CAROLINA
GAITÁN
Carolina Gaitán aceptó la propuesta de DONJUAN y se puso un tapabocas para una sesión de fotos impactante. Fue un cambio de planes de última hora para hablar del tema que, de un momento a otro, se convirtió en la mayor preocupación mundial. Los tapabocas son una metáfora del aislamiento al que se está enfrentando, en este momento, toda la humanidad.
NO ESTABA EN NUESTROS PLANES QUE CAROLINA GAITÁN SALIERA EN ESTA EDICIÓN CON UN TAPABOCAS. TENÍAMOS LISTA NUESTRA EDICIÓN MUSICAL, PERO ELLA ACEPTÓ LA IDEA DE UNA NUEVA SESIÓN BASADA EN LA PANDEMIA Y QUE HABLARA DEL AISLAMIENTO AL QUE TODOS NOS DEBEMOS SOMETER PARA ENFRENTAR AL CORONAVIRUS. ADEMÁS, NOS DEJÓ ESTAS FOTOGAFÍAS QUE SON LA METÁFORA DE ESTE MOMENTO HISTÓRICO.
E–Esto parece una película – le dijo el oficial de migración a Carolina Gaitán.
Ella miró a su alrededor. La sala de inmigración del aeropuerto de Los Ángeles, el tercero más congestionado del mundo, estaba totalmente vacía. Carolina suele viajar constantemente entre Bogotá y Los Ángeles, donde vive, y esta era la primera vez que no tenía que hacer fila para llegar a la revisión de su pasaporte. Pero no había ninguna razón para alegrarse. El ambiente de ese día era desolador: una buena cantidad de vuelos habían sido cancelados y el enorme aeropuerto era, prácticamente, una ciudad fantasma.
Era la tarde del 15 de marzo. Había 3.000 casos confirmados del virus SARSCoV-2 en Estados Unidos y 34 en Colombia.
La mañana anterior, Carolina había llegado a las 6 de la mañana al estudio de fotografía de Hernán Puentes. Estaba en Colombia para lanzar su nuevo single, El primer beso, y el plan original era hacer fotos para la edición musical de DONJUAN. Todo estaba listo: bandanas, chaquetas de cuero, accesorios negros. Pero era imposible ignorar lo que estaba sucediendo: las fotos de las ciudades europeas vacías, los mensajes de las autoridades de salud pidiendo evitar el contacto físico; los números de la pandemia eran alarmantes. El entorno era el mismo. El miedo empezaba a sentirse. Las precauciones eran evidentes. Isabel Cristina González, nuestra incansable productora, repartía tapabocas entre todo el equipo de trabajo; seguía el protocolo que había empezado a circular en Colombia para sitios cerrados y con varias personas. La gente, apenas llegaba, iba al baño a lavarse las manos. La realidad había hecho que –también– tuviéramos una propuesta que solo la tarde anterior habíamos discutido: ¿Por qué no hacer unas fotos alusivas a la pandemia? Hicimos una maqueta y el equipo, con Isabel a la cabeza, logró tener en tiempo récord la preproducción a las 8 de la noche del viernes. A las 6 de la mañana del día siguiente, en el estudio de Hernán Puentes, estaban todos los elementos listos para el plan B. Todo dependía de Carolina.
–Esto nos está tocando a todos –dijo ella–. ¡De una!
Unos minutos después, Carolina estaba con un aséptico biquini blanco frente a una cortina de plástico y un fondo azul. Hernán Puentes, detrás de su cámara, pedía acomodar las luces para convertir los reflejos de la cortina en una metáfora del aislamiento y le pedía a Carolina que se arrodillara, que se acomodara los guantes o el tapabocas. Cuando terminó la sesión, alguien compartió un dato: habían encontrado seis casos nuevos del virus en Colombia.
Me contó que la música siempre ha sido su refugio y que cuando fue a Cuba para investigar el personaje de Lola Calvo ‘La Lupe’ –el papel que interpretó en Celia–, quedó prendida de los ritmos latinos y con la historia de todas las mujeres que cantan: “Descubrí que todos los gestos de ‘La Lupe’, su forma de tocarse la cara mientras cantaba, venían de una desolación muy profunda. Eso mismo lo vi en Amy Winehouse y Nina Simone”. Fue de esa idea que salió Vida, un monólogo que desarrolló junto al escritor y director Johan Velandia y que presentó el año pasado en Bogotá. También habló de su nuevo single, El primer beso, que hará parte de un disco que espera lanzar este año: “Es la primera canción con la que me animo a cantar algo que no compuse”, dice. “Salió de una reunión creativa en el estudio de Tomás Zuluaga, en la que estuve trabajando con Sebastián Ceballos y Andrés García, los músicos que tenían esa canción”. En ese momento había 13 casos confirmados en el país y una calma tensa; luego todo se desbordó. Tres días después la llamé a Los Ángeles, la ciudad más grande de California, que, como el resto del mundo, estaba funcionando a media marcha.
–Es impresionante. Si algo me gusta de esta ciudad es que tiene una vida cultural superintensa, pero todos los sitios de conciertos cerraron. El Ace Theatre, donde justo antes de ir a Colombia vi a Michael Kiwanuka y a James Blake; el Troubadour, el bar insignia del rock donde vi a Fink, y The Forum, donde vi a Bon Iver y a Dead & Company. Todos están anunciando que los shows están aplazados o cancelados.
–¿Y usted? ¿Ha tenido que cancelar algún evento?
–Yo alcancé a hacer mis conciertos en Colombia antes de que declararan la emergencia, pero con tantos cambios es imposible no sentir ansiedad.
Los Premios India Catalina, a los que estaba nominada como mejor actriz –por el papel de Manuelita Sáenz que interpretó en la serie sobre el general José María Córdova–, quedaron aplazados, y aunque no ha comenzado la temporada de Vida, su obra teatral, el efecto dominó de las funciones canceladas podría hacer que llegara su turno.
–Todo esto parece muy darwiniano. ¿No? –dice Carolina–. Parece una oportunidad para aprender a adaptarse.
Usted viajó de Bogotá a Los Ángeles en plena crisis por el coronavirus. ¿Qué fue lo más impactante?
Al llegar acá a Los Ángeles lo más chocante fue la soledad del aeropuerto: el vuelo estaba superdesocupado y el aeropuerto estaba vacío. ¡Eran las seis de la tarde y asustaban! No había nadie y los pocos que había, todos con máscaras. Yo me sentía como si estuviera en Contagio [la película]. Y ahora no sé qué hacer, porque en abril tengo unos compromisos en Colombia y si quiero cumplirlos debería devolverme ya para pasar el periodo de aislamiento. La verdad, me siento en un lost in translation.
¿Por qué decidió devolverse?
Por mi esposo, Nico. En momentos así uno siente la necesidad de estar con la gente que uno quiere. Mis papás están juntos, tienen a mi familia, pero él estaba acá solo, en Los Ángeles. Los dos estamos trabajando desde la casa y sentimos la tensión de toda la situación.
Hoy [16 de marzo], ¿cómo se sienten las calles allá?
No hay restricciones para salir, como en Europa. Cualquiera puede salir. Pero solo los supermercados están abiertos; de resto, nada. De hecho, yo me devolví también porque esta semana tenía un taller para estudiar una técnica de actuación, que es la técnica de Meisner, y tenía que terminar mi workshop. Pero ahora todo lo puedo hacer por internet.
¿Y qué es esa técnica?
Yo hace años estudié actuación en Nueva York en el Lee Strasberg Theatre and Film Institute, con un método que se llama The Method. Es una técnica que trata la memoria emotiva; es decir, todo lo que le aportas al personaje que estás trabajando lo haces con base en vivencias que tú has tenido. En cambio, la técnica que estoy estudiando ahora, la de Meisner, es una que le da, primero, mucho más poder a la imaginación y enseña cómo ser veraz, así uno no haya tenido esas vivencias; y, segundo, se enfoca en tu compañero de actuación: todo lo que te da tu partner es lo que tú tienes para responderle.
Volviendo a la crisis sanitaria, todo ha cambiado muy rápidamente. ¿Cómo cambió su actitud?
Yo, en Colombia estaba con el lema de no caer en el pánico, de mantener la normalidad. Pero, poco a poco, cuando uno escuchaba a gente conocida en Europa fue imposible no sentir que la epidemia es real y es grave. Eso genera ansiedad porque nunca habíamos experimentado algo así. Al menos yo, los colombianos de mi generación, no lo hemos sentido. Todo es nuevo.
Se habla del aislamiento como una forma de reducir el contagio. ¿Cómo se alista para esa etapa?
Nosotros tratamos de tener un mercado suficiente como para no tener la necesidad de salir de la casa. Se trata de pensar en uno mismo: como yo soy pescetarian y solo como pescado, siempre intento tener una buena cantidad de langostinos congelados. También mucha leche de almendra… Esa es mi munición, en general. También verduras que se puedan congelar. Lo que sí me pareció es que acá los estadounidenses se pusieron locos en el mercado comprando hasta lo que no necesitan; no se trata de eso tampoco.
Alistarse, pero con un sentido de responsabilidad.
Sí. Y eso también está en la actitud, porque hay que tener consciencia. Los colombianos somos supercálidos, nos encanta abrazarnos y saludarnos de beso. A mí me gusta ser así, pero empecé a proponerme, si veo a algún conocido, saludarlo de lejos. Y hubo una cosa que me pasó en el avión y que me dejó pensando: decirles a las otras personas lo que a uno le molesta no significa ser grosero. Es decir, si el señor de al lado se queda dormido y de repente empieza a toser hacia uno, uno puede hacerle saber, de forma respetuosa, que no lo haga. Lo otro que pienso es que hay que hacer caso a lo que dicen las autoridades: si vuelvo a Colombia, hay que aislarse de forma responsable y así cueste un montón, no voy a ver a mis padres: no quiero afectar a las personas que quiero.
¿Ha tenido otras enfermedades virales?
Solo he tenido paperas. Cuando tuve, mi esposo dormía a mi lado. Y no nos importó porque decidimos aislarnos juntos. Pero para este caso, si debo aislarme en Colombia, así me sienta divinamente, ver a mis papás o a los amigos sí sería una irresponsabilidad. No solo con ellos, sino con el resto de la gente. Si uno quiere estar cerca de alguien, toca por teléfono, como si estuviera en otro país… Es duro, pero es mejor.
¿Qué vamos a aprender de todo esto?
Primero, a adaptarnos. Y segundo, que todos estamos igual de expuestos e igual de vulnerables, como humanos. Esta experiencia nos permite darnos cuenta de que somos absolutamente iguales. ■