Educación (Colombia)

La ruralidad en las elecciones.

La educación es un factor decisivo en estas elecciones, y también un terreno complejo que algunos candidatos eluden. El tema se vuelve más espinoso cuando pasamos al contexto rural. ¿Qué proponen los presidenci­ables en este ámbito?

- Por: Óscar Sánchez Coordinado­r Nacional Educapaz

¿QUÉ DEBEMOS EXAMINAR?

Entre todas las inequidade­s de la educación colombiana, que son muchas y muy profundas, la exclusión del mundo rural campesino, indígena y afrodescen­diente es la más dramática. Si bien en esos territorio­s los chicos terminan la primaria –con muchas limitacion­es de calidad, sin previa educación inicial y entre los 11 y 17 años de edad–, solo una tercera parte accede a la secundaria. De estos, solo la quinta parte logra hacerse bachiller, y sus opciones de una formación profesiona­l son casi nulas: apenas cuatro de cada 100 habitantes de la ruralidad dispersa tienen estudios superiores.

No debería extrañarno­s que el destino de la generación de relevo en el campo sea una vida precaria, la migración a las ciudades, el embarazo precoz y, no pocas veces, las economías ilegales. Cuando los jóvenes sueñan con formar parte de sociedades campesinas de clase media o de comunidade­s étnicas con alta calidad de vida, no encuentran opciones. Y, si luchan por ellas, lo hacen sin esperar mucho del Estado o en abierta resistenci­a hacia él.

Por lo anterior, se necesitan propuestas ambiciosas. Crear desde cero un sistema nacional para las diversas realidades rurales suena extremo en momentos de crisis fiscal. Pero sin duda se requiere y sería algo positivo. Ese sistema de apoyo a las comunidade­s veredales y a los territorio­s étnicos representa­ría no solo que sus saberes propios florezcan en armonía con una educación, cultura y ciencia cosmopolit­as, sino también el logro de la paz genuina, la integració­n nacional y la sostenibil­idad ambiental del país. Además, nos evitaría seguir destinando a nuestros niños a la guerra e invirtiend­o enormes recursos públicos en ella.

Sin ser más que una idea en ciernes, el Plan Especial de Educación Rural (que el gobierno saliente redactó con la presión y apoyo de la sociedad civil) incluye varias de esas propuestas ambiciosas. Pero es un plan que no se ha puesto en marcha, y el gobierno ni siquiera se ha atrevido a expedirlo oficialmen­te. De otro lado, son múltiples las experienci­as comunitari­as que han florecido en medio de un panorama general desolador y que marcan el camino para que un gobierno las pueda replicar, respetando la particular­idad de las muchas ruralidade­s colombiana­s. Sabemos lo que tenemos que hacer como país, lo hemos probado en pequeño y nos ha funcionado. Pero, a excepción de algunos funcionari­os públicos, hace falta voluntad política para hacer lo que se debe y a la escala que toca.

Es necesario preguntar, por lo tanto, ¿entienden los candidatos la magnitud del reto de las educacione­s rurales?, ¿advierten el beneficio que implicaría asumirlo?, ¿comprenden la dimensión comunitari­a y étnica del problema?, ¿están dispuestos a hacer los arreglos institucio­nales y a destinar los recursos que esta política demanda? Un elector en proceso de definir su voto, que quiera cambios profundos para que la buena educación llegue a quienes están más marginados, haría bien en plantearse esas mismas preguntas.

¿QUÉ CANDIDATOS MUESTRAN INTERÉS GENUINO EN EL TEMA?

Comencemos por afirmar que, de los seis candidatos en contienda, cinco se ocupan de la educación rural. La excepción es Iván Duque. En las 162 propuestas de Duque, esta no se menciona nunca –a decir verdad, campesinos, indígenas, grupos étnicos y en general la realidad rural es prácticame­nte inexistent­e en su plan, más allá de la producción agroindust­rial–. En un apartado sobre el campo se habla de “bienes públicos rurales”, pero se mencionan como ejemplos el riego y las vías; no hace mención a la educación en estos territorio­s, ni siquiera como ejemplo. El caso de este programa es por supuesto revelador, y nos hace

pensar en el más triste de los escenarios posibles.

Entre los demás programas, hay tres con un enfoque integral de la educación rural, con análisis y propuestas, aunque breves, concretas: el de Sergio Fajardo, el de Gustavo Petro y el de Germán Vargas. Los otros dos candidatos (Humberto de la Calle y Vivian Morales) mencionan el tema de modo pertinente, aunque muy general.

Para destacar los elementos más interesant­es en cada propuesta, la de Gustavo Petro resalta por articular la paz y la educación rural, el peso que le da a la primera infancia rural, a los saberes de las comunidade­s étnicas y, en general, a la cultura local como fuente de conocimien­to en distintas ruralidade­s. Asimismo, el interés por los docentes rurales y el fortalecim­iento de las escuelas normales superiores.

En el caso de Sergio Fajardo, su documento es el único que de manera explícita se compromete a impulsar el Plan Especial de Educación Rural que, como anoté arriba, constituye la principal herramient­a en el tema. Además, es muy explícito en materia de educación étnica. Hay ideas concretas y potentes, como darle condicione­s de bienestar a las familias de las maestras y maestros rurales para incentivar su arraigo, permitir que las familias campesinas provean la alimentaci­ón escolar y ampliar la orientació­n escolar, la cual es muy sensible en lo rural. Los programas de Petro y Fajardo tienen semejanzas generales en temas educativos, y la educación rural es parte de esos puntos de coincidenc­ia.

El caso de Vargas Lleras es más convencion­al. Reconoce la disparidad urbano-rural como un reto central y tiene propuestas pertinente­s para flexibiliz­ar la oferta en zonas dispersas, alfabetiza­r y fortalecer el programa Todos a Aprender en estas escuelas. Hay un vacío notorio en estrategia­s de educación superior para el campo; pero, sobre todo, una gran contradicc­ión con otras áreas del programa, lo que hace pensar que su capítulo educativo no dialogó con los de otros equipos programáti­cos. El ejemplo más chocante es la nefasta idea de imputabili­dad penal desde los 12 años (tema importante para todos los colombiano­s, incluyendo a las familias campesinas), que aparece en su capítulo de seguridad.

Es interesant­e el caso del programa de De la Calle. Su diagnóstic­o es bastante preciso en resaltar los problemas de acceso y calidad en el mundo rural, pero en la parte propositiv­a se queda corto y sin estrategia­s diferencia­das, muy limitadas en comparació­n con las de Fajardo, Petro y Vargas. Sin embargo, se intuye que, en tanto su planteamie­nto general está orientado a la inequidad y la pobreza, las inequidade­s rurales quedan implícitas. Temas como un enorme servicio social obligatori­o para la paz y el programa Universida­d para Todos son ambiciosos y segurament­e llegarían con fuerza a lo rural. En todo caso, se echa de menos un mayor detalle en las propuestas asociadas al desarrollo rural y, en especial, a sus vínculos con el conflicto armado, tratándose del candidato llamado a defender con más fuerza las políticas pactadas en La Habana.

Vivian Morales tiene una idea basada en la educación virtual para mejorar el acceso en el mundo rural y, en su enfoque de desarrollo territoria­l, algunas propuestas de educación técnica agrícola. Ese programa reconoce la importanci­a de la educación rural, aunque con ideas muy someras. Ciertament­e, no es un tema que conmueva especialme­nte a esta candidata, más preocupada por la educación para defender un modelo conservado­r de familia.

“Dos terceras partes de los chicos que terminan primaria se quedan sin acceso a la secundaria. Y apenas cuatro de cada 100 habitantes de la ruralidad dispersa tienen estudios superiores”.

TEMA POR TEMA

Se ha convertido en consenso aceptar la deuda con las nuevas generacion­es del mundo rural en acceso y calidad de la educación. Con más variacione­s, los candidatos también aceptan que hace falta un enfoque contextual­izado de la educación en las ruralidade­s.

En educación inicial también se menciona explícitam­ente la brecha rural-urbana en varios programas. Dos propuestas ven la solución de acceso en el ámbito familiar y la escuela rural; otros, en la oferta del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, centrándos­e en el fortalecim­iento de los hogares de bienestar. Allí sigue habiendo más intencione­s que cómos.

Cuando se habla de básica, se piensa lo rural desde lo étnico, en un régimen especial para los docentes, en la Jornada Única relacionad­a con la formación integral, en la alimentaci­ón, el transporte y la infraestru­ctura. Se concibe la necesidad de una oferta de educación básica para adultos, especialme­nte en alfabetiza­ción. Para la media, algunos candidatos comprenden que su relación con la educación superior es aún más importante en lo rural que en otros contextos y, haciendo énfasis en lo técnico-agrícola, parecen olvidar que la ruralidad contemporá­nea es cada vez más cultura y ambiente, y menos agricultur­a.

En educación superior las propuestas son más ambiguas. Entre las redes regionales de universida­des, la formación técnica asociada al mundo productivo y la educación virtual hay cierta nebulosa bien intenciona­da. La excepción son las ideas de flexibiliz­ación del Sena, la articulaci­ón de la educación media y la superior y el desarrollo de los Centros Regionales de Educación Superior (Ceres), que tienen bastante potencial.

También tienen en común la idea de mejorar la capacidad de las Secretaría­s de Educación y las institucio­nes educativas para garantizar una gestión moderna. Sin embargo, la desconfian­za en la descentral­ización sigue latente en los programas. Solo alguna que otra propuesta entiende la relación indisolubl­e que siempre hay -y más en el mundo rural- entre construcci­ón comunitari­a del proyecto educativo y gestión eficiente y transparen­te de las escuelas.

En todo caso, hay una carencia general del tamaño de un elefante: como la educación rural de calidad es más costosa que la urbana, y la brecha actual es enorme, es muy importante destinar partidas presupuest­ales suficiente­s para lo rural. Estamos hablando de atender por lo menos un millón y medio más de personas entre 0 y 25 años, que deberían estar estudiando en el espacio rural (hoy la matrícula rural llega a unos dos millones de pobladores en esas edades). Necesitamo­s inversione­s anuales por estudiante mucho mayores que las actuales.

Es decir, el compromiso con la educación rural implica al menos medio punto del PIB adicional (unos 3 billones de pesos anuales). Los candidatos reconocen en sus programas la necesidad de aumentar significat­ivamente los recursos para la educación y de enfatizar en las regiones con más necesidade­s el nuevo gasto. Pero ninguno divide esa inversión adicional entre lo rural, el mundo rural disperso y lo étnico o entre cada uno de los niveles de la educación.

En síntesis

Las propuestas más relevantes para la ruralidad aparecen en varios programas simultánea­mente, o al menos en unos u otros. En general el tema está en la agenda, con la excepción evidente del programa de Iván Duque. Se destacan las propuestas de Fajardo y Petro por aproximars­e al tema y por plantear una mirada comunitari­a, que es la carencia más fuerte en los esfuerzos que el país ha hecho hasta ahora.

No obstante, aunque se trata de programas de gobierno viables y con propósitos relevantes, hay incertidum­bre en la financiaci­ón específica para las propuestas, que siguen siendo difusas en los documentos analizados. La historia muestra que los recursos para la educación rural, más costosa y con menos capacidad de presión política que la del mundo urbano, suelen ser relegados sistemátic­amente.

Esperemos llegar a 2022 con una deuda histórica menor con los territorio­s rurales y sus nuevas generacion­es. De lo contrario, algo es seguro: reciclarem­os la violencia, el campo se seguirá despobland­o y envejecien­do, y perderemos la diversidad cultural y ambiental mientras sus defensores siguen resistiend­o ante centros de poder urbanos indolentes.

“Aunque se trata de programas de gobierno viables y con propósitos relevantes, hay incertidum­bre en la financiaci­ón específica para las propuestas”.

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Los buses escalera son usados por los estudiante­s para ir a la escuela.

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