando se sentía derrotado, increíblem­ente encontraba la manera de volver a ponerse en posición, listo para una nueva devolución.

En enero de este año, entre lágrimas, anunció su retiro y se dio un año sabático para estar con su familia. Es padre de Jerónimo, de tres años, y de Matías, que viene en camino. Juega golf dos o tres veces por semana y va al gimnasio regularmen­te. No descarta en el futuro convertirs­e en entrenador. Es posible que en sus manos tengamos a nuestro primer ganador de un torneo de Grand Slam. No tiene falla, nadie sabe como él lo que se necesita para ganarles a los mejores.

Desde muy pequeño usted jugaba con raquetas y se ponía las camisetas de su padre, ¿él quería que usted fuera tenista?

Sí, pero nunca me forzó. Yo fui llevando el tenis hacia donde quería por interés propio. Verlo competir y ganar medallas y trofeos sí me motivó muchísimo.

En sus primeros años como jugador infantil, ¿cuál era su sueño?

Mis ídolos eran Pete Sampras y Boris Becker. Me tocó verlos por televisión en esas finales, con esa rivalidad tan grande. Mi sueño era estar en un estadio así, lleno de gente. Después el sueño fue ganar Wimbledon, que es el sueño de cualquier tenista. Me hubiera gustado haberlo conseguido.

¿Por qué no se fue con sus padres a Estados Unidos?

Porque entré al equipo Colsanitas, que tenía mucho prestigio y experienci­a en el manejo de jugadores juveniles. Tenía apoyo y patrocinio económico, y yo necesitaba viajar a muchos torneos internacio­nales. Ya me iba bien, por eso decidí quedarme y fue una buena decisión.

¿Adónde se fue a vivir usted?

A los catorce años ingresé al equipo y quedé en manos de Felipe Berón en Cali. Me fui a vivir a la casa de un amigo, Fernando Guevara, que también era parte del equipo, y viví con él hasta los diecisiete años, cuando me fui a vivir a Bogotá a la casa Colsanitas.

Sus grados de bachiller tuvieron que ser por ventanilla, pues estaba jugando en Wimbledon. ¿Cómo fue esa historia de que su entrenador tuvo que buscar un fax por las calles de Londres para enviar su discurso de grado?

Estaba jugando un campeonato juvenil. El colegio me había pedido que mandara unas palabras porque estaba teniendo muy buenos resultados y ellos me habían ayudado. Pero no sé qué pasó, nos enredamos y no llegó el discurso a tiempo; luego me enojé con Felipe Berón, pero todo se quedó en una anécdota.

A los diecisiete años se convirtió en jugador profesiona­l. ¿Cómo se ganó su primer punto ATP?

“MIS ÍDOLOS ERAN PETE SAMPRAS Y BORIS BECKER. ME TOCÓ VERLOS POR TELEVISIÓN EN ESAS FINALES, CON ESA RIVALIDAD TAN GRANDE. MI SUEÑO ERA ESTAR EN UN ESTADIO ASÍ, LLENO DE GENTE”.

Alejandro Falla enfrentó a Roger Federer en la final del torneo de Halle, en Alemania, en 2014.

El primer punto lo cogí en un torneo Futuro en Bogotá organizado por Colsanitas. En primera ronda le gané a Giovanni Lapentti.

Y ahí ya no había marcha atrás, ¿cómo fue el salto a la carrera profesiona­l?

Fue un momento de mucha alegría. Entrar al ranking ATP era un sueño cumplido y sabía que tenía nivel para lograr muchos puntos más.

También fue el momento en que recibió su primer premio en efectivo.

Sí, en ese torneo creo que perdí en segunda ronda y el premio eran ciento y pico de dólares.

En esa casa Colsanitas de Bogotá llegaron a vivir jugadores como Santiago Giraldo, Alejandro González, Robert Farah y Sebastián Cabal. Usted fue una especie de hermano mayor para ellos, ¿cómo fue ejercer el liderazgo de una generación con tantos sueños?

Yo era el que les daba los permisos para salir un fin de semana, mis papás me habían dejado un carro y los sacaba en él. Era el único que tenía computador y era el que usaban para el internet, por eso el papel de hermano mayor. Ellos también me veían como un ídolo cuando me empezó a ir bien.

En tiempos de Protagonis­tas de novela la llamaban “la casa estudio”. ¿Había amenazados por talento y por convivenci­a?

La convivenci­a no era fácil. Al ser el mayor los menores no entendían por qué yo tenía algunos privilegio­s, como contar con cuarto propio con una cama king size. Ellos segurament­e se imaginaban que las condicione­s iban a ser iguales, porque en el equipo el presupuest­o y el acompañami­ento eran los mismos para todos.

Aumentaban la fama y los premios. ¿Qué hizo con la plata que empezó a recibir?

Hasta los diecisiete años no ganaba dinero. En la casa Colsanitas teníamos todo y mis papás me mandaban para los gastos extras. Cuando empecé a ganar mi propio dinero pude ir a restaurant­es a los que antes no podía, salía con los amigos y los podía invitar. El sueño de tener mi propio apartament­o lo alcancé a los veinte años. Eso me demostraba que estaba haciendo las cosas bien y que estaba cumpliendo los sueños que me propuse desde niño. El dinero era importante, pero lo que más me motivaba a seguir era conseguir resultados como tenista.

No tener a su familia cerca y empezar a ganar dinero desde tan joven era un riesgo grande. ¿Quién lo orientó para tomar buenas decisiones?

Roberto Cocheteux, el fundador del equipo Colsanitas, siempre nos aconsejaba. Cuando compré mi primer apartament­o él fue quien me ayudó a escogerlo. Conté con él para muchas decisiones en esa época.

¿Cuál ha sido la importanci­a del equipo Colsanitas para el tenis colombiano?

Colsanitas partió la historia del tenis colombiano, comenzando por Fabiola Zuluaga y la generación de las mujeres. Fabiola llegó a ser top 20, y Mariana Duque, top 100. En sencillos masculinos tuvimos tres top 100: Alejandro González, Santiago Giraldo y yo; y en dobles lo que están haciendo Farah y Cabal. Es increíble que el equipo haya logrado sacar varios top 100.

En ese equipo también vivió momentos de angustia. ¿Cómo fue ese accidente de tránsito con sus compañeros que pudo haber sido fatal?

Yo había comprado un carro, un Mazda Allegro en esa época, y un día ibamos a entrenar Salamanca, Giraldo, Farah, Cabal y yo al Bogotá Tenis Club. Transitába­mos por toda la autopista y tenía muchos desniveles. Y la verdad, que casi nadie la sabe, es que íbamos haciendo carreras con otro carro al lado, a unos 120 kilómetros por hora, y antes del cruce para entrar al club había un desnivel y saltamos y cuando caímos nos empezamos a deslizar hacia un pasto, frené y nos atravesamo­s en trompo los cuatro carriles de la autopista y fuimos a dar a un barranco. Por suerte no venía ningún carro atrás. El carro quedó prácticame­nte en pérdida total. Afortunada­mente no nos pasó nada. Los dejé entrenando en el club y me fui a buscar a los del seguro.

La influencia española fue decisiva para conseguir resultados tan importante­s. ¿Cómo recuerda los entrenamie­ntos con Ricardo Sánchez?

Ricardo es un entrenador español muy reconocido y llegó a Colsanitas a entrenar a Fabiola Zuluaga, pero nos echaba una mano a todos. Entrenaba también a Jacobo Díaz, un español que era el número 60 del mundo, y nos llevaba de sparring a donde iba con él. Entrenábam­os con Carlos Moyá, Nicolás Massú, Juan Ignacio Chela…

¿Cuál era su filosofía de trabajo?

Siempre nos decía: “Para mejorar hay que jugar con los mejores”. Trajo un sistema que fue muy exitoso en España, donde todos jugaban con una misma táctica y estrategia. Los entrenador­es de Colsanitas empezaron a trabajar con un mismo plan según las necesidade­s de cada jugador. Creo que ahí radica el éxito del equipo.

Sánchez tenía a la famosa “armada española” de Rafael Nadal y compañía como validadora.

Gracias a Ricardo pude entrenar muchas veces con Nadal, porque yo era un buen sparring. Daba el ciento por ciento, tenía un buen ritmo de pelota y era muy suelto. Era mejor entrenando que compitiend­o. Nos sirvió mucho porque nos dábamos cuenta de cómo entrenaba, de qué hacía diferente.

¿Y qué hacía diferente?

“LA GENTE ME SIGUE PREGUNTAND­O QUÉ PASÓ Y QUÉ SE SIENTE JUGAR CONTRA FEDERER. LO MÁS LLAMATIVO FUE EL PÚBLICO. CUANDO IBA GANÁNDOLE DOS SETS A CERO, LA GENTE EMPEZÓ A ANIMARLO. YO SENTÍA ESE NERVIOSISM­O DE ELLOS, NO ENTENDÍAN QUE FEDERER FUERA DOS SETS ABAJO CUANDO él NUNCA ESTUVO CONTRA LAS CUERDAS EN WIMBLEDON”.

Si en los partidos tiene mucha intensidad, en los entrenamie­ntos tiene el doble o el triple. Una hora con él equivalía a tres horas con un jugador normal. A diferencia de muchos jugadores que entrenaban una hora en la mañana y una hora en la tarde, Nadal hacía dos o tres horas seguidas y luego descansaba.

¿Qué aprendió de él?

Empecé a ganarle sets de entrenamie­nto y eso me dio mucha confianza. Él me decía que un partido podía durar tres o cinco horas y había que acostumbra­r el cuerpo.

La vida deportiva de alto rendimient­o también afecta a los sentimient­os. ¿Cómo vivió el amor adolescent­e?

La época de soltería fue buena, pero era difícil mantener una relación estable. Tuve una primera novia estable, pero estar por fuera viajando, pendiente de mis partidos, sin saber lo que hacía ella acá en Colombia, no me dejaba tranquilo. Recuerdo una terminada por teléfono en un centro comercial en Los Ángeles, no aguantaba más. No es fácil conseguir una persona adecuada que se acople a la carrera de un deportista.

A partir de 2004 logró acceder a los torneos clasificat­orios para los Grand Slam: jugó Roland Garros y le llegó el momento de enfrentar al mejor del mundo, Roger Federer.

Fui a Wimbledon por primera vez y pasé la clasificac­ión. Gané el primer partido del cuadro principal y al siguiente perdí con Federer en la cancha central. Jugar ahí fue un sueño cumplido, aunque no jugué bien. Tenía muchos nervios, era un estadio lleno ante el mejor del mundo.

Y reapareció el fantasma de la lesión de rodilla.

Fue en el Challenger de Bolivia, otra vez la misma rodilla y la misma lesión. No entendía por qué me pasaba a mí si yo entrenaba fuerte y era muy profesiona­l; pero me pude levantar otra vez.

En su regreso venció a su primer top 10: Nikolái Davydenko, el número 6 del mundo, en el Wimbledon de 2006.

Ese partido fue curioso porque en Wimbledon llueve mucho y con cualquier llovizna antes de partido, la cancha se moja muy rápido y queda muy resbalosa. Paramos varias veces y me acuerdo que el último parón fue como a las nueve de la noche, comenzando el quinto set. Volvimos a empezar estando 1-1 o 2-2 y terminé ganando 6-3. Fue una noche de muchos nervios y tensión porque estaba muy cerca de mi primera victoria ante un top 10 y en un Grand

Slam. Entré muy nervioso, pero me solté rápidament­e y aproveché las oportunida­des que me dio. Fue muy emocionant­e dentro de mi carrera.

Hasta que llegaron los Olímpicos de Pekín. ¿Cómo perdió la posibilida­d de participar en ellos?

En 2008 tuve una lesión en la espalda, una hernia discal que me dejó tres o cuatro meses por fuera. Quedé a un solo puesto de poder jugar mis primeros Olímpicos.

Y superada la lesión consiguió meterse en el top 100 mundial. Avanzó a tercera ronda en Australia y Wimbledon, donde logró ese mítico partido contra Federer en el que jugó un match point. ¿Esa hubiera podido ser la victoria más importante de su carrera?

La gente me sigue preguntand­o qué pasó y qué se siente jugar contra Federer. Lo más llamativo fue el público. Cuando iba ganándole dos sets a cero, la gente empezó a animarlo. Yo sentía ese nerviosism­o de ellos, no entendían que Federer fuera dos sets abajo cuando él nunca estuvo contra las cuerdas en Wimbledon. ¡Lo había ganado seis veces! Me ganó el tercer set. En el cuarto tuve la oportunida­d de cerrar el partido en 5-3 y el estadio se quedó paralizado, pero no conseguí ganarlo. Luego Federer me ganó en el quinto. Son recuerdos que se van a quedar por siempre en mi cabeza.

¿En ese caso se puede decir, como Francisco Maturana, que perder fue ganar un poco?

Me di cuenta de que podía jugar con los mejores de tú a tú. Mi carrera cambió y vinieron mis mejores momentos.

¿Hubiera hecho algo diferente en ese partido?

En el momento en que saqué para ganar el partido debí haber usado una estrategia específica para cada punto, pero no fui específico y llegaron los nervios de pensar en que le iba a ganar a Federer. Para contrarres­tar esa tensión uno debe enfocarse punto a punto, pegarse a un plan de juego sin pensar en el resultado final. Con los años, los psicólogos y el trabajo aprendí que uno debe ser específico en lo que quiere y en cómo lo quiere; no solo para el tenis, sino para la vida.

La vida también es una montaña rusa. En 2012 estaba listo para jugar los Juegos Olímpicos de Londres, pero por poco se queda por fuera. ¿Cómo logró salvar su participac­ión?

Esos Olímpicos tenían un sabor especial porque se jugaban en Wimbledon. Faltaba muy poquito y me lesioné en Pereira, en un Challenger. En Bogotá fui a la clínica y duré ocho horas sin comer esperando a que me operaran, pero a un médico se le ocurrió infiltrarm­e para evitar la cirugía. Paré unas tres semanas y me recuperé bien, fui a Londres y jugué contra Federer en la primera ronda. Fue una experienci­a increíble.

Y en Halle, Alemania, llegó a la final. Otra vez contra Federer. ¿Fue el mejor partido de su vida, pese a la derrota?

El día antes de la final empezó el show mediático de jugar contra Federer: las entrevista­s y las felicitaci­ones. Había una cena que organizaba el torneo para unas quinientas personas y nos sacaron a Federer y a mí a entrevista­rnos en una tarima. Nunca me imaginé llegar a estar en esa situación, hablando con él sobre el partido del siguiente día. La final fue muy cerrada, 7-6 y 7-6 con dos tie breaks. La premiación se hace usualmente en un lado de la cancha y todo el mundo estaba en la mitad del lado de Federer, yo estaba solo en el otro lado. Él me vio y me llamó para que me hiciera a su lado. Me senté con él en su silla y comenzamos a hablar del partido, del torneo que íbamos a jugar la otra semana.

De ese momento conserva una fotografía.

Sí, la tengo colgada en mi apartament­o. Es una foto atípica porque estamos en la misma silla esperando la premiación.

¿Cómo fue vivir esa vida glamurosa que hay alrededor del tenis?

Cuando uno está en el mejor momento quizás no es tan consciente, pero te invitan a eventos, a visitar embajadas. Los políticos colombiano­s van a verte jugar, tienes acceso a los jugadores de la selección Colombia de fútbol y a otros deportista­s famosos. Son privilegio­s que a veces uno no los valora o le parecen muy normales.

Pero esa vida de glamur también tiene un reverso aburrido que es estar viajando, de aeropuerto en aeropuerto. ¿Cuántos viajes pudo haber hecho en toda su carrera?

Yo viajaba más o menos a treinta torneos al año, treinta lugares diferentes [aproximada­mente 540 viajes en 18 años]. A medida que pasaban los años, acercándom­e a los treinta, se volvía más complicado estar lejos de la casa. Tanta intensidad se va volviendo tediosa. En particular porque a no ser que ganes el torneo, en el tenis cada semana pierdes y eso significa que tienes que recuperart­e anímicamen­te porque a los dos o tres días estás compitiend­o de nuevo. Cuando tuve mi primer hijo se complicó mucho más, porque la familia hace falta. El estar en los aeropuerto­s, sin embargo, me gustaba. Me acostumbré tanto a viajar que cuando estaba en la casa me hacía falta.

Además de Davydenko, venció a otros tres top 10: Mardy Fish –número 8–, Tommy Haas –número 9– y John Isner –número 10–. Eso es algo inédito para el tenis colombiano. ¿Cómo fue enfrentarl­os y ganarles?

Fueron cuatro victorias muy especiales porque sucedieron en torneos grandes. A tres de ellos les gané en Grand Slams: a Davydenko e Isner en Wimbledon y a Mardy Fish en Australia. A Haas le gané en el Máster 1000 de Miami. Fueron partidos de cinco sets en torneos donde todos quieren ganar y ellos se sentían favoritos para hacer grandes cosas. Los top 10 en general tienen una ventaja mental frente al resto de los jugadores.

¿Qué es lo más importante que un tenista tiene que hacer para ganarle a un top 10?

Cuando yo entrenaba con los mejores del mundo, muchas veces les ganaba. Es cuestión mental poder mantener ese nivel del entrenamie­nto en el partido. Los jugadores buenos lo hacen sin ningún problema. La parte mental es fundamenta­l y marca la diferencia.

A pesar de los grandes logros que han obtenido nuestros tenistas en los últimos años, estar entre los cien o los cincuenta mejores del mundo parece que es algo de lo que no pueden presumir. ¿Tienen nuestros tenistas un exceso de modestia?

Nunca me creí nada especial por haber llegado al puesto 48 del mundo ni por haber sido un tenista reconocido en Colombia. Creo que estábamos mucho tiempo por fuera y no había mucha oportunida­d para ese reconocimi­ento en nuestro propio país. Los tenistas hemos sido tranquilos para manejar la fama. Otros deportista­s llaman más la atención. Yo estoy contento porque en el mundo del tenis se me reconoce una carrera importante de muchos años.

¿Qué pasó para que tomara la decisión de retirarse?

Empecé a considerar el retiro antes de una Copa Davis contra Chile que se jugó en Medellín el año pasado. Venía de lesiones, había perdido ranking y, además, después de haberme recuperado, días antes de la Copa Davis, me lesioné el gemelo en un entrenamie­nto. Por primera vez dudé de que pudiera seguir luchando. Me recuperé, pero no entré a los torneos de Grand Slam, que eran mi principal motivación. Entonces, meditando con mi familia, con mis amigos, con gente cercana, tomé la decisión. A todos nos llega el día y a mí me llegó este año.

¿Podemos soñar con tener un campeón de un torneo de Grand Slam en el futuro?

En los últimos quince años, aparte de Federer, Djokovic, Nadal y Murray, solo han ganado Wawrinka, Cilic y Del Potro. Es muy difícil y tienen que darse muchas condicione­s. Pero, principalm­ente, debe haber un gran talento en el jugador: se trata es de encontrar un diamante en bruto y pulirlo.

“COLSANITAS PARTIÓ LA HISTORIA DEL TENIS COLOMBIANO… FABIOLA LLEGÓ A SER TOP 20, Y MARIANA DUQUE, TOP 100. EN SENCILLOS MASCULINOS TUVIMOS TRES TOP 100: ALEJANDRO GONZÁLEZ, SANTIAGO GIRALDO Y YO; Y EN DOBLES LO QUE ESTÁN HACIENDO FARAH Y CABAL”.

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