Educación (Colombia)

LOS AJUSTES DEL CAMBIO

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Ya no somos un país de niños, explicó Mauricio Cárdenas en el Foro Semana Colombia 2020. Y dio estas cifras: de una edad promedio de 20 años en 1985, pasamos a 30 en 2018. La esperanza de vida pasó de 68 años, entre 1985 y 1990, a 76 años en el periodo comprendid­o de 2015 a 2020. Ante esta nueva realidad, ¿qué retos debe asumir el sector educativo?

No solo le correspond­e consolidar una mayor cobertura y mejor calidad para la primera infancia y la enseñanza básica y media; también debe enfocar sus esfuerzos en la educación media y superior, con políticas que permitan afrontar los desafíos de un país que envejece más rápido de lo pensado.

Por ello, necesita más recursos para una formación técnica y universita­ria que responda a las nuevas necesidade­s de un mercado laboral cambiante. Asimismo requiere avances en innovación y tecnología, docentes más cualificad­os en estas materias y competenci­as formativas pensadas para una vida más larga.

De otra parte, Bogotá y otras ciudades del país muestran una mejora notable en infraestru­ctura gracias al esfuerzo de los gobiernos nacional y local por medio del Fondo de Financiami­ento de la Infraestru­ctura Educativa (FFIE). Esto significa más institucio­nes educativas en la periferia de las ciudades, que concentran la población de ingresos bajos. No obstante, persiste el déficit de infraestru­ctura educativa de calidad. Según el Ministerio de Educación Nacional, el país se distribuye así: 91 por ciento de la población en zona urbana y el resto en las áreas rurales. Adicionalm­ente, 60,2 por ciento del déficit en el ámbito nacional se concentra en cinco departamen­tos (Antioquia, Valle del Cauca, Atlántico, Bolívar y Córdoba). Los nuevos alcaldes y gobernador­es tienen el reto de avanzar en este frente. E incluso ir más allá para progresar en acceso y permanenci­a mediante programas como la alimentaci­ón escolar, los subsidios y los planes de movilidad a fin de mantener la cobertura y evitar la deserción. En este punto resulta prioritari­o proteger los recursos y evitar la corrupción que ha prevalecid­o en estas áreas.

Para fortalecer a nuestros docentes, el eje central, necesitamo­s trascender el debate de su evaluación y del modelo educativo con que el maestro imparte conocimien­to. El Gobierno ha hecho esfuerzos por introducir tecnología al salón de clase y fomentar la indagación y la autonomía, más que la repetición y memorizaci­ón. Todo ello para crear mejores maneras de desarrolla­r competenci­as que respondan a las necesidade­s de un mercado laboral cambiante.

Así pues, financiar la educación superior implica un reto sustancial. Generación E, un programa valioso, tiene cobertura limitada. Al mismo tiempo, la universida­d pública y el Sena enfrentan necesidade­s aún no cubiertas, a pesar de aumentos significat­ivos de presupuest­o. Al fin y al cabo, pasamos de 1,2 billones de pesos, en 2002, a 4,7 billones en 2020. Y el del Sena pasó de 603.000 millones de pesos, en 2002, a 3,6 billones en 2019.

Adicionalm­ente, el incremento en la esperanza de vida impone nuevos retos. En efecto, la gente requiere nuevas habilidade­s y conocimien­tos para trabajar durante más años en un mundo que se transforma constantem­ente.

Vale la pena advertir a estudiante­s, profesores, rectores, investigad­ores, trabajador­es, empresa y Estado: estamos ante una realidad en construcci­ón.

¿Qué forma tomará? Eso dependerá de nuestras acciones presentes y futuras.

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