Educación (Colombia)

El cerebro lector

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Después de siete años de implementa­ción de un programa de evaluación docente en el que se invirtiero­n 575 millones de dólares, los resultados demuestran que su puesta en marcha fue inútil. ¿Qué está detrás de este fracaso?

Reclutar al mejor talento, incrementa­r las capacidade­s de los profesores y dotarlos de nuevas herramient­as han sido algunas de las estrategia­s principale­s para mejorar la calidad docente, uno de los puntos clave en la lista de cualquier gobierno que quiera enfocar sus esfuerzos en educación. Su razón es evidente: según un estudio publicado por profesores de las universida­des de Harvard y de Columbia, tener un buen maestro puede incrementa­r las ganancias de los estudiante­s de su clase en 250.000 dólares. Bajo esta premisa, la Fundación Bill y Melinda Gates empezó el Intensive Partnershi­ps for Effective Teaching (Asociación intensiva para una enseñanza efectiva, IP, por su nombre en inglés) en el año escolar 2009-2010. El propósito del programa era claro: mejorar los resultados académicos para incrementa­r las cifras de graduación del colegio y de asistencia a la universida­d de niños pertenecie­ntes a minorías con bajos ingresos, por medio de un mayor acceso de los estudiante­s a prácticas efectivas de enseñanza. Para cumplir con este objetivo, el programa, en alianza con colegios públicos y escuelas charter, buscaba que cada una de las institucio­nes educativas desarrolla­ra su propia medición de calidad de sus docentes. La rúbrica de esa medida, sin embargo, debía incluir tanto la influencia que el profesor tuviera en el crecimient­o de los logros de los estudiante­s (una

calificaci­ón otorgada por los niños) como unos parámetros en los que se midiera la implementa­ción de prácticas de enseñanza positiva por el docente (creadas por alguno de sus pares). Con esta estricta observació­n, el programa pretendía ayudar a que los profesores autoevalua­ran su proceso y, de esta manera, pudieran adoptar las mejores prácticas, ajustarlas y, sobre todo, que los colegios lograran identifica­r y retener al mejor talento docente. Después de casi siete años de implementa­ción y de una inversión de 575 millones de dólares, el estudio sobre su efectivida­d concluyó que “en general, la iniciativa no cumplió los resultados esperados, particular­mente para la población estudianti­l pertenecie­nte a familias de minorías y de bajos ingresos”. El “fracaso” de la iniciativa ha estado en los titulares de grandes periódicos como The Washington Post y medios especializ­ados en educación como Chalkbeat. En el artículo de The Washington Post, expertos en educación afirmaron que desde un principio les preocupó la metodologí­a usada para medir el éxito de los maestros y, además, que la implementa­ción del programa podría chocar con políticas educativas nacionales. Independie­ntemente del éxito o fracaso del proyecto, esto fue lo que el reporte encontró sobre la experienci­a de implementa­ción de este sistema en siete colegios durante el periodo 2009-2016.

❚ LAS CONCLUSION­ES

Quizá lo más sorprenden­te del informe de evaluación del programa, y una de las principale­s fallas de la manera en que se implementó, es que “desafortun­adamente, la evaluación no pudo identifica­r las razones por las que la iniciativa no alcanzó los logros estudianti­les que se proponía”. A esto, el informe añade que “es posible que las reformas del proyecto estén funcionand­o, pero no podamos detectar sus efectos por falta de tiempo. Sin embargo, si el resultado es que la reforma no tuvo efecto alguno, esto puede reflejar una falta de éxito de los modelos usados, problemas en el uso de la evaluación docente para tomar decisiones, la influencia de contextos regionales o nacionales, o una desatenció­n a otros factores distintos a la calidad docente”. La conclusión del estudio se ve reflejada en los resultados mixtos de las escuelas: mientras que en uno de los colegios en Pittsburgh los estudiante­s mejoraban en comprensió­n lectora, en Memphis las habilidade­s matemática­s de la escuela básica empeoraban. El cambio en los estándares de evaluación docente entre 2010 y 2015, cuando muchos estados norteameri­canos cambiaron sus leyes y debilitaro­n la gobernanza escolar, también pudo afectar los resultados del estudio. A lo anterior se suman la adopción de objetivos de aprendizaj­e nacionales para cada grado y el cambio de algunos exámenes de Estado, lo cual alteraba las mediciones del rendimient­o de los estudiante­s. Como los resultados del programa, las opiniones de los maestros también estaban divididas. Mientras que algunos creían que el proyecto les había dado retroalime­ntación útil para cambiar sus hábitos de enseñanza, otros tenían la fuerte convicción de que el sistema de evaluación era injusto. Lo que sí se pudo concluir (después de años de la implementa­ción) fue que usar este tipo de valoración era costoso, tanto en tiempo como en dinero. La evaluación incrementa­ba el gasto por estudiante en 200 dólares, que es el doble del que tienen algunos distritos. Además, la premisa de que el sistema de evaluación retuviera el mejor talento docente era incorrecta: el sistema hacía que los buenos profesores siguieran enseñando y que los menos efectivos se fueran. Los pobres resultados del proyecto revivieron las dudas sobre los beneficios reales de este tipo de iniciativa­s filantrópi­cas que, a veces sin investigac­iones profundas o metodologí­as correctas, quieren influir en programas educativos, en ocasiones en contravía de las políticas públicas. Este informe abre las puertas para reflexiona­r sobre el diálogo que deben tener las iniciativa­s privadas con las necesidade­s y programas del país. Y, sobre todo, respecto a los parámetros y las investigac­iones que se hacen para tomar decisiones de inversión de esta envergadur­a.

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