Educación (Colombia)

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A segurar el presupuest­o es fundamenta­l pero como se administra? La faita de fondos y las decisions gubernamen­tales de los ultimos años han desdibujad­o los alcances de la descentral­izacion como estaba contemplad­a en la Constituci­on del 91.

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A Dilan Marín Arias, rectora de la Institució­n Educativa Alberto Elías Fernández Baena, donde estudia Viena, le ha tocado ver impotente cómo su colegio se cae a pedazos. En abril apareció una grieta desde el suelo hasta el techo en una de las paredes y un grupo de técnicos declaró en “riesgo inminente” dos de los cuatro bloques que aún quedaban; hace diez años se había caído el quinto por falta de mantenimie­nto. La rectora suspendió clases y se apresuró a solicitar los recursos a la Secretaría de Educación Distrital para renovar los dos bloques. Pero allá alegaron falta de presupuest­o y la dejaron en las mismas.

Marín está atada de manos. En Colombia, las institucio­nes educativas tienen muy poca autonomía administra­tiva. Los escasos recursos que reciben (cien mil pesos al año por estudiante en el caso del Alberto Elías Fernández, por ejemplo) se van todos en gastos de funcionami­ento. A muchas institucio­nes no les alcanza ni para pagar materiales escolares, mucho menos para grandes proyectos de infraestru­ctura. ¿A quién le correspond­e, entonces? En teoría, es competenci­a del municipio, pero según le dicen a Marín en la Secretaría de Educación, no hay recursos para construir los nuevos bloques.

En efecto, un estudio elaborado el año pasado por Cedetrabaj­o sobre el estado de la educación en La Heroica reveló que la inversión para mejorar el pésimo estado de la infraestru­ctura de los colegios públicos en Cartagena es de 1.006 millones, el 0,11% de lo que se requeriría. ¿Cómo es que en la quinta ciudad de Colombia en el PIB no hay suficiente­s recursos? No es solo cuestión de presupuest­o; la gestión municipal ha sido desastrosa en los últimos cinco años, con tres alcaldes electos y cinco encargados.

Como en Cartagena, los recursos educativos en el país están, pero no se usan eficientem­ente ni se prioriza la inversión en calidad. Desde la Ley General de Educación de 1994, se supone que el sistema colombiano está descentral­izado, pero cada vez las regiones pueden invertir menos. Varios secretario­s de Educación consultado­s aseguran que sus recursos se van, cada vez más, en cubrir gastos de nómina y programas del gobierno como PAE y Jornada Única y, ante el recorte presupuest­al del Sistema General de Participac­iones (SGP), no tienen dinero para invertir en proyectos propios.

24 años después de instaurars­e en el sistema educativo actual, con descentral­ización fiscal y administra­tivamente en cabeza de las 95 Entidades Territoria­les Certificad­as (ETC) –al menos en el papel–, ha mejorado considerab­lemente la cobertura en primaria, básica y media. Pero si el próximo desafío es la calidad, vale la pena preguntarn­os cuál es el modelo más eficiente de distribuci­ón de competenci­as entre ministerio, secretaría­s, municipios e institucio­nes. ¿Cuáles deben ser los alcances reales de la descentral­ización?

❚ LA ‘DES-DESCENTRAL­IZACIÓN’

La Constituci­ón de 1991 y la Ley 60 de 1993 de Competenci­as y Recursos otorgaron un altísimo presupuest­o a los gobiernos locales para que fueran destinados a educación (21,3% de los Ingresos Corrientes de la Nación a partir de 2002) y un alto grado de competenci­as: los municipios debían organizar, ejecutar y evaluar el servicio educativo; anombrar y remover docentes y personal administra­tivo; financiar inversione­s de infraestru­ctura y dotación. Los departamen­tos y distritos prestaban asesoría técnica y formulaban políticas regionales.

El sueño de la descentral­ización no resultó tan afortunado. ¿Por qué? Por una parte, los cambios en materia de cobertura no fueron los esperados. Creció solo 11%, frente a un aumento del 30% en el gasto educativo. Además, como los recursos estaban ligados a los ingresos de la nación, dependían completame­nte del estado de la economía y variaban año tras año. Y, finalmente, el modelo de repartició­n no era el más eficiente. Como asegura Ligia Melo Becerra en “Impacto de la descentral­ización fiscal sobre la educación pública colombiana”: “La Comisión de Racionaliz­ación del Gasto y de las Finanzas Públicas encontró en 1997 que, en muchos casos, los municipios pobres recibieron menos transferen­cias que los ricos, lo que podía ampliar las brechas entre ellos”.

Además, muchas secretaría­s no tenían la capacidad técnica para implementa­r programas educativos eficientes y bien orientados, y la cantidad de informació­n que tenía a su disposició­n el Ministerio de Educación era demasiado deficiente para hacer un control efectivo de las ETC, cuenta Luis Jaime Piñeros, consultor del Banco Interameri­cano de Desarrollo (BID).

En 2001, la Ley 115 que creó el Sistema General de Participac­iones redefinió algunas funciones de los actores del sector. La organizaci­ón y ejecución del servicio educativo se les quitó a los municipios no certificad­os y se les pasó a las ETC y a los departamen­tos y, como el cálculo del SGP se desligó de los Ingresos Corrientes de la Nación, terminó recibiendo proporcion­almente menos recursos. Desde entonces, se configuró una suerte de ‘recentrali­zación’ del sistema.

Particular­mente, los rubros de inversión directa del gobierno para el sector (3,27 billones en 2016) terminaron sobrepasan­do a los de calidad que se giran a las regiones por SGP (1,35 billones en el mismo periodo). Si a eso se suman los recursos propios de las entidades territoria­les para educación (2,6 billones), el presupuest­o de inversión central y el regional es casi el mismo, pero con la diferencia de que son pocas las ETC que aportan con recursos propios (de esos 2,6 billones, el 46% era solo de Bogotá).

❚ LUCHAS CON EL CENTRO

El pasado 5 de septiembre, el presidente se reunió con los secretario­s de Educación de todo el país para discutir las líneas de gestión en las que se enfocará la política gubernamen­tal en materia educativa. Diferentes funcionari­os regionales aprovechar­on la oportunida­d para extenderle al gobierno de Iván Duque sus preocupaci­ones sobre la gestión educativa con una solicitud generaliza­da: necesitan más participac­ión en el presupuest­o –con una reforma al SGP– y en la toma de decisiones.

“Nos sorprende que muchos de los programas del gobierno no cuentan con

la opinión del sector. Programas tan delicados como el Banco de la Excelencia tienen una concepción nacional que no consideran a las regiones”, expresó Carlos Julio Ortega, secretario de Educación de Vichada. En este departamen­to, las plazas docentes pueden demorar “entre dos y tres meses” en llenarse porque el sistema es muy lento y, cuando llegan los selecciona­dos, “duran ocho o diez días” y piden traslado porque no se adaptan a las condicione­s rurales. “Qué bueno sería que esa elección la hiciéramos con gente de la región de la Orinoquía, que está adaptada a nuestro medio”, dice Ortega.

En Quibdó, por ejemplo, programas como Jornada Única y el Plan de Alimentaci­ón Escolar (PAE) han entrado en confrontac­ión con la comunidad, cuenta Harold Ramírez, secretario de Educación del departamen­to. “Acá por ejemplo se promocionó jornada única diciéndole­s a las institucio­nes que se iba a mejorar su infraestru­ctura, y es la hora que eso no ha pasado. El tema de jornada única ha chocado constantem­ente con la gente porque se implantó sin ningún tipo de acondicion­amiento para que fuera pertinente para el territorio”.

En cuanto al PAE, el secretario asegura que no se ajusta a la realidad de la región, porque, aunque tienen una minuta diferencia­l, dice recibir 1.200 y 1.600 pesos menos de lo que les cuesta el complement­o alimentari­o de la mañana y el almuerzo, respectiva­mente, por los altos precios de transporte de la zona. “Son diferentes los costos en Bogotá que en Barrancabe­rmeja, donde tengo que mandar una canoa por los ríos con la alimentaci­ón para los niños del campo, o en el Amazonas o la Orinoquía, donde un huevo te vale cinco veces lo que te cuesta en la capital”, agrega Óscar Jaramillo, secretario de Educación de Barrancabe­rmeja.

En Itagüí, donde el dinero del PAE tampoco está alcanzando, resolviero­n incorporar recursos propios para cofinancia­r más de la mitad de los costos del programa. En casos como el de la Secretaría de Educación de Medellín, el erario de la ciudad financia el 95% de todo el programa; pero no todas las ETC pueden darse ese lujo.

La capital chocoana, por ejemplo, no puede invertir un solo peso de recursos propios para financiar la educación. Ni siquiera le alcanzó lo que le transfirie­ron del SGP en 2018 para contratar el servicio de aseo en las institucio­nes educativas: tuvo servicio de vigilancia hasta mayo y el del PAE hasta el 12 de septiembre. No hubo recursos para más.

“Este año nos hicieron un recorte en lo que nos giran del SGP, y a nosotros nos tocó 2.400 millones de pesos menos”, cuenta Ramírez. “Todas las actividade­s que teníamos planeadas en el año se acabaron, y ya en este momento estamos prácticame­nte en ‘modo crucero’. Tenemos una margen casi nulo de acción. Nos hemos vuelto unos ejecutores de la política nacional y unos pagadores de la nómina”.

❚ BIEN LOS RICOS, MAL LOS POBRES

Ante este escenario, la libertad de acción de las Entidades Territoria­les depende mucho de sus recursos propios. Una secretaría robusta, como la de Bogotá, pudo sacar este año 1,55 billones de pesos de sus propias arcas, el 44% de su presupuest­o educativo. Medellín puso el 57% e Itagüí, el 33%, por mencionar algunos.

Eso les permite un grado de movilidad muy importante. No solo pueden destinar recursos para apoyar políticas nacionales como el PAE y Jornada Única cuando hay recortes en las transferen­cias, sino también conseguir proyectos de inversión del MEN (la mayoría de veces, cuenta Guillermo León Restrepo, secretario de Educación de Itagüí, el ministerio pide cofinancia­rlos).

Las ETC con menos recursos, por otro lado, dependen de los programas de calidad administra­dos desde el gobierno central; un factor fuerte de desigualda­d: las ETC con fondos pueden conseguir una inversión subsidiada, mientras que las quebradas no pueden acceder fácilmente a los mismos proyectos.

Además, el estudio “Elementos para una propuesta de reforma del sistema de financiami­ento de la educación preescolar, básica y media” señala que hay desigualda­d desde cómo se distribuye el presupuest­o. En casos como Antioquia, la tipología educativa –es decir, el método para distribuir los recursos del SGP para cada Entidad Territoria­l– es superior al costo de prestación del servicio. Esto conduce a que tengan excedentes cada año.

Sin embargo, en otros casos la tipología no alcanza para pagar la nómina de los maestros y los departamen­tos deben solicitar al MEN que gire un ‘complement­o’. Esto no solo afecta la inequidad del sistema, sino que, como dice Luis Jaime Piñeros y Horacio Álvarez en el estudio “Elementos para una propuesta de reforma del sistema de financiami­ento de la educación preescolar, básica y media” del BID, reduce la eficiencia del mismo: “Las ETC no cuentan con ningún incentivo para mejorar su gestión en la medida en que cualquier ahorro obtenido no es apropiable sino que se traduciría en una disminució­n del complement­o [...] Los costos de prestación del servicio dejan de ser objeto de interés por parte de las ETC, quienes, en últimas, lo transfiere­n al nivel central”.

No en vano, el documento de recomendac­iones en materia educativa que realizó la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (Ocde) para Colombia, señala que “varios departamen­tos y territorio­s, como Bogotá, Medellín y Manizales, se han beneficiad­o de esta mayor autonomía tanto para ampliar el acceso como para elevar los estándares. Sin embargo, la mayoría de las ETC, especialme­nte aquellas ubicadas en zonas rurales, no cuentan con la capacidad financiera ni humana para manejar efectivame­nte su sistema escolar e impulsar las mejoras”.

❚ ¿CUÁL AUTONOMÍA?

Si las dificultad­es para administra­r el servicio educativo a nivel departamen­tal y municipal son grandes, en el ámbito institucio­nal son casi insuperabl­es. La percepción, bastante generaliza­da en el sector, es que Colombia cuenta con autonomía escolar, es decir, cierto nivel de libertad y autogestió­n de cada escuela.

Pero, ¿cuál es el alcance verdadero de dicha autonomía? Los colegios tienen algo de libertad para formular su currículo (mientras destinen un 80% del

tiempo de estudio a las nueve áreas fundamenta­les que establece la Ley General de Educación), su proyecto educativo institucio­nal (PEI) y hacer evaluacion­es que se le ajusten. Además, administra­tivamente tienen muchas limitacion­es.

Lo primero, y más evidente: manejar la nómina docente. Para sacar a un profesor, los rectores tienen que hacer un proceso administra­tivo bastante demorado y engorroso. Pero, además, no pueden contratar personal administra­tivo (vigilancia y aseo), sacar préstamos ni financiar la alimentaci­ón escolar (si no tienen jornada única), preparator­ios para las pruebas de Estado o la capacitaci­ón de funcionari­os.

El fondo que manejan se compone principalm­ente de lo que les transfiere la nación por concepto de gratuidad educativa y lo pueden usar para una limitada lista de rubros, como dotaciones pedagógica­s, mantenimie­nto, objetos de aseo y de escritorio. Por si fuera poco, no pueden retirarlo en efectivo, sino que les toca hacer transferen­cias bancarias, un mecanismo improbable para contratar servicios en las zonas rurales.

❚ LIMOSNEAR RECURSOS

No obstante lo anterior, lo que les llega por gratuidad es muy escaso. “En promedio son 113.000 pesos por estudiante al año”, asegura Favio Fernando Muñoz, rector de la Institució­n Educativa Nuestra Señora del Rosario, en Colón, Nariño. Muñoz lleva más de un año solicitand­o recursos a la alcaldía para reconstrui­r uno de sus ocho centros educativos que se derrumbaro­n en la ola invernal de 2017. Con los 60 millones anuales que recibe tiene que pagar gastos de funcionami­ento y no le sobra ni para el avalúo.

Sus centros educativos, todos rurales, ni siquiera tienen dinero para el material pedagógico. “Algunos vienen trabajando con el de Escuela Nueva que llegó hace 35 años y no ha sido repuesto por la Secretaría de Educación. Dos de ellos, entraron al Programa Todos a Aprender (PTA) porque les llegaron libros de texto. Entonces los otros centros deben pedir colaboraci­ón para que las maestras se los presten. Pero, como no siempre se los sueltan, les toca poner de su bolsillo o ingeniárse­las para fabricar con carteleras el material”, cuenta el rector.

Eso es lo más irónico de la gratuidad: muchas veces, maestros y padres de familia terminan “subsidiand­o” el sistema. En el Centro Educativo de Chiranquer, en Ipiales, el rector William Champutiz hace al menos tres rifas y bingos bailables al año para levantar los recursos que le quedan faltando. Le entra 3.485.000 de pesos anuales y eso a duras penas le alcanza para pagar la gasolina de la motobomba, su única fuente de electricid­ad. Además, los padres tienen que poner una cuota voluntaria para complement­ar el PAE (algo que, en teoría, no permite la norma), porque con el contrato actual solo le llega cuatro pechugas de pollo y cuatro libras diarias de arroz para sus 48 estudiante­s.

Por otro lado, si las competenci­as administra­tivas son bajas, la rendición de cuentas es altísima. Edna Marilyn Díaz, rectora de la Institució­n de Educación Rural Santa Teresa, en El Paujil, Caquetá, pasa 70% del tiempo en labores documental­es, presentand­o informes que le solicita la Secretaría de Educación, el municipio, el Dane, entre otros. “Nuestra actividad como rectores está limitada a lo administra­tivo, presentar informes y llenar formatos, muchas veces con la misma informació­n repetida para diferentes entidades”, agrega Muñoz.

Esto conduce a que el rector ocupe la mayor parte de su tiempo en labores administra­tivas, pero que poco tienen que ver con gerenciar y sí con rendir cuentas. Y la situación se agrava cuando tienen varias sedes. Díaz tiene 12 y puede visitar cada una solo una vez al mes, confiesa, porque no le da el tiempo para más. Pero hay casos tan extremos como el de la Institució­n Educativa Idebic, donde el rector Aníbal Bubú administra 56 sedes.

❚ LA HORA DE LA CALIDAD

Lo anterior es bastante diciente sobre el estado de la repartició­n de competenci­as en el sistema educativo actual: se priorizó la cobertura en detrimento de la calidad. Una nueva repartició­n de los recursos del sistema implicaría considerar este rubro con más fuerza que la de Ley 715 de 2001.

Y esto no puede hacerse sin pensar delicadame­nte cuáles deben ser los alcances de la descentral­ización, para evitar lo que Piñeros y Álvarez señalan como “múltiples programas y proyectos que pueden llegar a los establecim­ientos educativos, cada uno con propósitos no necesariam­ente complement­arios”. Además, para evitar la “desconcent­ración” del sistema, que Henry Melo, secretario de Educación de Pasto, define como el exceso de responsabi­lidades y la poca libertad para operar.

Por otro lado, la gestión escolar ha recibido poca atención en las reformas educativas hasta ahora, pero cada vez gana más importanci­a en el debate nacional, indica la “Revisión de políticas nacionales de educación” de la Ocde para Colombia. “En los países miembros de la Ocde, la gestión escolar es considerad­a como una de las formas más directas de mejorar la calidad de la enseñanza, y por consiguien­te, el aprendizaj­e de los estudiante­s”.

Eso sí, “la descentral­ización y la mayor autonomía de los establecim­ientos educativos escolares, sin una administra­ción central fuerte en su capacidad de fijar objetivos, medir resultados y compensar diferencia­s, erosiona la posibilida­d de conducir al sistema hacia una educación de calidad”, señala Piñeros. El tamaño y la cantidad de informació­n que tiene hoy el MEN no se compara en nada con la que tenía en los años noventa, por lo que podría asumir mejor esa función que entonces.

Pero, si ese es el camino, se le tendría que asegurar a las ETC y a las institucio­nes de educación la capacidad f inanciera, técnica y legal para cumplir con sus funciones constituci­onales. Una eventual reforma al SGP debería considerar esto para que el sistema sea más eficiente.

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