¿Todos conectados?
La pandemia puso en evidencia serios problemas de desigualdad en el acceso a la tecnología como instrumento para la educación. Democratizarla plantea un gran desafío.
“Todos estamos en la misma tempestad, pero no en la misma embarcación: unos tienen un trasatlántico, otros un yate, pero muchos navegan en chalupas”, dice John Jairo Arboleda, rector de la Universidad de Antioquia. Se refiere a las grandes brechas que hay en el país para atender la situación generada por el coronavirus en cuanto a cubrimiento, conectividad y acceso a los procesos educativos.
Precisamente, Hundred –institución finlandesa sin ánimo de lucro– y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), en un estudio global, muestran algunos resultados alarmantes en torno a la adopción de tecnologías para enfrentar la pandemia. El 87 por ciento de los participantes se muestran “muy preocupados” por que la pandemia “aumente la desigualdad en la educación” y solo 6 por ciento piensan que su sistema educativo está “altamente preparado para afrontar la situación”.
Cuando las instituciones educativas tuvieron que cerrar sus operaciones físicas para evitar los contagios, el aprendizaje digital pasó de ventaja extracurricular a motor de la educación. “No obstante, las oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías van más allá”, dice el estudio.
La tecnología digital proporciona nuevas respuestas a los contenidos, así como cuándo, cómo y dónde se aprende. La tecnología puede facilitar a profesores y estudiantes el acceso a material especializado más allá de los libros de texto, en múltiples formatos y de maneras que pueden diluir los límites espaciales y temporales.
Algunas instituciones ya venían avanzando en el desarrollo de la virtualidad para complementar la presencialidad vigente. Pero la pandemia aceleró las decisiones aplazadas y en medio de prueba, acierto y error, la virtualidad se tomó la agenda educativa.
Sin embargo, la crisis ha mostrado que la mayoría de sistemas educativos no están listos para aprovechar las oportunidades del aprendizaje digital. Según el estudio, los informes de las pruebas Pisa muestran que algo más de dos tercios de los alumnos de 15 años en países de la Ocde estudian en escuelas donde los dispositivos digitales tienen capacidad limitada para funcionar en este escenario. Incluso en un país tecnológicamente avanzado como Japón, solo 40 por ciento de los alumnos de esa edad están en centros educativos con dispositivos adecuados. En los países de la Ocde, solo la mitad de los alumnos de 15 años están en escuelas con una plataforma on-line efectiva.
Como afirma Andreas Schleicher, director de la junta directiva de Educación y Habilidades de la Ocde, “el estado de implementación de la tecnología en las escuelas refleja la mentalidad de nuestros sistemas educativos. Estos fueron diseñados durante la Revolución Industrial, un momento histórico en el que las normas prevalentes eran la estandarización y la obediencia, y en el que lo más eficaz era educar a estudiantes en lotes y enseñar a los profesores únicamente una vez para el resto de su vida trabajadora”.
En esas circunstancias, “en nuestras sociedades, los cambios –advierte el informe– han sobrepasado la capacidad estructural de respuesta de nuestros sistemas educativos”.
El estudio detectó, entre los principales problemas, la ansiedad y la falta de motivación de los alumnos, las dificultades para mantener una relación positiva estudiantes-profesores-familias, la habilidad de los educadores para adaptarse y las desigualdades de acceso a la tecnología, así como las diferencias en la implicación de los padres y en las posibilidades de compatibilizar su trabajo con la educación en casa.
Para Schleicher, hay un elemento adicional en la discusión: la cooperación internacional. Advierte que
la educación en el mundo es todavía muy local, dado que tiene lugar en núcleos aislados. “En lugar de cooperar, países y Estados todavía miran únicamente dentro de sus fronteras y casi no existe el intercambio activo de información y buenas prácticas. Apenas hemos visto ejemplos de dos o más países cooperando activa y abiertamente para intentar resolver estos retos educativos, y aún menos llevando a cabo investigaciones conjuntas para encontrar y crear juntos soluciones efectivas”.
Por fortuna no faltan las buenas prácticas. “Hay grandes personas haciendo cosas maravillosas en todo el mundo; hay plenitud de innovaciones de impacto y recursos de alta calidad. Los hay en cada país, independientemente de los desafíos de sus sistemas educativos. El reto clave está en otro sitio: cómo implementar estas innovaciones a la perfección en diferentes contextos y a escala mientras nos hacemos cargo de todo el mundo involucrado en el proceso”, señalan Saku Tuominen y Lasse Leponiemi, cofundadores de Hundred. Esta organización se dedica a identificar innovaciones educativas de impacto en el mundo, así como a promover su expansión.
El informe recopila más de un centenar de propuestas de educadores de todo el planeta sobre soluciones innovadoras a los desafíos planteados por el coronavirus. Precisa que, aunque “no hay una solución holística fácil de implementar y que funcione a escala mundial”, sí existen “herramientas y experiencias individuales que pueden servir de inspiración”.
Con ese enfoque, el informe propone un conjunto de soluciones agrupadas en tres grandes bloques: uno, abrir recursos en canales abiertos de alta calidad proporcionados por organizaciones y empresas internacionales; dos, usar soluciones y herramientas tecnológicas fáciles de implementar, y tres, aplicar ejemplos de experiencias colaborativas concretas desarrolladas por comunidades educativas a nivel global.
En el primer bloque se encuentran organizaciones como la Khan Academy, National Geographic, Google Arts&culture y TED-ED, que proporcionan continuamente recursos para estudiantes, profesores y padres. También destaca Wide Open School, una red de 25 organizaciones creada para esta emergencia que recopila material educativo. El segundo incorpora una colección de innovaciones escalables, soluciones simples y fáciles de implementar y extender. Algunos ejemplos: lecciones virtuales en tiempo real para niños de tres a 18 años en Outschool; una aplicación de aprendizaje dinámico de idiomas, como Duolingo, y una para aprender a codificar juegos y aplicaciones, con Scratch. Por último, en el tercer grupo aparecen ideas de comunidades educativas que están permitiendo el trabajo en red y, en algunos casos, llegar a niños y familias en lugares remotos al conectarlos con profesores y lecciones de maneras distintas a on-line. Entre ellas, se destaca el uso de plataformas como Link Online Learners, la radiodifusión analógica, movimientos colaborativos o donaciones de equipos informáticos.
Hay que cerrar las brechas tecnológicas y de conectividad para convertir la virtualidad en uno de los ejes de la educación del futuro. Pero ello requiere de un entorno innovador que permita a las instituciones educativas, a profesores y a estudiantes moldear el nuevo escenario; ya que el coronavirus se ha convertido en un punto de quiebre. Varios países la han convertido en el eje de su transformación productiva y de políticas más inclusivas en el desarrollo. Puede ser también el momento para que la educación replantee no solo su modelo, sino también su capacidad de incorporar cada vez más estudiantes y democratizar sus procesos de acceso.
En los países de la Ocde, solo la mitad de los alumnos de 15 años estudian en colegios que tienen una plataforma efectiva de aprendizaje on-line.