UN WHISKY DOBLE
NO SE TRATA DE CANTIDAD, SINO DETENER EL DOBLE DE EXPERIENCIA.
La primera mentira es que para disfrutar de un buen whisky se necesita seguir un rito inamovible. Mientras algunas personas siguen debatiendo sobre la cantidad ideal de hielo que se debe servir o se indignan cuando alguien sugiere hacer un coctel clásico con un whisky escocés, otras, simplemente, se sientan y lo disfrutan. Puede ser solo, en las rocas; en un Highball –con soda y un twist de limón–, o en un coctel más elaborado, como el Penicillin. Lo que importa, en el fondo, es la experiencia.
El Scotch Egg Club, por ejemplo, es una auténtica fiesta que celebra dos tradiciones de Escocia: la del buen whisky y la del scotchegg.
Corrían los primeros años del siglo XX en Londres y Tommy Dewar tuvo la idea de crear un club en donde los invitados pudieran experimentar el whisky de una manera diferente. Como él era fanático de la cría de gallinas, les ofrecía a sus invitados un scotchegg –una receta típica que consiste en hervir un huevo, cubrirlo con una capa de carne de salchicha de cerdo, apanarlo y freírlo en aceite caliente– y amenizaba las reunio-
nes con el whisky de su familia. Fue casi una revolución, pues el club invitaba a vivir el destilado más representativo de Escocia como si fuera una fiesta, con juegos, trivias y buenas conversaciones. Como la idea era pasar un buen rato, el whisky no tenía que tener corbatín; y los invitados, tampoco.
La segunda mentira es que el whisky es solo para viejos. La experiencia de tomarse un buen blend escocés está abierta para todos los paladares. Desde las épocas en que nació el Scotch Egg Club, Tommy quiso darle al whisky de su fa- milia una identidad propia, a través de un sabor más suave y balanceado, que acompañara mejor ese tipo de experiencias. Poco a poco se dio cuenta de que la clave estaba en las barricas y por eso decidió hacerle un doble añejamiento a la mezcla. Mientras las otras marcas de blends escoceses añejaban las maltas base y luego embotellaban justo después de la mezcla, él volvió a poner la mezcla en las barricas. Su objetivo resultó mejor de lo que esperaba y el Dewar’s se convirtió en la comprobación absoluta de que si algo sucede dos veces, es mucho mejor.