Escuela de la Confianza
La cartera de Educación en Francia le apuesta a la confianza como elemento fundamental para resolver parte de la crisis que enfrenta el país.
Consciente de que la sociedad francesa sufre una policrisis grave de confianza, identidad y proyecto político de significado local/global –tanto en lo personal como en lo colectivo, al igual que muchas otras sociedades en el mundo– el ministro de Educación, Jean-michel Blanquer, propuso un sintagma visionario: Escuela de Confianza, que entrama en bucle interactivo las relaciones de la triada República ↔ Calidad ↔ Felicidad, con el fin de construir la política pública de la educación. La apuesta de Blanquer radica en considerar que la Educación de Confianza es receta y fármaco para entramar, en un todo abierto y sistémico, la base común de conocimientos, competencias, aptitudes y cultura, lo que permitiría combatir dicha policrisis a una sociedad. Hay múltiples factores de inequidad y falta de reformas integrales con justicia social que requieren saberes, algunos tradicionales y otros inéditos, para evitar que se generen violencias y no se carcoma la posibilidad del buen-vivir-bien individual y colectivo. El dato histórico es que, en una era mundial y planetaria, las revoluciones cognitiva, digital y ambiental se han vuelto insustentables, pues desgastan los mecanismos tradicionales de la democracia representativa e invitan a repensar el paradigma de una democracia cognitiva, así como el de una educación en clave de complejidad, para enfrentar los desafíos que provocan y los conocimientos que aportan dichas revoluciones. El mantra de esta propuesta política educativa es un vocablo simple y complejo, a saber, confianza. Inspirado en antiguas sabidurías, podría decirse que, así se tenga todo la plata del mundo, si no se tiene la confianza, no se tiene nada. Aunque se tengan todos los saberes, competencias, pedagogías, metodologías y aptitudes para enseñar y aprender, si no se tiene la confianza, nada se tiene, porque faltaría el hilo humano, la urdimbre cualitativa; faltaría lo que “ni se compra, ni se vende”, lo que no se cuantifica ni burocratiza; faltaría lo que hace que fines y medios se retroalimenten para que no solo se viva de “pan y circo”. Confianza es la energía espiritual que teje con empatía las partes del sistema educativo en un todo de pensamiento complejo, crítico e íntegro, en un ser que actúa éticamente, es decir, con responsabilidad y solidaridad. La finalidad es entonces una educación de calidad que regenera los valores democráticos, que da gracias y felicidad a todos los actores de la educación, tanto en el aula como en la escuela, y que responde así a indicadores de políticas públicas de calidad educativa. Históricamente, la nación francesa pasa por ser un pueblo que interpela al mundo entero a través de la condición humana, la libertad, la igualdad y la fraternidad. Desde 1789, cuando se fraguó el paradigma político de la democracia representativa moderna, a saber, los derechos del hombre y del ciudadano. De ahí que el fenómeno disruptivo denominado “chalecos amarillos” es la prueba de ácido de la policrisis de confianza. Muestra fatiga socioeconómica de fondo, desidia y pesimismo, y hasta falta de sentido político y compromiso ciudadano; lo que desgarra la trama del pacto social republicano y fragiliza la democracia representativa tradicional. Además, con una población cada vez más multicultural y cosmopolita, pero ignorante de la historia, de los principios e ideales de la República francesa. Con todo, el aumento del impuesto a la gasolina, por razones de política de transición ecológica y de lucha contra la contaminación que produce la energía fósil, fue el “florero de Llorente” de la actual insurrección francesa, que lanzó un grito desesperado: los que estén en igual situación socioeconómica que se pongan un chaleco amarillo y salgan a protestar, bloqueando la libre circulación e interpelando al gobierno.
¿PROTESTAR POR QUÉ Y CONTRA QUIÉN?
El grito desesperado encontró eco en un número cada vez mayor de auto-eco-excluidos del sistema socioeconómico, gracias a la revolución digital de las redes sociales. El llamado encontró también una oportunidad en el hecho de que todos los automovilistas tienen en Francia la obligación de llevar en su carro (símbolo del individualismo capitalista) un chaleco amarillo, y ponérselo cuando se varan en el camino; con lo cual la mayoría de la población tuvo a la mano y de inmediato una figura simbólica de reconocimiento visual, amén del agravio, viejo como el mundo: ir contra los impuestos y decir que están mal invertidos, cuando no denunciar despilfarro y hasta corrupción. El reclamo inicial mutó en insurrección y guerrilla urbana, y la figura “chalecos amarillos” puso de manifiesto el desafuero y exceso en que vive, individual y colectivamente, una sociedad de consumo, sin reglas morales y cívicas claras, en la que lo fundamental pareciera ser únicamente el aumento cuantitativo del “poder de gasto”, así se quiebre el equilibrio de la canasta familiar y el de las arcas públicas. Más “poder de gasto” para fulano y aumento de ganancias sin límites para zutano, abuso del sistema, reclamación de más derechos individuales y menos deberes colectivos parece ser la mediana que lleva al quiebre. La masa crítica del equilibrio de clases se rompe u equilibra en la zona media, según tenga esta suficiente sustento o no para resistir a los extremos de bandos contrarios. El nivel de vida promedio se vuelve entonces insustentable, y hasta el planeta Tierra, convertido en variable única de consumo para una humanidad en clave depredadora, entra en mutación crítica. En esta perspectiva, el fenómeno “chalecos amarillos” aparece como la metáfora de la condición social en países que viven en régimen democrático y en Estado providencia, donde lo infrapolítico y lo suprapolítico se ignoran y auto-eco-violentan tanto en lo físico como en lo simbólico, desgastándose así las mediaciones individuales e institucionales tradicionales, necesarias al buen-vivir-bien. Entre tanto, no emergen los fundamentos de una democracia cognitiva, basada en una política de civilización de lo humano, responsable y solidaria del Nosotros, del Todo-mundo, como acota Edgar Morin en diferentes apartes de su obra magna El método (6 tomos), al igual que el poeta-pensador, Édouard Glissant.
El “mal francés” no lo es únicamente en Francia: las deudas individuales y colectivas son cadenas con las que la banca financiera esclaviza a las personas, y el exceso de impuestos, a las sociedades que viven obsesionadas por el “poder de adquisición” y con economías basadas en los indicadores únicamente capitalistas de la renta, del producto interior bruto, del provecho individual, tan matemáticamente obtuso y objetivamente estúpido como subjetivamente esquizofrénico. A ese mal social lo simboliza la revuelta “chalecos amarillos”, en la que aparece en filigrana, además de querer menos impuestos para vivir dignamente en lo individual, más servicios públicos para hacerlo en la colectividad, sobre todo en zonas urbanas periféricas y rurales deprimidas. Así pues, “chalecos amarillos”, apoyado por la mundialización del siglo digital planetario, pone de manifiesto una policrisis de civilización y de humanidad. Con todo, la revolución digital se ha convertido en soporte de la “inteligencia artificial”, que manipula mentes carentes de pensamiento crítico e integral, de responsabilidad y solidaridad. Es decir, de educación de calidad y con valores democráticos y principios republicanos, con enseñanza moral y cívica.
¿SOLUCIÓN A LA VISTA?
Para mediar dicha carencia cognitiva, encontramos acciones educativas concretas en el paradigma educativo Escuela de Confianza, en el que hay respuestas posibles a la solución de la policrisis “chalecos amarillos”. En efecto, dicho paradigma declina actividades pedagógicas, de evaluación y de gestión, basadas en aportes de la investigación científica, con la finalidad de que la escuela contribuya a la transmisión y a la convivencia de los valores y principios de la República francesa. Se busca construir una escuela de calidad educativa, en la que haya buena voluntad y placer al aprender y al enseñar, entramando en sistema abierto la base de conocimientos, competencias y culturas. Así pues, que la escuela contribuya a una sociedad de confianza, próspera y en paz. No bastará con indicar la vía para una nueva política educativa, basada en la confianza. Se requiere también voluntad, perseverancia y acciones individuales y colectivas orientadas a tejer en conjunto y a revitalizar los ecosistemas naturales, sociales y mentales de los seres humanos. La Educación de Confianza aporta energía espiritual y nuevo sentido a las nociones de provecho y de ganancia, de manera más humanista y menos materialista, con responsabilidad y solidaridad, pues la confianza permite recuperar, en cada ser humano, la veracidad y la justicia, la belleza y la esperanza por una vida digna y mejor, por una querencia en las casas, los territorios, en el país y en la Tierra-patria (cf. el libro homónimo de Edgar Morin). Es ya cuestión de vida o muerte, para el individuo y la sociedad, que la educación de confianza conduzca al buen-vivir-bien los unos con los otros, que lleve a preparar una generación de jóvenes ciudadanos que sepan leer, escribir, razonar y respetar a los demás (dixit Blanquer). Surge así una política educativa de civilización, una utopía realista en la que todos, sin desigualdades aberrantes, en vez de “poder de gasto”, tengamos poder espiritual para vivir, amar y pensar; para que cada uno tenga su parte digna de pan y comprenda que la finalidad de un ser humano es una vida alegre y amorosa. Se espera que esta política educativa de confianza pueda ayudar a resolver la policrisis en que se encuentra Francia, metáfora de universalidad y de humanidad.