LA M DE MERMELADA
EEl daño que la palabrita le ha hecho a la democracia colombiana es imposible de calcular. Es muy difícil determinar qué fue peor, si el uso clientelista del sistema mediante el cual se institucionalizó el mecanismo de “pagar” el apoyo a los proyectos del gobierno con puestos de alto y bajo coturno en la Administración Pública del orden nacional –con contratos de obra para favorecer a los financiadores de las campañas de los parlamentarios elegidos–, o resultó más dañina la interpretación mediante la cual cualquier respaldo al gobierno constituye un hecho reprobable de “miermelada” y por tanto sugerente de corrupción.
En la práctica, “miermelada” y corrupción son la misma vaina, lo cual hace muy difícil gobernar.
Ahora se pretende diferenciar entre “miermelada” y “posmermelada”. Lo primero es un mecanismo de negociación non santo con el Congreso, y lo segundo es un acuerdo en torno a ideas puntuales.
Según la editorial de El Espectador: “El acercamiento a los congresistas con ideas similares a las del gobierno es propicio para encontrar puntos en común y sacar proyectos importantes. El gobierno de turno puede permitir que una fuerza distinta a la suya lidere, por ejemplo, un ministerio si se comparten ideas sobre la dirección que este debe tener. Eso no es mermelada (“miermelada”, digo yo), es política y gobernabilidad”. Entiéndase en lenguaje del periódico: “posmermelada”. Vaya usted a explicar la diferencia entre una cosa y otra cosa.
El columnista Álvaro Forero sostiene que la figura de la mermelada es un artilugio populista, que confunde corrupción con participación para dividir entre partido puro y élite política corrupta. Y más adelante sostiene que la palabrita sirvió no solo para que el uribismo pudiera retornar al poder, sino también para no compartirlo con los partidos distintos al Centro Democrático que lo apoyaron a ganar las elecciones.
Ahora, con el ingreso de otros partidos a los Ministerios toca cogerle la caña a El Espectador y hacer una campaña al mejor estilo del talentoso Hassan
Amín Abdul Nassar Pérez, para que los colombianos no confundan la “miermelada” con la “posmermelada”. El riesgo de aparecer como corruptos los nuevos protagonistas de la era “posmermelada” es alto.
Y hablando de mermelada en toda la tostada, como diría el exministro Juan Carlos Echeverri, ¿qué responsabilidad les cabe a las corporaciones públicas, Congreso, Asambleas y Concejos en esta crisis? ¿Acaso no son ellas las grandes válvulas de escape de la democracia? ¿No es en esos recintos donde han debido manifestarse las protestas del Paro Nacional? Porque es obvio que las cacerolas no se sienten representadas en el Parlamento.
Aunque la respuesta es obvia, la verdad es que a las Corporaciones les afecta un fenomenal desprestigio y, ojo: ¿puede existir democracia sin cuerpos colegiados de representación? ¿No es lo mismo ausencia de Congreso que Congreso “enmermelado”?
El filósofo de nuestro tiempo, heredero de don Estanislao Zuleta y economista de lujo, el rector Alejandro Gaviria, ha reconocido la tolerancia del clientelismo (mermelada), en aras de la gobernabilidad, como un defecto de los tecnócratas colombianos.
Un manejo tecnocrático de la macroeconomía a cambio de una fracción del presupuesto y la burocracia estatal, a cambio de auxilios parlamentarios, partidas regionales y puestos.
Pero añade: “Ese arreglo, cabe señalarlo, está llegando a su fin”. Dios lo oiga y ojalá que se pueda perfeccionar el sagrado derecho a la gobernabilidad, aceptado en todas las democracias del mundo, y que, en Colombia, por la coyuntura política del momento, se ha convertido en un embrollo dolorosamente difícil de digerir.
El premio mayor sería alcanzar un objetivo común, elemental, pero al tiempo definitivo, sustancial para todos los sectores políticos de la nación, incluida, por supuesto, la oposición: un acuerdo para luchar contra el asesinato de líderes sociales que “sigue amenazando la consolidación de la Paz”. ¿Quién podría oponerse a la búsqueda de ese propósito nacional?