Educación (Colombia)

Ser parte de…

El país no cuenta con cifras claras sobre el número de personas con discapacid­ad que hacen parte del sistema educativo en etapa de formación superior o terciaria, fundamenta­l para que esta población alcance la mayor autonomía posible.

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Sonia Catalina, 25 años, tiene discapacid­ad auditiva. Juan Pablo, 22 años, padece síndrome de Down. Luis, 21 años, fue diagnostic­ado con osteogénes­is imperfecta (OI), comúnmente llamada ‘huesos de cristal’. Estos tres jóvenes tienen en común algo más que su condición: hacen parte del reducido número de personas discapacit­adas dentro del sistema educativo colombiano en etapa de formación superior. “Hace unos meses presenté mi trabajo de grado y fue evaluado como tesis meritoria. Se llama ‘Inclusión y diversidad humana en la educación física’”, cuenta Sonia Catalina Cruz, estudiante de Licenciatu­ra en Educación Física de la Universida­d Pedagógica Nacional. “Uno de sus méritos fue atreverse a trabajar con población oyente. Desafió las estructura­s mentales que muchos tenemos y dio clases sin intérprete, utilizando lenguaje de señas, mímica y expresión corporal”, complement­a Marco Aurelio Rodríguez, un docente de esa institució­n que se ha dedicado a trabajar con esta población durante más de 25 años. El caso de Sonia podría catalogars­e como excepciona­l si se analiza la generalida­d de la formación terciaria para personas con algún tipo de discapacid­ad, pues, según el Departamen­to Administra­tivo Nacional de Estadístic­a (Dane), el porcentaje de población colombiana en situación de discapacid­ad que ingresa a la educación superior es inferior al 1%.

UNA CADENA DE OBSTÁCULOS

Uno de los requisitos para entrar a una universida­d y estudiar una carrera profesiona­l es presentar las pruebas Icfes o Saber 11 y alcanzar un puntaje determinad­o por las institucio­nes educativas como rango de admisión. Esta es la primera barrera que enfrentan las personas con discapacid­ad intelectua­l o cognitiva, y es el caso de Juan Pablo Vergara, que actualment­e hace parte del programa ‘Crecer hacia la vida adulta’ de la Corporació­n Síndrome de Down. Según Claudia Hernández, coordinado­ra del proyecto, este tiene dos objetivos: uno, lograr que los jóvenes alcancen la mayor autonomía posible; y dos, que se preparen para desempeñar­se en una ocupación de su interés. “Me refiero a formar en competenci­as relacional­es y emocionale­s; mejorar en lo posible las habilidade­s de lectoescri­tura, numéricas, en sistemas... La Corporació­n, además, ofrece una segunda etapa que se lleva a cabo en alianza con la Universida­d del Bosque y la Escuela Colombiana de Ingeniería Julio Garavito, adonde asisten nuestros estudiante­s y hacen una especie de pasantía. Identifica­mos espacios en los que pueden realizar actividade­s de su agrado, como la biblioteca, por ejemplo. Ahí prueban hasta encontrar con qué se identifica­n mejor, pero además comparten con alumnos regulares y tienen

una aproximaci­ón a la vida universita­ria”, agrega Hernández. Si bien para las personas con discapacid­ad auditiva, visual y motora es más “fácil” acceder a la educación superior, para quienes tienen alguna dificultad cognitiva, como retardo mental, autismo y síndrome de Down, las barreras son mayores. Ellos y sus familias no pueden pensar en un título universita­rio; la Educación para el Trabajo y el Desarrollo Humano se convierte en la única opción de certificar­se para poder acceder al mundo laboral. “Soy equitador y el próximo año voy a representa­r a Colombia en una competenci­a mundial en Abu Dabi. Vengo a la Corporació­n para aprender más y porque quiero ir a la Universida­d y luego trabajar”, dice Juan Pablo, emocionado de imaginar su futuro. “No se puede negar que hemos avanzado; no hemos llegado al punto deseado, pero hace 30 años ni siquiera se hablaba del tema”, afirma Hernández. Y es que el Sena, por ejemplo, ha tratado de dar algunos pasos y minimizar los obstáculos. Para las personas con discapacid­ad cognitiva, esta institució­n ha adaptado la metodologí­a de los cursos; ha ajustado el diseño curricular de cinco programas de formación titulada en el área de logística, y ha desarrolla­do programas para capacitar a los instructor­es, con el fin de que adquieran competenci­as tecnicoped­agógicas para la adecuada atención de estos estudiante­s. Según la entidad, en 2017 se atendieron 4.636 personas con discapacid­ad cognitiva en todo el país; para junio de 2018 iban 3.089.

UN NORMOGRAMA INTERMINAB­LE

Siete tratados y convenios internacio­nales vinculante­s; 17 recomendac­iones, resolucion­es y recomendac­iones no vinculante­s; 26 normas sobre inclusión social y discapacid­ad; 18 normas sobre educación entre otros decretos y leyes que el Ministerio de Salud y Protección Social compiló en un documento en 2017. Esto deja claro que no es por falta de leyes que los procesos de inclusión en educación, a nivel general y de forma particular, no se dan en el país. Rocío Molina es profesora de la Universida­d del Rosario y miembro fundador de la Red Colombiana de Universida­des por la Discapacid­ad (RCUD), sin embargo, afirma que “Colombia aún no cuenta con una política educativa específica que propenda por la reivindica­ción del derecho a la educación de las personas con discapacid­ad en la etapa de formación superior”.

ESFUERZOS PARTICULAR­ES

Si hay licenciado­s en Matemática­s, Biología, Educación Física, técnicos en Logística o Grandes Superficie­s y químicos con discapacid­ad visual, auditiva, física, motora y cognitiva no es precisamen­te porque las leyes se hayan cumplido y el país cuente con un sistema flexible y adaptado a esta población. Ha sido gracias al esfuerzo de los jóvenes, las familias y las propias institucio­nes que, como la Universida­d Icesi de Cali, adecuaron sus instalacio­nes para que Luis Álvarez y otros diez estudiante­s pudieran acceder a ellas y asistir a sus clases regulares. Eso hizo desde hace diez años la Universida­d Pedagógica, la única que cuenta con una Sala de Comunicaci­ón Aumentativ­a y Alternativ­a (SCAA) que ayuda a la población invidente para que tenga condicione­s equitativa­s. “Ellos tienen acceso a impresoras en braille, grabadoras, magnetófon­os que les ayudan a hacer la lectura, audiolibro­s… Hay suficiente tecnología e intérprete­s que contribuye­n a disminuir las barreras”, cuenta Marco Aurelio, quien además está de acuerdo con que los procesos de inclusión continúen en la educación superior. “Aunque la palabra ‘inclusión’ ni siquiera debería existir, porque las personas en cualquier condición siempre han estado ahí, pero da miedo enfrentarn­os a una condición distinta”, asegura el profesor.

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 ??  ?? Sonia Catalina tiene discapacid­ad auditiva. Hizo su práctica de licenciatu­ra en Educación Física dando clases a estudiante­s oyentes.
Sonia Catalina tiene discapacid­ad auditiva. Hizo su práctica de licenciatu­ra en Educación Física dando clases a estudiante­s oyentes.
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