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@JAMIEOLIVER
@JAMIEOLIVER Los posts menos exitosos de Jamie Oliver logran más de 20.000 likes en Instagram. Una foto casi sin edición de unos arándanos sobre una tabla de madera, por ejemplo, apenas lleva los hashtags #cranberries e #ingredients, pero sus seguidores la llenan de comentarios en los que sugieren hacer un gin tonic con las pepitas rojas frescas o dejarlas secar y mezclarlas con queso camembert. Un post exitoso, por el contrario, alcanza fácilmente los 60.000 “me gusta”. No es para menos: sus fotos de platos humeantes parecen afectar hasta el olfato de sus seguidores.
Oliver hace parte de esa ola de cocineros que –como Mario Batali y Anthony Bourdain– unieron el poder de la televisión, la comida y los libros para convertirse en caras conocidas por todo el mundo. Sus primeros trabajos en Londres le enseñaron el valor de las recetas exactas y la agresividad de las cocinas que dirigen los chefs más famosos del mundo. Después, sus productores británicos le enseñaron a establecer con los televiden- tes conversaciones tan irreverentes como sabrosas y sus libros le enseñaron a entender el valor que tenía para la gente la comida saludable (que no es otra cosa que la comida real).
A veces sus canales de YouTube e Instagram son un recuerdo de lo que fueron sus programas de televisión, en otras ocasiones publica videos que son un compendio de tips y técnicas para cocinar y también sube fotos de sus viajes o de los paisajes que descubre para los documentales que todavía realiza. Sin embargo, llegar a sus redes es como entrar a una feria que reúne ingredientes de todo el mundo, platos que preparaban las abuelas y montajes que solo se ven en un restaurante de lujo. Lo mejor es que las recetas, casi todas, están a solo un clic