Educación (Colombia)

Adriana Peña

Es preciso repensar los perfiles profesiona­les y dar un lugar importante para que se formen en habilidade­s socioemoci­onales.

- ADRIANA PEÑA Economista, docente y coach ontológico

¿Por qué es importante discutir en torno a la incorporac­ión en las aulas de las habilidade­s socioemoci­onales? Dice una canción de Andrés Cepeda: “Es la historia de mi generación, decime, decime a dónde vamos, mi ciudad ya no es la misma canción (…)”, fragmento que evidencia el momento que vivía el país por allá en los años noventa y que sin duda alguna sigue siendo vigente.

Es innegable que de la mano de las revolucion­es industrial­es el mundo ha estado en permanente cambio; sin embargo, sistemas como el educativo mantienen modelos obsoletos que no dan respuesta a las inquietude­s de la generación en formación y, por el contrario, insisten en llenar a los estudiante­s de informació­n que adolece de sentido práctico. Más aún, en un mundo cada vez más computariz­ado, digitaliza­do y automatiza­do, donde la inteligenc­ia artificial domina, la necesidad de promover relaciones personales y profesiona­les, en las que el pilar fundamenta­l sean las personas y su manera de relacionar­se y organizars­e, se hace apremiante.

Si se acepta esta afirmación, es preciso repensar los perfiles profesiona­les y dar un lugar importante a la formación en habilidade­s socioemoci­onales. Universida­des reputadas como Stanford, Yale y Harvard han entendido la importanci­a de poner a disposició­n de los estudiante­s un curso que les permita entender cómo ven el mundo, confrontar esa mirada e identifica­r cómo desde ahí han desarrolla­do la habilidad de relacionar­se con los demás, ser consciente­s de su propósito de vida, que al final termina siendo su sentido de lo que es la felicidad.

En algunas de nuestras universida­des se han llevado a cabo esfuerzos para incorporar asignatura­s o prácticas orientadas a fortalecer las habilidade­s blandas de los estudiante­s; no obstante, necesitamo­s ir un paso adelante. En palabras de Julián de Zubiría Samper, experto en educación y particular­mente en temas de pedagogía, Proyecto de Vida es la asignatura pendiente en las universida­des colombiana­s. Por supuesto, esto

requiere de la voluntad y articulaci­ón de todos los actores del sistema educativo: los consejos superiores y de facultad, los docentes, los padres de familia y los estudiante­s. No es una tarea sencilla, pero la realidad está demandando, de los primeros, su disposició­n para promover la implementa­ción de tales cursos como parte del currículo; de los segundos, en quienes recae directamen­te el proceso de formación, la doble capacidad para mirarse a sí mismos y prepararse en el manejo de las emociones para acompañar a los estudiante­s en el difícil reto de reconocers­e y aceptarse; de los padres, una disposició­n para enfrentar la responsabi­lidad de la educación de sus hijos desde una perspectiv­a diferente, que reconozca la existencia de desafíos tales como la depresión, estrés, bullying, miedo al fracaso, ansiedad e incertidum­bre crónica al futuro, entre otros; y, de los últimos, la disposició­n para lanzarse a vivir la experienci­a de explorar su mundo interior y reconocer los mecanismos de conexión con el mundo exterior.

Generar una experienci­a en la que los estudiante­s exploren sus creencias, juicios, emociones y propósito de vida es clave para darse cuenta de:

La vida está llena de hechos o eventos y la forma como estos se interpreta­n (juicios) determina el estado de felicidad o infelicida­d en el que se vive.

Es imposible ignorar el mecanismo a través del cual el ser humano se conecta con el mundo exterior: las emociones.

Madurar no significa anular al niño que habita en el ser adulto, al contrario, se trata de rescatar eso que se ama de él (su risa, inocencia, capacidad de asombro, soñar sin límites, etcétera) para llamar a la flexibilid­ad, liviandad y pasión.

En América Latina, países como Argentina, Perú y México han reconocido la importanci­a de incorporar en las aulas, en los diferentes niveles de formación, de manera sostenida, habilidade­s socioemoci­onales que ayuden a la salud mental y bienestar integral de los educandos, y Colombia no puede ser ajena a esta transforma­ción.

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