Una universidad más exigente que Harvard y MIT
Minerva Project se ha consolidado en los últimos años como una institución de élite. Esta es su historia.
Con un enfoque distinto al tradicional, Minerva Project se ha establecido como una nueva universidad de élite, pero con costos mucho más bajos que el de prestigiosas universidades.
Cada año, cientos de miles de estudiantes del mundo apuntan a lograr un cupo en una de las universidades de la llamada Ivy League. Compuesto por las ocho instituciones más prestigiosas de Estados Unidos, como la Universidad de Stanford, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), Harvard y Yale, este grupo tiene estándares y criterios de admisión que parecen inalcanzables.
La tasa de admisión de la Universidad de Harvard es de 4,5 por ciento. El panorama es similar para Princeton, con una tasa del 5,8 por ciento; Yale, con 5,9 por ciento; y el MIT, con 6,6 por ciento. Si estas cifras reflejan la calidad de estas prestigiosas instituciones, palidecen ante la tasa de admisión de Minerva Project, universidad nacida en 2012 en San Francisco. En 2018 recibieron más de 21.000 postulaciones y solo admitieron 400, una tasa de admisión de 1,2 por ciento.
En efecto, Minerva se ha consolidado en los últimos ocho años como una universidad de élite, con un enfoque diferente y costos muy inferiores frente a otras instituciones. Fundada por Ben Nelson en 2012, Minerva se compromete a preparar líderes e innovadores globales para prosperar en entornos complejos y que experimentan un cambio rápido. De acuerdo con Nelson, el sistema universitario es arcaico y está pensado para un mundo que ya no existe. “El problema es que las universidades están haciendo un buen trabajo, pero para el mundo de ayer. No están adaptadas a este mundo, en el que cambias de carrera, haces cosas muy diferentes y necesitas una transferibilidad”, dijo en una entrevista para Edsurge, una compañía de tecnología educativa.
Nelson resalta que los cerca de 600 estudiantes, de 60 países, provienen de contextos
socioeconómicos muy distintos. Por eso destaca que se trata de una universidad de élite, pero por la capacidad de sus estudiantes y no por sus ingresos.
Asegura que cobran solamente lo necesario para ofrecer una educación excepcional: incluyen la contratación de la facultad superior, mantienen clases pequeñas, ofrecen planes de estudio innovadores y desafiantes. “No encontrará jardines bien cuidados o muros de escalada de un millón de dólares en Minerva, porque las lujosas comodidades como estas son superfluas para el aprendizaje real (...); la matrícula es aproximadamente una cuarta parte de la de otras universidades importantes, cuyas tarifas de pregrado pueden ser de hasta 100.000 dólares al año”, precisa.
Según sus cifras, un año de estudio en una de sus facultades cuesta alrededor de 31.950 dólares. Esto incluye la matrícula (cerca de 14.000 dólares), el costo de alojamiento en su residencia estudiantil de San Francisco, y, además, el precio del semestre en otras ciudades como Londres, Berlín, Buenos Aires, Taipéi, Seúl o Hyderabad.
La estudiante norteamericana Alex Whitney cuenta que el costo fue uno de los factores más importantes para tomar su decisión de postularse a Minerva. “La falta de equipos deportivos e instalaciones adicionales para los alumnos no me preocupaba, ya que sabía que viviría en siete de las ciudades más grandes del mundo. No voy a ir al gimnasio de la escuela si puedo sumergirme en el mercado local o en un evento cercano”.
En ese sentido, Nelson considera que los mayores avances sociales ocurren en la intersección de las disciplinas: “La fusión de conocimientos de todas las ciencias, artes y humanidades produce innovaciones que no son posibles en un solo dominio aislado”, dijo. Por eso, tanto el programa de pregrado de cuatro años de Minerva como el de posgrado de tiempo parcial de dos años se enfocan en el aprendizaje de nociones aplicables que abarcan campos individuales.
El fundador explicó que se enseña a los estudiantes a partir de cuatro habilidades principales: pensamiento crítico, pensamiento creativo, comunicación efectiva e interacción efectiva.
Los alumnos toman en San Francisco el primer año. Los seis semestres siguientes los cursan en seis ciudades globales: Seúl, Bangalore, Berlín, Buenos Aires, Estambul y Londres. En cada una, pueden elegir entre 10 y 12 actividades por semana para conocer el entorno y la cultura, y aplicar en la práctica lo aprendido en la teoría. Pero, sobre todo, para conocer cómo hacen las cosas en diferentes partes del mundo.
Imparten las clases, de hora y media con un máximo de 18 alumnos, en forma presencial y en línea. No hay cátedras magistrales, como muchas veces acostumbra la academia. El profesor solo puede hablar por cuatro minutos y actúa más como un moderador del proceso intelectual, para que los alumnos participen e interactúen entre sí.
Hay quienes pueden cuestionar sus métodos, pero las cifras y los datos hablan por sí solos. En 2016, los estudiantes de primer año realizaron el Collegiate Learning Assessment, una prueba estandarizada que analiza la capacidad del alumno para resolver problemas o criticar razonamientos. Los de Minerva figuraron dentro del percentil 95, es decir, solo había un 5 por ciento de estudiantes mejores que ellos. Ocho meses después volvieron a realizar la prueba, y quedaron ubicados en el percentil 99. Un caso del revolcón educativo mundial, con nuevas experiencias de aprendizaje.
Para Ben Nelson, fundador de Minerva Project, el arcaico sistema universitario está pensado para un mundo que ya no existe.