Ver para comer Heredero de una estirpe de cocineros
DURANTE MÁS DE 20 AÑOS, LA ARGENTINA MARCELA LOVEGROVE SE HA DEDICADO A FOTOGRAFIAR ALIMENTOS MIENTRAS PERFECCIONA EL ARTE DE COMBINAR COLORES, TEXTURAS Y SABORES. HOY TRANSMITE SU EXPERIENCIA EN TALLERES DONDE COMPARTE SU PASIÓN POR EL FOOD STYLING.
¿Qué hace un Food Stylist?
Preparamos la comida con el objetivo de ponerla frente a una cámara. Detrás de eso hay todo un proceso; nos ocupamos de hacer las compras, de saber cuál es el lugar más indicado para la producción y poder cocinar los alimentos para que tengan el punto que, frente a la cámara, muestre su mejor versión. Sabemos qué colores combinan bien, cuáles son las texturas indicadas y las vajillas más adecuadas. Desarrollamos gusto por la composición de la foto, y pensamos en función del arte que envuelve esa escena.
Nosotros cocinamos para ver, no para comer. Muchas veces tenemos que sacrificar el sabor en función de lo visual.
¿Cuál es su historia con la profesión?
Llegué al oficio por casualidad. A los 25 años, yo era asistente del gerente de marketing en una empresa de alimentos y la persona que trabajaba en una producción se retiró. Me dijeron que teníamos que hacer la foto de un nuevo queso y me preguntaron si sabía cocinar y, aunque no sabía, acepté. Yo siempre he pensado que si no sé algo, lo puedo aprender. Por eso mismo, a los 64, acepté la propuesta de salir en televisión. Desde ese día empecé a mirar con más detalle las fotograf ías de alimentos. Mi padre trabajaba en una empresa estadounidense y cada vez que viajaba le rogaba para que me trajera revistas de comida. Mirando y analizando cada una de las imágenes aprendí.
¿Qué referentes han orientado su propuesta? Cuando yo empecé no tenía referentes en Argentina, tenía el mercado para mí y una colega. Durante años filmé comerciales de televisión, con mucho sacrificio y muchas horas de trabajo aprendiendo tras ensayo y error. Por eso, todas las personas que me asistieron y que conocí en esos días fueron mis maestros.
Las revistas que me traía mi padre también me ayudaban mucho. Yo me devoraba la Bon Appetite y la Food & Wine, se me abría el cielo cuando las leía. Después aparecieron Savoir, Cooking Light y Betty Crocker.
¿Y la etapa de enseñar?
Soy una persona muy apasionada y enseñar realmente me emociona. Decidí hacerlo por una crisis de edad. Cuando cumplí 60 años sentí que había cumplido un ciclo y por eso quise empezar a dar clases. Me gusta creer que con esto perpetúo lo que amo. Transmitirlo a quienes empiezan me llena de felicidad.
Cada plato cuenta una historia en sí mismo,
¿cuál es la intención de la imagen?
Cuando trabajo publicitariamente, quiero destacar las propiedades y bondades de lo que estoy vendiendo. Si, en cambio, estoy haciendo un recetario o un libro apelo más a la emoción, a contar una historia.
¿Qué es determinante para lograr una buena foto? La imagen final es un todo. Por eso yo siempre digo que hay que cuidar cada uno de los detalles, desde el transporte de los alimentos hasta su ubicación en el refrigerador y la forma como se van a cocinar. Hay que partir de buenos ingredientes, una buena vajilla, una buena técnica y, sobre todo, de un concepto claro. Cada foto tiene alma y una intención diferente. Y una buena fotograf ía, por más simple que sea lleva tiempo.
¿Qué lugares están a la vanguardia en Food Styling?
Europa y Estados Unidos. Los mercados latinoamericanos son más miedosos. El mundo tiene una buena cantidad de creadores y millones de recreadores. Yo me conformo con ser una buena recreadora, porque saber interpretar a los creadores y conseguir un estilo propio es ya bastante; crear una tendencia no es tan fácil, es un don.
¿Cómo se siente frente a los foodies y sus fotos de platos en redes sociales?
Los foodies no excluyen a un Food Stylist profesional, las dos cosas van a la par. Y, de hecho, gracias a las redes sociales y a las personas que les dedican tiempo a ellas, es que nuestro oficio ha salido a la luz. Convivimos bien.