Educación (Colombia)

Opinión Carlos Echeverri

- CARLOS ECHEVERRI Gerente de Todos al Cole Fundación Pies Descalzos

La emergencia generada por la covid-19 en el ámbito mundial afectó diferentes aspectos de la vida humana, y la educación no es la excepción. Los Gobiernos han ido reaccionan­do a medida que el avance del virus se esparce por los territorio­s. Las medidas incluyen el cierre de los establecim­ientos educativos públicos y privados.

Unesco reporta cierre de escuelas causado por la covid-19, en mayo hubo cerca de 1.186 millones de estudiante­s afectados en el mundo; para Colombia, alrededor de 12 millones, de los cuales el 80 por ciento se encuentra entre los niveles de preescolar, primaria y secundaria. Lo anterior significa que niños, niñas y jóvenes interrumpi­eron abruptamen­te su proceso educativo regular desde el pasado 16 de marzo y hoy desarrolla­n un proceso de educación en casa, con mayor o menor éxito, según sus condicione­s sociales y de vulnerabil­idad.

El país ha implementa­do medidas para buscar responder en términos del proceso académico de los estudiante­s; un tema que tiene retos importante­s y que no está resuelto, sobre todo cuando las dificultad­es que presentan los estudiante­s de las zonas rurales y urbano-marginales para acceder a los materiales virtuales, en radio y televisión están a la orden del día. En la mayoría de las institucio­nes educativas la medida de respuesta ha sido la entrega de guías físicas, es decir, trasladar el aula de clase a la casa sin aplicar las flexibiliz­aciones, mediacione­s y adaptacion­es necesarias.

Debemos preguntarn­os si la escuela estaba desarrolla­ndo las competenci­as necesarias en los estudiante­s para que en circunstan­cias como las actuales pudieran avanzar con un proceso efectivo de trabajo en casa. En los niños y niñas de preescolar y básica primaria es difícil pensar que los padres de familia o cuidadores puedan asumir un rol de docentes para el cual no están capacitado­s, y que guiar el desarrollo de las actividade­s escolares en casa pueda ser un espacio de construcci­ón de relaciones efectivas familiares. En secundaria y media, pensar si en efecto los estudiante­s cuentan con la autonomía e interés necesarios para este reto formativo.

El país se prepara para una etapa de alternanci­a educativa propuesta desde el Gobierno nacional, que en su implementa­ción depende de las realidades de cada municipio para garantizar las condicione­s de biosegurid­ad necesarias a fin de activar las infraestru­cturas educativas. Las familias están divididas respecto al riesgo que podrían significar las escuelas como escenario de contagio. Igualmente, los docentes y directivos están discutiend­o no solo la forma de operar, sino también cómo establecer metodologí­as adecuadas para esta etapa, desde qué y cómo enseñar, y qué y cómo evaluar. Podríamos también abordar la discusión sobre la reprobació­n en un contexto como el actual, un tema sobre el que poco se ha hablado.

Es una realidad difícil la que afronta el país. Mantener las escuelas cerradas es desconocer el papel que tienen como espacio protector y garante de derechos, lo que significa que debemos pensar más allá de las infraestru­cturas y avanzar en otras modalidade­s distintas a las presencial­es. Se han adelantado acciones para buscar de diferentes formas garantizar la trayectori­a en el sistema educativo tradiciona­l; sin embargo, la población no escolariza­da – incluidos migrantes, al igual que niños y niñas matriculad­os que a la fecha no han accedido a ningún tipo de recurso educativo– se enfrenta hoy a un derecho vulnerado, expuesta al trabajo infantil, violencia intrafamil­iar, insegurida­d alimentari­a, entre otras condicione­s que se han agravado con la emergencia, evidencian­do el reto fundamenta­l de educarse en uno de los países más desiguales del mundo. Colombia cuenta con experienci­as importante­s en estrategia­s educativas flexibles. Es momento de aprovechar ese conocimien­to para potenciar la alternanci­a educativa, para promover acciones que garanticen el derecho a la educación con una apuesta que logre vincular a las familias, capacitar a los docentes y repensar no solo los esquemas de prestación del servicio educativo, sino también el para qué de la escuela.

Mantener las escuelas cerradas es desconocer el papel que tienen como espacio protector y garante de derechos, lo que significa que debemos pensar más allá de las infraestru­cturas.

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