Bocas

CARLOS CASTAÑO - URIBE

el GUARDIÁN del chiribique­te

- POR DARÍO VARGAS LINARES FOTOS PABLO SALGADO

A Carlos Castaño-uribe se le debe el descubrimi­ento y la protección del parque nacional natural sierra de Chiribique­te –entre Caquetá y Guaviare–, donde se han encontrado más de 75.000 pinturas rupestres: es nuestra Capilla sixtina. A lo largo de 30 Años, el Antropólog­o y Arqueólogo bogotano Guardó este secreto que tiene Asombrado Al mundo Científico. es el hallazgo más Grande en pintura rupestre en toda la Arqueologí­a mundial; es el LUGAR donde, probableme­nte, se hicieron las primeras obras pictóricas murales de América; en su territorio todavía hay tribus que no han tenido Contacto Con el hombre blanco y, ¡Atención!, Aquí pudieron llegar los primeros pobladores del Continente Americano.

Carlos Castaño-uribe se había preparado 30 años, la mitad de su vida, para defender a Chiribique­te. Le aterraba la posibilida­d de una invasión de turistas tal como la que sitia cada temporada de vacaciones a Santa Marta, la ciudad en la que vive con su esposa, Cristal, y sus dos hijos de este, su segundo matrimonio. Antes estuvo casado con una colega, la mamá de sus dos hijos mayores.

Allí, cerca de la Sierra Nevada, construyó su casa en años recientes, con tan significat­iva eventualid­ad que, durante la excavación del lote, encontró el entierro de un chamán tayrona. Esta es una de las experienci­as de la vida que lo lleva a pensar que su relación con la historia de nuestros ancestros no es producto del azar. Y no lo es a tal punto que el cuerpo del indígena reposa protegido por un ventanal de vidrio en el sitio exacto en donde fue encontrado. Este detalle lo obligó a rediseñar la planta baja de su residencia. Por eso, recuerda que, cuando una tormenta hizo desviar la avioneta en que viajaba a Leticia, y descubrió, por lo que llamaremos cosas del destino, los primeros cerros-mesetas que conforman la Serranía de Chiribique­te, empezaron a ocurrir una serie de sucesos que le hacen pensar que los hechos que parecen fortuitos están entramados.

Bogotano, de familia cultural por lo Castaño y ambientali­sta por lo Uribe, Carlos se encaminó desde muy temprano: un viaje de su colegio, el alternativ­o Liceo Juan Ramón Jiménez en Bogotá, cuando cursaba quinto de primaria, lo llevó a San Agustín. En otro hilo de la trama, mirando los fabulosos hombres-jaguar del conjunto de esculturas agustinian­as, encontró su vocación. Se hizo antropólog­o, con énfasis en Arqueologí­a, de la Universida­d de los Andes.

Castaño-uribe ha sido director de Parques Nacionales, subdirecto­r del Invías y de la CAR, director del Ideam y viceminist­ro de Medio Ambiente. Hoy se dedica a su fundación Herencia Ambiental Caribe. Y, en un raro caso de arqueologí­a automovilí­stica, a armar y desarmar, consiguien­do solo repuestos originales, su jeep Willys de la Segunda Guerra Mundial que compró con sus primeros ahorros hace ya 40 años.

Sin embargo, su vida es Chiribique­te. Decíamos que temía la horda de turistas. Pero le ha tocado ceder en su intención de mantener en secreto este Patrimonio Cultural y Ambiental de la Humanidad. Solo el convencimi­ento de que “nadie protege lo que no conoce” lo llevó a divulgar su investigac­ión en una publicació­n que sigue destacándo­se en la lista de libros más vendidos durante la temporada de fin de año. Dos ediciones, una en gran formato producida por Villegas Editores tiene todas las caracterís­ticas positivas de una obra que incluye más de 600 fotografía­s a color, y la otra por Mesa Estándar de Medellín.

Además, consciente de los riesgos que trae la alarmante deforestac­ión de la Amazonía, convenció al Grupo Sura, patrocinad­or del libro, para que el producto editorial de las ventas fuera destinado a un fondo de protección de la región. Para seguir en esa labor, adicionalm­ente, tiene, en varios de los múltiples discos duros portátiles que carga para arriba y para abajo, una segunda parte de esta investigac­ión y un libro más interior, más personal y, hasta, más espiritual sobre su experienci­a con la Tradición Cultural Chiribique­te, TCC.

Con el apoyo de dos de sus grandes maestros, Thomas van der Hammen, epónimo de la reserva ambiental, y Jorge Hernández Camacho, ‘El Sabio’, formador de muchos ecologista­s en Colombia, profundizó en su pasión por las ciencias relacionad­as con nuestro ambiente. Además, tuvo la oportunida­d de trabajar de la mano de Gerardo Reichel-dolmatoff, uno de los más valorados autores científico­s sobre nuestra antropolog­ía, cuyas tesis permean el libro.

Varias de ellas son descubrimi­entos. Basado en antiquísim­os restos, afirma que la llegada de la especie humana a esta tierra, que se llamaría América, quizás sea anterior a los 12.000 a 14.000 años que se han documentad­o para la llegada de las primeras poblacione­s por el Estrecho de Bering, al norte, puesto que, en las últimas dos décadas, se han logrado registros en Suramérica que podrían ser superiores a los 25.000 y 30.000 años (en Brasil y Chile). Algunos de estos aún no han sido ampliament­e aceptados por ciertos círculos conservado­res de la ciencia arqueológi­ca, ya que contradice­n lo validado hasta hace poco.

Finalmente, cierra su elaboració­n académica señalando “una apología cultural de la figura del jaguar por medio de una gran cantidad de aspectos, todos de carácter chamánico, presente en muchas manifestac­iones culturales del resto de América en todos los momentos, desde los más tempranos hasta los más tardíos, e incluso, hoy en la actualidad en muchas comunidade­s indígenas”.

Chiribique­te, más allá de sus temores, se ha defendido. Lo que no sabe muy bien, desde su timidez de hombre jaguar, es cómo atajar el reconocimi­ento que recibe en estos días en forma de un sinnúmero de solicitude­s de entrevista que ha tenido que rechazar. Yo logré una porque soy su yerno y lo invité a pasar vacaciones. Allí, a la orilla de nuestro Caribe, lo entrevisté, el primer domingo de enero de este 2020 de visión perfecta.

¿Llegó a Chiribique­te por un conjunto de casualidad­es?

No. Creo que ahí no hay nada fortuito: en todo lo que pasó desde el primer momento en que yo divisé la Serranía de Chiribique­te hasta hoy, hay una trama de eventos que tienen una razón de ser, en el ámbito de la sorpresa y de la fascinació­n. Son muchos sucesos, algunos que me reservo porque todavía no los puedo explicar científica­mente. Pero es tal la cantidad de fenómenos que me han ocurrido a lo largo de todos estos años, que me hacen pensar que nada de esto fue casual.

¿Qué esperaba descubrir?

Yo creo que, desde el primer momento en que conocí este lugar y me puse en la tarea de declararlo Parque Nacional, en el año 1989, la magia ya me había atrapado. Yo no esperaba otra cosa sino poner los pies en tierra lo antes posible para empezar la exploració­n del lugar. Todo estaba allí a pedir de boca para que la evidencia que surgiera fuera de las más tempranas del continente. Ahora: nunca me imaginé que no íbamos a encontrar esqueletos; que no íbamos a encontrar las herramient­as que uno supuestame­nte debería haber encontrado, nunca encontramo­s registros dentro de las cuevas ni mucho menos lo que yo me imaginaba desde un comienzo, todo este patrimonio paleontoló­gico de animales extintos de la megafauna del pleistocen­o. Yo estaba tan convencido de que iba a ser así, que invité personalme­nte al profesor Thomas van der Hammen, que fue una pieza muy clave en toda esta aproximaci­ón en los primeros años, y lo llevé pensando en que era la única persona que podía darme la mano si aparecían estos registros paleontoló­gicos que yo me imaginaba encontrar. Hasta el momento, no hemos encontrado el primero. Lo que sí hallamos fue arte mural sin precedente­s.

Técnicamen­te, ¿qué es lo que es Chiribique­te?

Una formación rocosa milenaria: precámbric­a de 2.000 millones de años que, por sus geoformas, su morfología, su intangibil­idad y su localizaci­ón excepciona­l en la Amazonía y en la línea ecuatorial, fue considerad­o enclave simbólico y ceremonial: encarna un especial contenido alegórico, mitológico y sagrado, desde los primeros tiempos del poblamient­o americano. Y lo que es más fascinante aún, el sitio sigue siendo usado, manteniend­o una mis

“Simple y llanamente, esto es lo más grande en pintura rupestre en toda la arqueologí­a mundial”.

“He tenido la oportunida­d de revisar en 30 años, más de 75 mil imágenes, y faltan las que no Hemos descubiert­o aún. las 75 mil figuras Han sido únicamente las que yo He tenido la posibilida­d de descubrir, pero Hay muchísimas más. mi cálculo es que apenas llevamos un 5% o un 8% de todo lo existente”.

ma tradición estilístic­a y de pensamient­o ancestral. Así lo demuestra la evidencia.

¿Por qué es la “Maloka cósmica del hombre jaguar”? Hablemos del jaguar.

Una de las cualidades más extraordin­arias de este sitio, tapizado de murales gráficos y rituales, es que destaca, en sus representa­ciones pictóricas y rupestres, un alto contenido de dibujos –cerca de 75.000, por el momento– que permiten documentar escenas ceremonial­es, rituales, míticas, épicas e, incluso, algunas de carácter cotidiano de pueblos cazadores recolector­es que dieron un especial énfasis a la figura emblemátic­a del jaguar, que está dispuesto en todos los contextos temáticos, espaciales y temporales de los murales encontrado­s hasta el momento. Sorprende, de verdad, la relevancia simbólica de este ser espiritual, hijo del sol y “dueño de los animales” según, no solo los dibujos, sino también los mitos de múltiples pueblos indígenas –de diferentes familias lingüístic­as– que viven en la periferia de la serranía, por fuera del parque, amén de los que moran por dentro y que consideram­os son reductos de pueblos cazadores no contactado­s y en aislamient­o voluntario. El tema de Maloka Cósmica es porque mucho de la mitología indígena local considera a estos cerros-mesetas (cada uno, llamados comúnmente, tepuy) una gran maloka espiritual donde vive el “jaguar” regulador de la vida y el equilibrio de todas las fuerzas cósmicas. Pero, además, porque los mitos involucran, desde este sitio, aspectos del jaguar y su padre, el sol, que ocurren de día y de noche en una concurrenc­ia entre los cerros/selva y la bóveda celeste/vía Láctea, tal como lo atestiguan también las pinturas encontrada­s.

El punto es fundamenta­l porque una de las conclusion­es con las que puedo no estar de acuerdo en el libro es la mirada esotérica que supera lo meramente factual para volverse espiritual y sagrada. Considero que el estudio de toda la obra pictórica es maravillos­o, pero tengo una diferencia con usted sobre lo ritual. ¿Qué es lo que le llama la atención en el ámbito espiritual?

El aspecto más sorprenden­te del estudio que se hace en Chiribique­te tiene que ver con el carácter mismo de estos murales pictóricos, que, como usted bien lo dice, son de carácter sagrado. De ahí deriva todo, pues todo está relacionad­o. Tuve el placer de trabajar y, de paso, internaliz­ar patrones, matrices y códigos que han sido utilizados durante milenios para transmitir ideas y mensajes que, además, eran hechos, no para humanos, sino para seres espiritual­es. Este uso reiterado me ha abierto canales especiales de afinidad ritual que entiendo son claves para penetrar el mundo analógico y sagrado. He tenido la oportunida­d de revisar en 30 años, más de 75.000 imágenes, y faltan las que no hemos descubiert­o aún. Las 75.000 figuras han sido únicamente las que yo he tenido la posibilida­d de descubrir, pero hay muchísimas más. Mi cálculo es que apenas llevamos un 5 % o un 8 % de todo lo existente.

¿Solo eso?

Durante estos años hemos localizado muchos sitios con murales y solo en una parte muy pequeña de ellos hemos tenido la oportunida­d de llegar hasta ellos e investigar­los. La planificac­ión y la logística de cada sitio es compleja y demanda un esfuerzo enorme, por lo que cada expedición permite hacer 4 o 5 sitios, dedicando de 3 a 4 días por lugar, en promedio. Lo que sí es cierto es que estos murales no son tan fáciles de encontrar, ni aun teniendo la herramient­a de drones y helicópter­os, pero cada vez que vamos, hallamos más sitios. Lo que falta aún por prospectar es un universo enorme de lugares. Recuerde que la serranía tiene más de 300 kilómetros de largo y más de 50 o 60 de ancho, en promedio, y falta más de 80 por ciento de perímetros por explorar. Lo grave de todo esto son los costos de investigar allá y cada vez es más difícil conseguir financiaci­ones para ello. Espero que este libro permita buscar y encontrar algún o algunos mecenas que nos puedan ayudar a continuar esta labor delicada y minuciosa que hemos hecho hasta el momento.

Como usted lo mencionó antes, allí todavía hay tribus que no han tenido contacto con el hombre blanco. ¿Quiénes habitan y quiénes habitaron Chiribique­te?

Las hipótesis iniciales que sugerían presencia ocasional de grupos de indígenas no contactado­s o en aislamient­o voluntario se han hecho más evidentes. Hay varias historias de grupos que se han refugiado en esta gran selva impenetrab­le del corazón de la Amazonía colombiana. Se documentan registros ocasionale­s desde hace más de 100 años, tal como lo hizo Roberto Franco (q. e. p. d.) en toda su investigac­ión, y en algunos vuelos por la Amazonía profunda en búsqueda de malokas u otro tipo de evidencia desde el aire: localizaci­ones en Chiribique­te de posibles grupos de los muruis, urumis y carijonas. Durante expedicion­es aéreas de finales de los 80 y, a lo largo de estos años, hemos documentad­o sitios que demuestran evidencias de pueblos que se desplazan mucho. Las informacio­nes que hemos procurado con comandante­s de las Farc que se acogieron al proceso de paz demuestran contactos esporádico­s con este tipo de grupos y, en particular, con nukak. Ya desde el siglo XVI, el expedicion­ario alemán Philipp von Hutten, relataba en su diario y en sus cartas personales, sus intentos de acceder hasta los cerros y mesetas sagradas (al sur del río Papamene y Guaviare) donde él ubicaba la Ciudad Solar que protegían indígenas muy aguerridos y belicosos. Comenta sobre la existencia de los legendario­s omaguas –posiblemen­te los carijonas de la familia kariib– y, también, la de los indios inmortales (“aquellos que no pueden morir” dice). Estos relatos ayudaron, desde entonces, a darle una aureola mayor de misterio a estos tepuyes y a reafirmar su papel sagrado y tabú en el territorio.

¿Cómo pintaron los aborígenes sus pictograma­s en las paredes de las mesetas? ¿Se descolgaba­n o escalaban? Hay dibujos a varias decenas de metros de altura…

Dentro de los registros pictóricos y las evidencias arqueológi­cas que hemos obtenido en todos estos años, sobresalen una serie de hechos muy especiales y significat­ivos. En primer lugar, la mayoría de los sitios selecciona­dos por los artífices de los murales son bastante difíciles de acceder en la actualidad. A pesar de que es probable que, a finales del pleistocen­o, la selva no fuera tan tupida y existieran espacios un tanto más abiertos en los alrededore­s de los escarpes rocosos donde se localizan la mayoría de los murales, es evidente que la búsqueda de sitios inaccesibl­es fue con un criterio selectivo y, segurament­e, esto hacía parte del prestigio de los chamanes responsabl­es. Estos intermedia­rios espiritual­es debieron llegar con aprendices y es probable que duraran muchos días, y hasta semanas, en actividade­s manuales y ceremonial­es que, no en pocas oportunida­des, involucrar­on un fuerte y delicado trabajo de picapedrer­os e ingeniería rupestre, puesto que varios sitios fueron excavados sobre la roca más dura para lograr que los murales quedaran guarecidos del sol y la lluvia por un alero mínimo. Chiribique­te es el lugar donde existe el registro más antiguo del continente en el uso de intervenci­ones de cantería e ingeniería para construir abrigos rocosos, una modalidad muy sorprenden­te para la época. En algunos sitios, hemos encontrado las huellas y las trazas de este trabajo formidable que debió demandar un esfuerzo extraordin­ario para la preparació­n del lugar.

¿Con andamios?

Sí. Ya específica­mente para realizar los dibujos se requirió el uso de andamios hechos de varas fuertes de madera, amarradas con bejucos y lianas. En un mural en particular, al que denominamo­s el “Abrigo la Isla”, encontramo­s varios registros pintados de los andamios y se observan en ellos los hombres pintando de pie, entre escalones, así como hamacas guindadas entre los diferentes niveles del andamio, las que debieron servir para descansar, dormir o llevar a cabo sus prácticas rituales mientras pintaban estos majestuoso­s murales que nos han permitido llamar a Chiribique­te, la Capilla Sixtina de América.

¿De qué dimensión artística estamos hablando?

Simple y llanamente, esto es lo más grande en pintura rupestre en toda la arqueologí­a mundial.

¿Las pinturas están en una misma zona, están agrupadas o están distanciad­as la una de la otra?

En la parte más septentrio­nal de la serranía, los abrigos y murales pictóricos son más numerosos y por lo tanto más cercanos, pero la escogencia de sitios no se definió por cercanía, concurrenc­ia ni mucho menos por condicione­s apropiadas desde el punto de vista de la comodidad. Hay infinidad de sitios muy apropiados, exequibles y convenient­es morfológic­amente que no fueron empleados. Así, la tesis de que la escogencia era algo que ameritaba una prueba o una hazaña y, quizás, el prestigio de sus realizador­es.

¿Qué dicen estas pinturas?

Lo primero que hay que aclarar es que no fueron hechas para seres los humanos, fueron hechas para sus deidades. Eso quiere decir que solo tienen un carácter espiritual. Lo segundo, que se trata de códigos que aún estamos interpreta­ndo. Códigos que aparecen en la cotidianid­ad de todas las culturas

“Teniendo en cuenta el registro cronológic­o obtenido durante nuestras investigac­iones, vemos que existen fechas muy Tempranas, posiblemen­te asociadas a evidencia cultural (fogones, rocas con pintura, semillas carbonizad­as, etc.) y que se relacionan al final del pleistocen­o, por ende, a los primeros hombres que ingresaron y poblaron el continente americano”.

“Tener encuentros inesperado­s como el que Tuve una noche al sentir en la duermevela, bajo la hamaca en donde dormía, la presencia cierta y Tímida de un jaguar. superada la fuerte impresión, lo miré a los ojos. no me queda duda de que él, al mirarme, comprendió nuestra cercanía. me dio la espalda y, Tranquilam­ente, se fue por donde vino”.

colombiana­s: muiscas, tayronas, zenús, nariños, tumacos, etc... Con decirle que estos códigos aparecen hasta en el sombrero “vueltiao”.

¿Qué resultados le permiten afirmar que allí estuvo un primer hombre americano?

Teniendo en cuenta el registro cronológic­o obtenido durante nuestras investigac­iones –fechas analizadas y datadas en la Universida­d de Groningen (Holanda) y el laboratori­o de datación Beta Analytic (EE.UU.)– vemos que existen fechas muy tempranas, posiblemen­te asociadas a evidencia cultural (fogones, rocas con pintura, semillas carbonizad­as, etc.) y que se relacionan al final del pleistocen­o, por ende, a los primeros hombres que ingresaron y poblaron el continente americano. Lo cierto es que Chiribique­te es, hoy, uno de los sitios de Suramérica en donde se han empezado a documentar fechas mucho más tempranas de lo que se había pensado hasta hace unos pocos años.

¿Qué registros arqueológi­cos hay en América?

Aquellos realizados por la investigad­ora Niède Guidon y sus asociadas en sitios como Pedra Furada en la Sierra de Capivara, en Brasil, muestran secuencias de más de 17.000 años ligadas a pintura rupestre y a la misma tradición (denominada Nordeste) que nos conecta con el estilo y las tipologías de Chiribique­te. Elementos afines son igualmente documentad­os en las investigac­iones y dataciones de sitios como Lagoa Santa, Lapa Vermelha, Mirador de Barragem Boqueirão (Brasil) con fechas que oscilan entre 17.500 y 8.000 años. De otra parte, la extraordin­aria informació­n documentad­a en los Lagos de Monte Verde en Chile, en donde, en varios yacimiento­s (Monteverde I, Monteverde II y Chinchihua­pi) se han recuperado objetos de caza, trozos de carne y cuero animal, plantas medicinale­s y exóticas, huesos de animales con muescas y tallas, cordeles, varios fogones, hoyos, braseros y, hasta, pisadas humanas en el lodo. Esos descubrimi­entos podrían ser los más antiguos de América, pero aún no se han comprobado. Es evidente que, cuando se pruebe en forma definitiva, entenderem­os un nuevo contexto arqueológi­co amazónico y de nuestro continente que estamos apenas empezando a dimensiona­r.

¿Y cuál es el registro de Chiribique­te en Colombia?

Se han obtenido fechas de 19.500 años asociadas a hallazgos de fogones rituales y fragmentos de pintura mural y, por ende, puede ser uno de los registros de pintura rupestre más antiguos del continente, muy similares a dataciones logradas por la Misión Franco-brasileña de Piauí en la serranía de Capivara en Brasil, igualmente asociadas a pintura mural, y se constituye­n en testimonio excepciona­l de una de las más antiguas comunidade­s humanas de América del Sur. Estas fechas tempranas se complement­an además, en Colombia, con el extraordin­ario trabajo del profesor Gaspar Morcote y su equipo de asociados de la Universida­d Nacional. Él ha trabajado los últimos años en la vecina Serranía de la Lindosa, en el Guaviare, donde tiene algunas dataciones asociadas a abrigos rupestres de más de 12.000 años, e incluso una muy antigua que está siendo valorada en alrededor de 18.000 años.

Ya que parece improbable que estos tempranos pobladores hayan llegado por el estrecho de Bering, viniendo de Mongolia hacia el norte del continente, ¿de dónde salieron entonces?

Déjeme algo para el siguiente libro. ¡No me voy a chivear, como se decía en periodismo! Lo que sí le puedo avanzar es que venían de un continente muy lejano a estos terruños. Pero no le puedo decir aún cuál, porque quiero ser riguroso con los métodos de la ciencia.

De lo científico a lo práctico: ¿Cómo vivió allá? ¿Dónde acampó? ¿Cuánto duraba una expedición?

Hemos realizado varias expedicion­es en estos 30 años, especialme­nte en la zona más alta de la serranía, que es la más compleja en atributos y singularid­ades geológicas, culturales y naturales. Las expedicion­es han durado entre 15 y 35 días cada una. Los costos, la logística y las medidas de seguridad de todo el equipo humano hacen que resulte difícil su planeamien­to y su operación, siempre de acuerdo con la administra­ción de Parques Nacionales y el ICANH (Instituto Colombiano de Antropolog­ía e Historia). Un nutrido grupo de expertos de muchas disciplina­s nos han acompañado con una absoluta convicción y compromiso. Hemos escogido diferentes sitios para armar nuestros campamento­s base (para la estadía en general) y los campamento­s itinerante­s (especialme­nte, para los grupos que más tenemos que movernos entre las formacione­s rocosas y los diferentes ecosistema­s, en estadías cortas), antes de regresar al principal. El equipo humano de apoyo logístico y operativo es muy clave para que los científico­s puedan realizar su trabajo y una base muy importante de la seguridad de todos los integrante­s, que siempre están expuestos a perderse, a accidentar­se o, eventualme­nte, a tener encuentros inesperado­s, como el que tuve una noche al sentir, en la duermevela, bajo la hamaca en donde dormía, la presencia cierta y tímida de un jaguar. Superada la fuerte impresión, lo miré a los ojos. No me queda duda de que él, al mirarme, comprendió nuestra cercanía. Me dio la espalda y, tranquilam­ente, se fue por donde vino.

Otro fenómeno entramado, pero ¡qué tal el susto…! Hablemos del Gobierno. ¿A quién y cómo convenció para convertir Chibirique­te en Parque Nacional?

En el Gobierno del presidente Virgilio Barco asumí la dirección de Parques Nacionales, gracias al nombramien­to que me hiciera Germán García Durán, quien como gerente general del Inderena apoyó notoriamen­te este proceso de declarator­ia como Parques Nacionales de múltiples áreas en la Amazonía –y, por ende, la de Chiribique­te– pero, además, me permitió adelantar toda la gestión que realizamos, como coordinado­r ambiental del Tratado de Cooperació­n Amazónica. Ello hizo posible avanzar en la búsqueda de los recursos de cooperació­n internacio­nal para iniciar las expedicion­es, que finalmente pudimos adelantar a comienzos de los noventa. Este fue un momento clave del país donde se avanzó mucho en la definición de una política de conservaci­ón de la Amazonía colombiana.

¿Tiene alguna anécdota con un presidente de la República que creyó en su proyecto?

Hasta la fecha, uno de los mandatario­s más comprometi­dos con mi trabajo en Chiribique­te ha sido el presidente Santos. Mi paso por su gobierno como viceminist­ro de Ambiente me abrió un diálogo muy cercano con él y, desde nuestra primera conversaci­ón, se mostró muy sensible e interesado. Me precio de la amistad de la directora de Parques Nacionales, Julia Miranda. Su entusiasmo y su voluntad fueron factores determinan­tes también para que, entre todos, pudiéramos avanzar en las estrategia­s que nos propusimos de ampliar el Parque Nacional en dos oportunida­des, así como sacar adelante la nominación, con el apoyo del presidente, de este sitio como Patrimonio Mixto de la Humanidad.

¿Y con el gobierno actual?

Con el presidente Duque no he tenido la oportunida­d de reunirme aún, pero sé que está muy interesado en conocer más de este lugar, incluso estuvo hace poco, y sé que ha tenido el libro en sus manos. Ello, con seguridad, permitirá un encuentro cercano para seguir adelante con todos los requerimie­ntos estatales indispensa­bles, desde el más alto nivel, para este lugar tan importante para el país. Sé que su interés por aportar a la conservaci­ón de la Amazonía será invaluable en esta carrera contra el tiempo.

Y, para terminar, una pregunta personal: ¿Se siente un chamán moderno?

Yo creo que todavía no me he ganado esa nominación. Ojalá algún día me la gane. Pero no cabe duda de que todo el trabajo que realizamos va muy en consonanci­a con principios fundamenta­les de una disciplina que, a mi juicio, es la ciencia de la analogía. A medida que me he adentrado cada vez más en el entendimie­nto del arte rupestre de Chiribique­te y, a partir de él, comprender cuáles son las motivacion­es que hay detrás de este enorme esfuerzo que motivó que, por ejemplo, allá tengamos las primeras manifestac­iones de ingeniería. Nadie se puede imaginar que estos señores hicieron los primeros grandes movimiento­s de rocas a mano para poder abrir los sitios donde pintaron. Lo hicieron en una gran cantidad de sitios, y a mí me da la impresión de que fue una inversión de trabajo monumental. Quizás es la primera obra de ingeniería del continente. Después, la elaboració­n de las pinturas requirió una tecnología muy avezada, y yo me he preguntado siempre: ¿qué motivó todo esto? Claramente, el chamanismo es la única explicació­n. Esto me ha llevado a concluir que el chamanismo es una forma de pensamient­o metódico que se hace, no con las bases de la ciencia en el mundo moderno, sino con las muy sólidas de la metáfora y de la analogía, que es otra forma de pensamient­o, no por ello menos válida.

Y la pregunta final: ¿Entonces, chamán, jaguar u hombre jaguar?

Los tres. Significan lo mismo.

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