ANA CRISTINA CHINDOY INGA
#PAI ATUN IACHAKGJ
Hago parte del pueblo indígena Inga ubicado en el resguardo de Aponte, Nariño. Un lugar de gente resiliente. Primero, tuvimos que reponernos a la violencia y luego a una falla geológica, que prácticamente acabó con todas las viviendas, la iglesia y hasta la escuela. Decidí estudiar etnoeducación no solo por ser docente en un salón de clases, sino porque uno en cualquier parte puede enseñar. Es un trabajo social permanente, en el que uno se apropia más de su propia cultura. A veces, uno como indígena no cree en la relevancia que tiene pertenecer a un pueblo, hasta que otro se lo hace ver. Uno vive en dos mundos, y lo importante es articularlos y no dividir el conocimiento. Nuestra lengua es la Inga, gramaticalmente muy diferente al español, y la cual durante los años ochenta y noventa se había perdido. Pero, desde hace casi dos décadas, luchamos por recuperarla y mantenerla. Hace dos años trabajé con los niños de la guardia indígena de nuestro pueblo. Tenía 27 años. Fue una experiencia muy bonita ver cómo juntos íbamos volviendo a las tradiciones y costumbres, algo que la guerra nos había quitado en su momento. Con ayuda de los mayores, hemos ido fortaleciendo nuestra lengua mediante la tradición oral; escuchándolos y viéndolos hacer diferentes actividades propias de nuestra cultura. Es como un gran salón de clases donde todos los días aprendemos. Sin embargo, este proceso lo hemos articulado a la escuela. Hoy día, los niños y niñas tienen una hora diaria de clase en lengua inga. Allí, no solo se les enseña su escritura y pronunciación; también hacemos artesanías, por ejemplo. Y en todo el proceso es como volver a la raíz, porque definitivamente la lengua y el territorio es lo que le da vida a un pueblo.