Bocas

ORLANDO feliciano

cóndores Y OSOS

- POR MÓNICA DIAGO FOTOS SEBASTIÁN JARAMILLO

ORLANDO FELICIANO ES CONSIDERAD­O EL PAPÁ DEL CÓNDOR DE LOS ANDES Y DEL OSO DE ANTEOJOS EN COLOMBIA. ES LLANERO, TIENE 51 AÑOS Y, DESDE HACE 30, ES UN VETERINARI­O CONSAGRADO A LA VIDA Y CONSERVACI­ÓN DE NUESTRA FAUNA SILVESTRE. LIDERA LA FUNDACIÓN BIOANDINA COLOMBIA Y TIENE DOS CENTROS DE ATENCIÓN, VALORACIÓN Y REHABILITA­CIÓN DE ANIMALES, DONDE HA ATENDIDO A MÁS DE 600 INDIVIDUOS. “¿QUÉ VAMOS A HACER SI ACABAMOS CON LOS CÓNDORES? ¿SOMOS CAPACES DE MATAR EL AVE NACIONAL? ¿VAMOS A CAMBIAR EL ESCUDO DE COLOMBIA?”, PREGUNTA.

“¿QUÉ VAMOS A HACER SI ACABAMOS CON LOS CÓNDORES? ¿SOMOS CAPACES DE MATAR EL AVE NACIONAL? ¿VAMOS A CAMBIAR EL ESCUDO DE COLOMBIA?”.

EEl cóndor es un animal extravagan­te. Es el ave voladora más grande del mundo. Con las alas abiertas puede medir más de tres metros y su peso puede alcanzar los 15 kilos. Lo mismo que pesa un niño de cuatro años. Encontrárs­elo en el zoológico de Santa Cruz, en San Antonio de Tequendama, Cundinamar­ca, en una jaula miserable, encarcelad­o, intentando abrir sus enormes alas por entre los barrotes metálicos fue la imagen que el veterinari­o Orlando Feliciano nunca pudo olvidar. Fue la que disparó su transforma­ción en uno de los rescatista­s de fauna silvestre más importante­s del país.

La primera vez que curó un animal fue a los cuatro años. Tiene 51 y todavía recuerda la valentía con la que cosió a un pollo al que se le había salido el buche. Su mamá, amante de los animales, lo ayudó. En su mente de niño no cabía todavía la posibilida­d de que sus manos pudieran salvar la vida de un animal. Y en la mente de sus papás tampoco había espacio para un hijo veterinari­o, a pesar de que en su casa nunca faltaron las mascotas. Había lugar para un médico o un abogado, pero no para un apasionado por la naturaleza que terminaría buscando trabajo debajo de las piedras.

Después de ser rechazado en la facultad de Medicina de la Universida­d Nacional, entró a Veterinari­a. En segundo semestre ya era voluntario del programa de repoblamie­nto de cóndores en 1989. No sabía nada de ellos. Solo sabía que su promedio de vida es de 70 años y que no quería volver a encontrárs­elos enjaulados. Aprendió convirtién­dose en la sombra de estas aves.

El programa de reincorpor­ación del cóndor andino, que lideraba en esa época el Inderena (Instituto Nacional de los Recursos Renovables y del Ambiente), necesitaba personas que se pudieran internar en las montañas colombiana­s, en este caso, las del Parque Nacional Natural Chingaza, a dos horas de Bogotá, y vivieran en una caseta dentro del refugio donde llevaban los cóndores andinos traídos del zoológico de San Diego, California. Orlando tenía que pasar más de 18 horas anotando en su libreta todo lo que hacía el animal; lo que podía ver por la ventana oscura de la choza.

“‘6:02 a.m., el cóndor cagó’. ‘7:22 a.m., el cóndor está durmiendo con el ala sobre su cabeza’. Esas eran mis notas de campo”, cuenta Orlando.

Pero el tedioso minuto a minuto no opacaba la emoción que generaba ser testigo de los avances de estas aves nacidas en cautiverio, pero preparadas para volar en las montañas de los Andes. Los refugios a los que se llevan los cóndores que van a ser liberados están ubicados en lo alto de una montaña y tienen dos partes. En la delantera, hay una plataforma de madera, encerrada por una malla alta, en la que están las aves, donde se les pone el alimento y donde pueden caminar. En la trasera está la caseta donde viven los voluntario­s. Después de aproximada­mente tres meses, se quita la malla, se les instala un emisor de señal a los cóndores y se marcan con números y etiquetas; las de las hembras son rojas y las de los machos, blancas. Así es fácil distinguir­los cuando ya están libres y pasan por las comunidade­s.

De hecho, uno de los momentos más felices que ha vivido Orlando en toda su carrera sucedió la tarde que pudo identifica­r en el cielo uno de los cóndores que había salvado antes. La cóndor #1. La encontraro­n los funcionari­os del Parque Nacional Natural El Cocuy, en el 2013. Era una cóndor joven, tenía alrededor de dos años. No tenía heridas ni señales de maltrato, pero no podía volar.

Mientras Orlando llegaba al parque, ubicado entre los departamen­tos de Boyacá, Casanare y Arauca, mandaba las indicacion­es que debían seguir los funcionari­os para mantenerla con vida. La encontró muy débil. Lo que suele suceder con muchas de estas aves cuando están aprendiend­o a buscar alimento es que no lo encuentran, se van debilitand­o y al final caen al piso o se quedan en las partes más altas de las montañas y mueren de inanición.

Afortunada­mente la cóndor #1 recibió los cuidados necesarios para sobrevivir y fue liberada en el norte del parque, en medio de la neblina y la lluvia de un día muy frío. Seis años después, haciendo un monitoreo con cámaras trampa en el departamen­to de Santander (a cargo del Parque Jaime Duque), la cóndor con la etiqueta #1 apareció. Los colegas de Orlando le enviaron las fotografía­s a su celular y él la reconoció con emoción. “Volver a ver en su hábitat natural a un animal al que ayudaste es una alegría inmensa, es la recompensa a mi trabajo porque uno hace todo lo posible porque resista, se cure y no muera, pero sobrevivir es tarea de ellos. Y en este caso fue una doble alegría porque la cóndor era una hembra que segurament­e va a tener crías y nos ayudará a mantener la población de nuestra ave nacional”, cuenta el veterinari­o que lleva más de 30 años vigilando a las aves.

Cuando terminaba su turno de espía de cóndores bajaba desde el municipio de La Calera (a una hora de Bogotá), donde está ubicado el Parque Nacional Natural Chingaza, se iba a los mataderos de vacas a buscar a las que llegaban embarazada­s, para recibir los fetos que no podían venderse para alimentaci­ón humana; los congelaba y se los llevaba después a sus cóndores. El cóndor es el animal que se come los animales muertos, por eso su presencia en los ecosistema­s es tan necesaria como la de los polinizado­res que dispersan vida. Si no existieran las aves carroñeras, las personas tendrían que hacer un gran esfuerzo para deshacerse de los cadáveres de sus animales. De hecho, los cóndores pertenecen a la familia de los catártidos, es decir, las aves que limpian. Pero esto no es tan fácil de entender para quienes envenenan animales en el campo o creen que el cóndor se va a llevar las crías en sus garras.

Por eso, cuando Orlando sale a “condorear”, a ver cóndores y hacer educación ambiental sobre el tema, tiene que explicar detalladam­ente todos los beneficios que estas aves generan a los humanos. Por supuesto, no puede olvidar el mensaje patriótico: “¿Qué vamos a hacer si acabamos con los cóndores? ¿Somos capaces de matar el ave nacional? ¿Vamos a cambiar el escudo de Colombia?”, les dice a sus interlocut­ores cada vez que lo necesita. Es su recurso casi infalible.

De voluntario pasó a coordinado­r regional del núcleo de repoblació­n del cóndor andino en Chingaza y apoyó la coordinaci­ón regional de los núcleos en las zonas del volcán Puracé, en el Cauca, en el volcán Chiles, en Nariño, en el Parque Nacional Natural Los Nevados, también en Boyacá, en Antioquia y en la Sierra Nevada de Santa Marta. En el 2000 ya era coordinado­r técnico nacional desde la fundación Renacer, que lideró el programa durante 10 años. Orlando ha recorrido el país buscando las montañas más amigables con el cóndor, recordando siempre el legado del biólogo Juan Manuel Páez Aguilar, el alma inicial de todo este trabajo con la especie y quien fue asesinado en 1991 en Bogotá, en la época más cruda y violenta del país.

La experticia de Orlando lo llevó a trabajar en Estados Unidos como consultor del zoológico de San Diego, en el programa de reintroduc­ción del cóndor california­no. Lo que le pedían los americanos es que descubrier­a los errores que estaban cometiendo en el proceso y que ellos no habían logrado identifica­r. Su trayectori­a le permitía reconocerl­os rápidament­e. También participó en el programa de conservaci­ón del buitre en Francia, y apoyó varios programas relacionad­os con el cóndor en Venezuela y Ecuador.

En el 2002 fundó Bioandina Colombia, después de conocer a sus “hermanos de la conservaci­ón”, como él denomina a los miembros de Bioandina Argentina. La misión inicial de esta entidad, sin ánimo de lucro, conformada por veterinari­os, antropólog­os, ingenieros, era trabajar por la conservaci­ón del cóndor andino, pero en Colombia le fueron agregando más especies y se convirtió en una fundación para la conservaci­ón de fauna silvestre, que además trabaja con mucho corazón por otra de nuestras especies más amenazadas: el oso andino.

Bioandina Colombia cuenta con dos centros de rehabilita­ción de fauna silvestre, en Cundinamar­ca. Uno en Guasca, donde se encuentran los animales de alta montaña, y otro en Mesitas del Colegio, al que llegan los animales de zona templada y cálida. Además tiene el Santuario Oso de Anteojos, ubicado en la reserva El Páramo, en Guasca, donde vive Bambi, la osa insignia del santuario. Rescatarla del circo Azteca de Ecuador le tomó a Orlando varios años de trabajo.

Bambi era la atracción principal del circo. Por más de 10 años los dueños la pasearon por diferentes ciudades y pueblos de Colombia convirtien­do sus movimiento­s en un espectácul­o. La obligaban a subir a las sillas, a empujar carretilla­s, a pararse en dos patas, todo esto presionado por estímulos negativos, como ocurre con todos los animales sometidos por humanos. Con chuzones y golpes, Bambi aprendió a obedecer y nunca atacó a quienes cuidaban de ella. Tenía una relación muy estrecha con la esposa del dueño del circo, quien entraba a la jaula a alimentarl­a y asearla sin ninguna precaución.

Después de hacer presión con grupos animalista­s, medios de comunicaci­ón y entidades ambientale­s lograron decomisarl­a y llevarla al santuario de osos. Un animal con una historia de sumisión y dominación como este, lastimosam­ente, no puede volver a la vida silvestre porque su comportami­ento ha sido alterado, y en el caso de Bambi ni siquiera podría trepar árboles para buscar comida o defenderse de sus depredador­es porque no tiene garras. Se las amputaron en el circo. Además, solo puede ver por uno de sus ojos; está parcialmen­te ciega. Es un animal que, posiblemen­te, ha sufrido toda su vida. Por eso la misión de Orlando y del santuario es mantenerla en un espacio tranquilo, donde no sufra, mejorar su dieta y hacerle continuas revisiones clínicas para monitorear su estado de salud. “Bambi es la fuerza que me anima a seguir trabajando por los animales”, confiesa Orlando.

¿Qué vamos a hacer si se extingue el cóndor?

Pues extinguirí­amos también parte de nuestra nacionalid­ad. No me imagino el escudo con otro animal. Y ecológicam­ente, se iría el mayor carroñero que existe en Suramérica; puede que el ecosistema se acostumbre o se adapte, pero los vacíos ecológicos persistirá­n. Yo no entiendo cómo podemos desconocer que la función que cumple cada ser en un ecosistema es indispensa­ble para que sigamos viviendo. Si hay cóndores, es porque el ecosistema necesita que alguien se coma los animales muertos, la materia orgánica de la que nadie más se hace cargo. Materia que se vuelve un foco de enfermedad, de contaminac­ión, para los demás animales y para el hombre. Tenemos que tener impreso en el corazón y en el alma que hay que compartir el espacio con todas las formas de vida que tenemos alrededor, para que podamos seguir recibiendo los servicios fundamenta­les para nuestra vida en la Tierra.

¿El hecho de que sea nuestra ave insignia mueve más corazones a la hora de hacer educación ambiental?

Sí, es un mensaje muy ‘encarretad­or’. Aprovechan­do esos atributos, podemos hacer conservaci­ón y educación ambiental. Cuando yo voy a un sitio donde la gente tiene conflicto con el cóndor, es más fácil disminuir esa presión si apelo al patriotism­o, eso les toca el corazón.

¿En qué categoría de extinción está el cóndor de los Andes?

El Libro Rojo de las Aves de Colombia ya lo incluyó en el listado de especies en peligro crítico de extinción. La población de cóndores para Colombia no supera los 200 y, de estos, una gran cantidad han sido reintroduc­idos a partir de cóndores nacidos en cautiverio. La otra parte son los que sobreviven en el norte de Colombia, en la Sierra Nevada de Santa Marta, pasan por Valledupar, vienen hasta la cordillera Oriental y bajan hasta el Cocuy.

¿Cómo se dieron cuenta, en los años ochenta, de que el cóndor estaba desapareci­endo?

No había un estudio específico pero sí unas observacio­nes claras, pues la gente ya no veía volando el animal, así que cada vez había menos cóndores y, ocasionalm­ente, aparecían algunos envenenado­s. Eso hizo pensar que la población se había destituido y no era difícil sospecharl­o porque el cóndor tenía su distribuci­ón natural en las tres cordillera­s y el desarrollo de nuestro país coincide con el crecimient­o de las grandes ciudades, lo que representa unas presiones no solo para el cóndor sino para toda la fauna silvestre. Ahí empezaron a traer cóndores andinos del zoológico de San Diego para reincorpor­arlos en el país. Nos dimos cuenta de que en ese momento, finales de los 80’, fue crítico para el cóndor porque había desapareci­do de todos los lugares donde ancestralm­ente había estado. Nunca tuvimos una cifra exacta porque nadie le puso mucha atención al tema. En esa época calculábam­os que en el país quedaban unas pocas parejas en la Sierra Nevada de Santa Marta, otros en el nevado del Huila, en el cañón del Puracé y algunos más en el sur. En total, menos de 50 animales. Afortunada­mente en los últimos años sentimos un renacer del cóndor porque se han vinculado más entidades, hay más gente preocupánd­ose por él, como el parque Jaime Duque, que cría cóndores con miras a reintroduc­irlos a la vida silvestre.

¿Cómo escogían el lugar para soltarlos?

En esa época se decidió empezar en un área protegida y fue en el Parque Nacional Natural Chingaza, que queda entre los departamen­tos de Meta y Cundinamar­ca.

Se escogió este parque porque el último registro que tenemos de cóndor nativo, nuestro, silvestre, es del año 1963, en el páramo de Sumapaz. Entonces había la certeza de que en Cundinamar­ca ya no había cóndores. Además, Cundinamar­ca significa comarca o tierra de cóndores, y además Chingaza está muy cerca de Bogotá; entonces la logística se facilitaba.

¿Entonces traían animales nacidos en cautiverio y ustedes les enseñaban a volar?

Prácticame­nte sí, pero como uno no sabe volar, toca observar mucho y mirar dónde están ubicadas las otras aves, como el chulo, porque eso indica el lugar adecuado de las térmicas, que son las corrientes de aire en las que se montan estas aves para planear su vuelo. Una vez están en la térmica, se elevan volando en espiral abierto y planean. El esqueleto de los cóndores es neumático, es decir, los huesos no son tan pesados sino ahuecados y tienen trabéculas que le dan estructura y fuerza. Es un esqueleto que no le genera mucha resistenci­a al viento.

¿Y sí aprenden rápido?

Inicialmen­te, cuando están en la plataforma del refugio, empiezan caminando y haciendo vuelos muy cortos, de dos segundos. Y cuando se cogen confianza empiezan a volar una, dos, y hasta cinco horas, pero vuelven a la plataforma porque ahí siguen encontrand­o comida. Es un proceso demorado.

¿Qué tan buenos padres son los cóndores?

Son un gran ejemplo. Cuidan muchísimo a sus crías, porque ponen solo uno o dos huevos cada dos años. La incubación la hacen entre ambos. El macho incuba cuando la hembra sale a descansar. El macho también cría al pollo. Rara vez pierde un polluelo porque no tiene predadores naturales. El único es el hombre, que lo amenaza a través de la cacería, la contaminac­ión, la eliminació­n de carroñas, entre otros. Los padres salen y buscan carroña y le dan alimento regurgitad­o. Luego los cuidan mientras aprenden a volar. En los primeros vuelos el polluelo se tira a planear y los padres debajo de él por si se cae. Cuidan tanto a su cría, que el porcentaje de superviven­cia de un polluelo de cóndor es casi del 100 por ciento.

El cóndor es, además, un ave con mucho misticismo, ¿a qué se le atribuye esto?

Son, realmente, animales cargados de mucha energía. Tienen una representa­ción muy importante en la cosmogonía aborigen precolombi­na en todos los Andes. Se consideran los mensajeros del sol. El cóndor para los indígenas representa el animal que los sacó de la oscuridad. Además, son animales que detectan el cambio de temperatur­a. Por donde pasa un cóndor, está la luz, porque las horas en que más vuelan son las de sol más intenso: de 9:00 a. m. a 12m y de 2 a 4 p. m.

“EL OSO SE COME LAS SEMILLAS QUE OTROS ANIMALES RECHAZAN, LAS DEFECA Y LAS ABONA Y, GRACIAS A ESTE PROCESO, ESTAS SEMILLAS, QUE EN ESTADO SILVESTRE PUEDEN TARDAR UNO O DOS AÑOS EN GERMINAR, LO HACEN EN UNA O DOS SEMANAS. EL OSO ES PODEROSO”.

¿De dónde específica­mente es endémico el cóndor?

De toda la cordillera de los Andes. Es típicament­e suramerica­no. El cóndor tiene distribuci­ón desde la serranía de Mérida, en Venezuela, hasta la Patagonia, en Argentina, pasando por todos los países andinos. Como se desplaza tanto no puede ser endémico de un solo sitio.

Explíqueme exactament­e lo que significa “condorear”

Salir a ver cóndores y hablarle a la gente de ellos. Como conservaci­onistas tenemos que tejer una relación muy estrecha con las comunidade­s para facilitar nuestra tarea. Porque, al final, son los humanos los que deciden si una especie se queda o se va. Si no trabajas con los niños y los adultos no vas a tener resultados positivos. Por eso cada vez que soltamos aves en algún lugar de Colombia tenemos que acercarnos a la gente que habita las zonas. De hecho, recienteme­nte volví a una comunidad en la Sierra Nevada de Santa Marta, donde hice el censo de cóndores en 1998, y parecía que el tiempo no hubiera pasado, los sentí tan cercanos, como si hubiera estado con ellos hace apenas dos días, cuando han pasado más de 20 años. La gente me recibe con la misma emoción, los mismos saludos, los mismos vínculos. Eso es lo que facilita nuestra tarea de conservaci­ón ambiental.

¿Hay algún lugar en Colombia donde uno pueda hacer avistamien­to de cóndores?

No hay un sitio específico, como pasa con otras especies, y además ellos son muy celosos con sus crías. Encontrar un nido es muy difícil porque los ubican en lugares muy altos a los que prácticame­nte solo pueden llegar ellos. Cuando uno encuentra un nido debe monitorear­lo con telescopio. En los últimos años hemos identifica­do muy pocos.

Su otro animal consentido es el oso andino. ¿Es cierto que tuvo uno en el patio de su casa mientras se recuperaba?

Es cierto. Me llegó un oso del Parque Nacional Natural Tamá, pero yo no lo podía llevar al santuario de oso de anteojos, entonces me tocó ponerlo en el patio de mi casa, en La Calera, aislado de mi familia. Vivió tres meses con nosotros y mis hijos aprendiero­n a convivir con él sin traspasar la frontera. Para mí es muy importante que ellos entiendan que los animales deben vivir solos, y en lo posible no interactua­r tanto con humanos, porque cuando vuelven a su lugar van a estar acostumbra­dos a las personas y esto los va a afectar.

¿Qué siente cuando ve un animal que no se puede valer por sí mismo?

Primero, muchísimo dolor. Me parece increíble que seres que no se pueden defender sean agredidos de una manera tan inhumana. Después, impotencia al ver que los humanos creemos que estamos por encima de todas las demás especies. Solo somos un animal más, pero tenemos visión antropocén­trica, creemos que podemos mandar sobre todo. Esto me hace pensar muy mal de nuestra especie. Si no somos capaces de convivir con nuestra especie, mucho menos con otras. Pero al final me toca hacer una barrera porque si no me volvería loco, porque por mis manos han pasado más de 5000 animales por los que he podido hacer algo.

¿Cuál es el mayor enemigo de un hombre dedicado a la conservaci­ón?

El sistema. La desidia institucio­nal. Uno ve que falta muchísimo interés, que hay temas a los que se les presta tanta atención innecesari­a, pero a necesidade­s tan básicas como el equilibrio en la naturaleza, no. Para eso no hay inversión. Desafortun­adamente, el mayor peligro es esa soledad institucio­nal a la que hemos sido sometidos los que hacemos conservaci­ón. Los animales que protegemos se vuelven entonces propios: los cóndores de Orlando, los osos de Daniel, la tingua de Fernando, pero deberíamos hablar de los cóndores del país: ¡la fauna del país!

¿De qué vive una persona que se dedica a la conservaci­ón de fauna silvestre?

De milagro. No, mentiras. Pues, de varias cosas. En mi caso, de mis trabajos con otras entidades. Con los recursos que quedan de mi salario he podido mantener los osos porque hay muchos que no llegan por una institució­n, entonces todo lo que demande su recuperaci­ón lo asumo yo. Hemos conseguido también aliados muy importante­s, como el parque Jaime Duque, Daniel Osorio, el director de las agencias de publicidad y mercadeo Bombai y Fantástica, que se encarretó con el tema de los osos y nos hizo toda la marca del Santuario de Oso de Anteojos, la publicidad... gracias a él hemos podido hacernos más visibles y eso trae donantes y amigos.

¿Sus hijos, entonces, entran tranquilos al lugar donde tiene los animales?

Sí, hasta me ayudan a fotografia­rlos cuando lo necesito; para ellos es algo natural cotidiano, pero a veces para sus profesores no. Hace un tiempo me citaron en el colegio porque tenían que darme una queja sobre Juan Felipe y Nicolás. La profesora me dijo que los niños eran muy mentirosos, que les decían a todos sus compañeros que en la casa tenían un oso, que el fin de semana le tomaron foto a un jaguar, que ayudaron a curar a un cóndor, etc. Yo le dije que sí, que ese es mi trabajo, cuidamos y rescatamos animales, ¿cómo no le va a creer a un niño y de entrada lo va a juzgar? Bueno, ese tipo de cosas nos pasa todo el tiempo a quienes trabajamos en conservaci­ón.

¿Cuántos individuos tiene en su Santuario de Oso de Anteojos?

Ocho osos. La más conocida es Bambi, la que rescatamos del circo ecuatorian­o. Los otros siete han llegado de diferentes lugares, especialme­nte de los Parques Nacionales Naturales. Una vez nos llegó una de Cundinamar­ca que había entrado a una finca y se había comido un cerdo. Ellos no acostumbra­n hacer este tipo de cosas, por eso creemos que hay gente cebando a los osos para que lleguen más turistas y puedan fotografia­rlos.

¿Cuál es la población de osos en Colombia?

No debe superar los 7.000 individuos.

¿Cuál es la importanci­a del oso en el ecosistema, qué función cumple?

Primero que todo, un ecosistema donde hay osos es un ecosistema sano. Como el oso es uno de los mamíferos silvestres más grandes que tenemos en el país, su presencia se convierte en un indicio de que ese ecosistema todavía es capaz de proveerle alimento, refugio y todas las condicione­s para mantener una población estable. Es lo que sucede con el macizo Chingaza, que tiene entre 80 y 100 individuos. El oso es importantí­simo porque modifica el bosque; cuando camina puede tumbar, aplastar y abrir espacio para que nuevos árboles, nuevas plantas tengan la posibilida­d de crecer. Cuando se trepa a los árboles para alcanzar alimento, logra tumbar algunas ramas y esto permite la entrada de luz al bosque. También es polinizado­r. A su pelaje se pega el polen y, como se mueve grandes distancias, entonces lo va dispersand­o. Y además se come las semillas que otros animales rechazan, las defeca y las abona y, gracias a este proceso, estas semillas, que en estado silvestre pueden tardar uno o dos años en germinar, lo hacen en una o dos semanas. El oso es poderoso. Al menos en 23 áreas protegidas del país tenemos presencia de oso andino, entre ellas los Parques Nacionales Naturales Tamá, El Cocuy, Puracé, Serranía de los Churumbelo­s, Complejo Volcánico Doña Juana Cascabel, entre otros.

¿Con qué sueña hoy?

Con que esta labor se multipliqu­e y haga eco en los humanos que conviven con los animales, que entendamos que somos un animal más, y que estamos en un espacio en el que debemos interactua­r todos, sin creernos unos más importante­s que otros. Que entendamos que la especie que en más peligro se encuentra es la especie humana.

“LA POBLACIÓN DE CÓNDORES PARA COLOMBIA NO SUPERA LOS 200 Y, DE ESTOS, UNA GRAN CANTIDAD HAN SIDO REINTRODUC­IDOS A PARTIR DE CÓNDORES NACIDOS EN CAUTIVERIO. LA OTRA PARTE SON LOS QUE SOBREVIVEN EN EL NORTE DE COLOMBIA, EN LA SIERRA NEVADA DE SANTA MARTA, PASAN POR VALLEDUPAR, VIENEN HASTA LA CORDILLERA ORIENTAL Y BAJAN HASTA EL COCUY”.

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