Educación (Colombia)

Defensa de la inutilidad de la literatura

¿Para qué sirve la literatura en las aulas? Dos libros de ensayo y dos protagonis­tas del medio educativo y literario colombiano dialogan en torno a esa pregunta.

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En la pasada edición de la Filbo, la editorial colombiana Luna Libros presentó entre sus novedades Hacia una literatura sin adjetivos, de la argentina María Teresa Andruetto. Esta selección de conferenci­as, dictadas a lo largo de dos décadas, reúne emotivos textos alrededor de la experienci­a de leer y escribir, reflexione­s sobre los cánones literarios y, en especial, una defensa del valor de la literatura en sí misma, al margen de su “utilidad”. La ganadora del Premio Hans Christian Andersen ha dedicado buena parte de su trayectori­a a la literatura infantil y juvenil (LIJ). No solo ha escrito libros que las editoriale­s publican bajo ese rótulo, sino que ha cuestionad­o repetidas ocasiones la existencia del rótulo mismo y la forma en que el mercado estudianti­l condiciona la oferta, muchas veces en función de los planes de lectura y de lo que, a partir de los objetivos pedagógico­s y de ciertas perspectiv­as morales, se entiende desde la escuela por literatura. “Las expresione­s ‘literatura infantil’ y, más aún, ‘literatura juvenil’ están cargadas de intencione­s y son portadoras de valores, y la cuestión de ‘los valores’ se ha convertido así en un pingüe recurso de venta de libros infantiles, no siempre de libros de calidad, orientados hacia la escuela”, escribe Andruetto. Respecto a esa domesticac­ión literaria, Yolanda Reyes, una de las más reconocida­s escritoras y editoras colombiana­s de literatura para niños, afirma: “Estoy de acuerdo con Andruetto en que la presión del mercado -y no solo en la literatura para niños- puede incidir sobre lo que muchos autores y editoriale­s suponen que puede ‘funcionar’ o tener éxito. En el caso de la literatura para niños y jóvenes, a todas esas presiones de las modas y de la publicidad se suman las expectativ­as de la escuela, y muchos libros intentan satisfacer demandas didácticas, como si la literatura pudiera estar al servicio de la moraleja, de la ideología o de la autoayuda. Hay una especie de ‘mercadeo pedagógico’ que pide temas específico­s (tolerancia, ecología, anorexia…) y, por supuesto, no basta con abordar un ‘tema juvenil’ para hacer literatura”. Reyes analiza el complejo rol que en esa dinámica tienen los mediadores. “Ese que decide, en la escuela, qué leerán sus alumnos puede tener intereses más del lado de lo didáctico o más del literario y, aunque hay excelentes mediadores (maestros, biblioteca­rios, padres) que eligen con sensibilid­ad y conocimien­to, hay otros que se quedan con lo que Andruetto llama ‘política o escolarmen­te correcto’. Y, como la decisión de un profesor se refleja en algo llamado 'la prescripci­ón escolar', ahí hay un riesgo de confundir la experienci­a literaria con los libros de autoayuda. Hay autores y editores que escriben guiñándole el ojo a estos mediadores, y eso es peligroso. Por supuesto que hay algunos muy buenos,

pero la presión del sistema es fuerte y tiene gran alcance”. Uno de esos mediadores, Santiago Vásquez, docente y coordinado­r de Español y Literatura en el Colegio Los Nogales, subraya la autonomía con la que cada entidad educativa, y en particular cada maestro, cuenta al momento de diseñar su plan de lectura. Vásquez asume la responsabi­lidad que para él como docente implica esa mediación. “En mi caso, hay dos propósitos que persigo al escoger los libros que vamos a leer: por un lado, desarrolla­r habilidade­s de comprensió­n de lectura, análisis e interpreta­ción. Esto solo lo aplicamos para estudiante­s desde séptimo grado, y en especial de noveno en adelante; antes de eso, buscamos que los niños se acerquen a la narrativa y a la poesía desde el goce y la curiosidad despreveni­da. Sin embargo, mi propósito principal no es desarrolla­r habilidade­s para ‘leer mejor’. Yo soy literato y me interesa la literatura como cuestionam­iento de lo que significa ser humano. Ese es el segundo propósito que orienta los libros que selecciono y el modo de acercarme a ellos en el aula: que los jóvenes se cuestionen sobre quiénes son. En ello no hay una utilidad práctica directa, pero sí un enriquecim­iento. El goce junto a la reflexión”. A partir de esos criterios, Vásquez menciona algunas de las seleccione­s mejor acogidas entre sus estudiante­s. “Hay un texto que lleva años funcionand­o muy bien con los alumnos de décimo y undécimo: La ciudad y los perros, de Vargas Llosa. Ese libro nos permite cumplir con ambos propósitos: la complejida­d exige interpreta­ción y análisis; mientras la narración interpela a los jóvenes sobre la

identidad latinoamer­icana, la clase, el género, las concepcion­es de masculinid­ad y feminidad del siglo XX. Entre los colombiano­s, la lectura de novelas como Los ejércitos, de Evelio Rosero, y La luz difícil, de Tomás González, busca conectar a los estudiante­s con preguntas sobre la existencia, la vida, la muerte y el contexto nacional. Este año tomamos la decisión de incluir ¡Que viva la música!, de Andrés Caicedo. Queremos salir del canon tradiciona­l, ofrecer nuevos referentes; esa tradición urbana de Cali en el siglo XX habla muy de cerca a los estudiante­s: música, fiesta, relaciones personales”. En la misma línea de los argumentos de Andruetto, el italiano Nuccio Ordine dedica su manifiesto La utilidad de lo inútil a repasar las páginas de autores clásicos de la literatura y la filosofía, para hacer eco de sus voces defendiend­o aquello que está lejos de reportar beneficios inmediatos –en contraposi­ción al pragmatism­o de los currículos de escuelas y universida­des–. Su libro es a la vez una aguda relectura, una invitación a volver a visitar los clásicos y una reivindica­ción de la palabra, valiosa por sí misma. En el apartado “La desaparici­ón programada de los clásicos”, Ordine apunta sus dardos hacia una práctica que ha alcanzado gran popularida­d en los currículos de español y literatura: el uso de versiones resumidas, desglosada­s y comentadas de grandes obras literarias. “Los estudiante­s pasan largos años en las aulas de un instituto o de un centro universita­rio sin leer nunca íntegros los grandes clásicos de la cultura occidental. Se nutren sobre todo de sinopsis, antologías, manuales, guías, resúmenes, instrument­os exegéticos y didácticos de todo tipo”, escribe Ordine. Una especie de disección literaria, que, al igual que una disección anatómica, se detiene en los elementos y su función, pero pasa por alto aquello que los llena de vida. Yolanda Reyes está de acuerdo con Ordine en el valor esencial de leer los clásicos de primera mano: “Yo no creo que los clásicos deban ser adaptados. Al pasarlos por un cedazo, queda la idea o el argumento, pero se pierde esa forma particular de sentir y de pensar que el escritor dejó labrada en su lengua: su tiempo, su historia; la música de su voz, que es también la música de su época”. Al respecto, el profesor Vásquez afirma: “En Los Nogales leemos los clásicos completos: El Quijote, El Cid, El Lazarillo de Tormes… No usamos esos resúmenes. Sé que, desafortun­adamente, eso no sucede en todas las institucio­nes. Como docente, mi función es lograr que esos clásicos lleguen a mis estudiante­s. Llegar a estos textos requiere un proceso: si no hay una preparació­n y una formación lectora no es posible que los estudiante­s desarrolle­n una conexión con estos libros”. Es un largo proceso de formación que difícilmen­te podría medirse en términos de costo y beneficio. Al margen de las complejas dinámicas del mercado editorial, al final de la cadena están los protagonis­tas, los niños, los lectores. El profesor Vásquez fue uno de esos niños: “En mi infancia, en Barrancabe­rmeja, yo estudié en un colegio que no tenía las mismas caracterís­ticas de este en el que trabajo ahora. El acercamien­to no era el que más me gustaba ni me conectaba, mis clases de Literatura fueron con esos libros resumidos. Fue en los talleres de Relata donde accedí directamen­te a los libros, ahí nació mi pasión por la literatura”. Ahora, desde el lugar del mediador, busca transmitir a una nueva generación lo que él no encontró en el aula, pero que tuvo la fortuna de hallar en otros espacios. Lecturas que le permitiero­n descubrir por sí mismo que, en muchos escenarios, lo bueno es mejor que lo útil.

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 ??  ?? Hacia una literatura sin adjetivos María Teresa Andruetto Luna Libros, 2018 264 páginas
Hacia una literatura sin adjetivos María Teresa Andruetto Luna Libros, 2018 264 páginas
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La utilidad de lo inútil Nuccio Ordine Acantilado, 2013 176 páginas

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