Educar o adoctrinar, esa es la cuestión
El actual debate sobre si en los colegios públicos de Colombia los profesores adoctrinan a sus alumnos carece de rigor teórico, lo que podría banalizar un tema importante para el futuro de la educación en Colombia.
Hace unas cuantas semanas, el Centro Democrático y sectores conservadores del país, encabezados por el senador Álvaro Uribe Vélez, avivaron el debate sobre qué tipo de educación deben recibir los niños y los jóvenes en las escuelas públicas del país. El asunto, que viene de larga data, se centra en que el expresidente y sus seguidores acusan a los profesores de Fecode de adoctrinar a sus alumnos en el pensamiento de izquierda y en la defensa del proceso de paz.
En la polémica ha participado todo tipo de personas: profesores, educadores, políticos, religiosos. Se ha convertido en tendencia en las redes y ha sido un tema relevante en los periódicos y en los programas periodísticos. en la discusión han intervenido importantes expertos y académicos como Julián de Zubiría, entre otros, pero aun así le ha faltado altura. Unos y otros se acusan de adoctrinar y viceversa, y esta palabra se convirtió en un caballito de batalla para atacar a los oponentes políticos, sin mayor conocimiento de lo que significa y la función que puede jugar en un sistema educativo. El mejor ejemplo de ello llegó con el proyecto de ley que presentó el representante Edward Rodríguez para limitar la libertad de cátedra en los colegios del país, el cual no tenía sustento teórico o epistemológico alguno.
Para entender este complejo debate, hay que aclarar que las acusaciones de Uribe y sus seguidores contra Fecode rebasan el aspecto político y, en últimas, se refieren a la disputa sobre el modelo educativo que debería haber en el país. Ese importante asunto ha dominado la política colombiana desde la independencia, ha causado guerras civiles (como la de 1876, causada, entre otros factores, por las medidas educativas de los gobiernos radicales), y hoy forma parte del debate de los colombianos.
Por otro lado, desde el siglo XX la relación entre educación y adoctrinamiento ha tomado gran importancia en la filosofía, la lingüística y demás ciencias sociales, pues entraña grandes complejidades. En la actualidad predomina la idea de que se trata de conceptos distintos y opuestos. El primero se refiere
Las acusaciones de Uribe y sus seguidores contra Fecode rebasan el aspecto político.
a enseñarle a una persona unas capacidades críticas que le ayuden a encontrar la verdad, y el segundo, a transmitir un conocimiento dogmático y poco crítico para que se comporte de cierta manera. Pero esa separación tiene muchos problemas y ha causado profundos debates filosóficos sin solución a la vista.
Como explican varios historiadores, desde el triunfo de la filosofía ilustrada en el siglo XVIII, el ideal de la educación se cimentó sobre dos pilares: el pensamiento científico (capacidad de experimentación y de crítica) y el de formar ciudadanos. Immanuel Kant consideraba que aparte de adquirir conocimientos, el joven debía educarse en disciplina (sumisión de la barbarie), civilidad (adaptación a la sociedad humana para que lo quiera), y en moral (criterio para escoger los fines buenos).
Independientemente de la filiación política o las creencias religiosas, estos pilares soportaron la instrucción durante los siglos XIX y XX, junto con la educación patriótica propia de los nacionalismos. En esa época florecieron las historias patrias de los héroes, y por supuesto todo alumno tenía que aprender esas versiones oficiales. Esto significaba que la diferencia entre educación y adoctrinamiento como actualmente se entiende no existía. Un hombre podía tener un pensamiento crítico (en especial en las ciencias naturales), pero a su vez debía educarse para cumplir ciertos parámetros morales, sociales o religiosos incuestionables. En otras palabras, debía quedar adoctrinado en función del bien social.
Con las guerras mundiales, el auge del fascismo y el desarrollo de la teoría crítica llevada a cabo en las facultades de las universidades europeas, este modelo educativo comenzó a flaquear. Los estragos causados por los nacionalismos en la Primera Guerra Mundial y por los movimientos fascistas durante el periodo de entreguerras llevaron a muchos filósofos a cuestionarse la validez de la herencia educativa de la Ilustración. La imagen de miles de jóvenes y adultos
que idolatraban a Hitler y respaldaban su ideario antisemita y antihumanista demostraba que algo malo había pasado con la educación en el último siglo.
De las reflexiones frente a ese tema, aparecieron dos corrientes. Una, que se podría denominar liberal, explica que durante los primeros años del siglo XIX los ideales de libertad, bondad y democracia entraron en crisis debido a las doctrinas (comunismo y fascismo), que educaron a las masas de manera dogmática y prohibieron la libertad de pensamiento. Esta línea sostiene que los principios liberales no son una doctrina y que, en cambio, otras formas de pensamiento o de organización social se basan en dogmas y en adoctrinar a las personas.
Otra cosa piensan los exponentes de la teoría crítica en sus distintas variantes (Escuela de Fráncfort, la filosofía francesa Michel Foucault, la lingüística
crítica de Teun A. van Dijk y Noam Chomsky, el psicoanálisis de Jacques Derrida y Jacques-marie Émile Lacan). Para ellos, toda educación implica una forma de adoctrinamiento. Es decir, toda comunidad para instaurar un orden social necesita adoctrinar a sus miembros, ya sea en dogmas científicos o religiosos. Según este pensamiento, acabar con las máscaras del adoctrinamiento requiere volver al principio de la Ilustración.
Ambos planteamientos (el liberal y el crítico), antes que ofrecer respuestas generan más preguntas, como, por ejemplo, ¿la verdad y la libertad no son dogmas en sí mismos? O ¿difundir estos dos ideales no son un adoctrinamiento? Al aterrizar este debate a Colombia, surgirían los siguientes interrogantes: ¿la educación religiosa en los colegios es un adoctrinamiento?, ¿el hecho de que un profesor les enseñe a sus alumnos la importancia de la JEP también lo es?
Si el ámbito académico mundial todavía no ha encontrado estas respuestas, parece muy difícil hallarlas para el caso colombiano. No es fácil dilucidar si un colegio católico adoctrina o educa en una tradición religiosa, o si lo hace una escuela de Montes de María al enseñar la importancia de la JEP y su defensa. Pero más allá de eso, el debate revivido por Uribe y sus seguidores revela la incapacidad de la sociedad colombiana de ponerse de acuerdo en un modelo educativo. Allí radica la nuez del asunto. Como explica el historiador Armando Martínez, “el problema no se encuentra en la disyuntiva entre adoctrinar o educar, sino en ponernos de acuerdo en una serie de principios para educar a la sociedad”.