Julián de Zubiría.
En época de elecciones y posverdad viene bien preguntarse por la democracia desde sus raíces ancladas en la sociedad civil e inseparables de la educación.
La democracia está amenazada. Un país en el que la mitad de los jóvenes no puede ni siquiera extraer una sola idea de un párrafo, no debería llamarse democracia. La democracia exige una educación pública, robusta y de calidad. De lo contrario, las nuevas generaciones no consolidan la libertad y la autonomía, sin las cuales no es posible que la población elija de manera independiente. En Colombia, la educación pública ni es robusta ni es de calidad.
Kant concluyó que el fin último de la educación era alcanzar la “mayoría de edad”. Es decir, formar un individuo que tuviera criterio propio para enfrentarse en la vida a las complejas decisiones sociales e individuales. Sin duda, podemos decir que, en Colombia, hay muchas personas mayores de dieciocho años, pero que todavía hay pocos “mayores de edad”, en el sentido kantiano del término. Mientras no mejoremos estructuralmente la calidad de la educación, seguirá amenazada nuestra ya débil democracia.
Una segunda amenaza se cierne sobre la democracia a partir de lo fácil que hoy resulta manipular a un electorado del cual se conocen sus gustos, sus amigos, sus lecturas y sus perfiles. A cualquier demócrata se le eriza la piel al saber lo que han hecho en el mundo para cambiar la intención de voto de unos cuantos que han terminado por alterar el mapa político mundial. Es triste e impactante saber cómo las redes sociales permiten divulgar mentiras que hacen pasar por verdades y falacias que, de tanto repetirse, simulan la verdad. No vivimos en la era de la postverdad, sino de la mentira.
La carencia de una sociedad civil organizada y crítica, que actúe como interlocutora de la política pública, también debilita la democracia.
No es posible que la democracia sea tan frágil que no tenga la fuerza para defenderse de los ataques cibernéticos y que necesariamente estemos condenados a la manipulación. Es increíble que nuestro destino necesariamente sea la decepción y la desesperanza.
Somos muchos los que creemos que la democracia se debe robustecer. Todos sabemos que, en últimas, la esencia de los problemas y de las soluciones, vuelve nueva y necesariamente a la educación. Pero mientras llegan los cambios estructurales necesarios, bienvenidas todas las estrategias que nos permitan ampliar nuestra restringida democracia.
No puede ser que solo confiemos en el 4 % de las personas que conocemos y que no hagamos nada para reestablecer el tejido social que las guerras y las mafias destruyeron.
Sé que la democracia la construimos todos cuando respetamos las filas; cuando no evadimos los impuestos; en las familias, cuando no atropellamos la voz de nuestra esposa y nuestros hijos, y en las calles y los parques, cuando respetamos las normas mínimas de convivencia. La democracia es una construcción cultural y, por ello, debemos seguir cuidándola y construyendo.
Un voto libre, independiente y ref lexivo ayudará a que nuestro destino sea más humano, más sensible y más feliz.
“No es posible que la democracia sea tan frágil que no tenga la fuerza para defenderse de los ataques cibernéticos y que necesariamente estemos condenados a la manipulación”.