¿Regresarán las clases este año?
Con la cuarentena quedó claro que nada reemplaza al profesor y su relación directa con los alumnos, más teniendo en cuenta las inequidades en acceso a internet y computador. Los niños extrañan las aulas, pero los padres temen que regresen a ellas. Esto plantea el mayor desafío.
El coronavirus logró lo que casi ninguna otra circunstancia en la historia. Poner de acuerdo en algo a padres, niños y adolescentes: no hay nada como las clases cara a cara. Millones de familias en el mundo se enfrentan a la misma situación. Nadie estaba preparado para trasladar los siglos de experiencia de las instituciones educativas a la sala de la casa; tampoco para convertir a los papás, ya bastante ocupados en el teletrabajo y en el hogar, en maestros experimentados. Nadie estaba listo para reemplazar de un momento para otro el recreo, los juegos y las risas con los amigos por una clase virtual en Zoom. Y mucho menos, nadie se esperaba que este escenario se fuera a alargar por cuatro meses o más, como se está viviendo en algunas ciudades como Bogotá, Medellín o Barranquilla.
Las preocupaciones surgen por todas partes. Aun con el aula virtual, muchos llegarán al siguiente año con conocimientos muy por debajo de los que habrían acumulado si hubieran ido al colegio. La encuesta ‘Docencia durante la crisis sanitaria: la mirada de los docentes’, realizada en Chile, evidenció que el 50 por ciento de más de 3.100 profesores siente que sus estudiantes no aprenden lo necesario con la educación virtual.
Los padres pueden amar sin limitaciones a sus hijos, pero eso no garantiza que tengan habilidades pedagógicas. “Las familias hacen lo que pueden con los recursos con que cuentan. Y, sin duda, el confinamiento ayudará a que los padres asuman un rol más activo en la educación de sus hijos una vez superada la crisis. Sin embargo, ellas no pueden reemplazar a maestros y escuelas de manera indefinida”, dice Jorge Valencia, coordinador del Observatorio de Educación de la Universidad del Norte.
No pocos papás tienen que escuchar la lección del profesor junto con ellos para aprender. Incluso así, a veces no lo logran. “yo sé sumar y restar, pero ahora ellos aprenden de una manera complicadísima”, dice Maycol Rodríguez, padre de dos pequeños. Otros se han encontrado con la sorpresa de que sus hijos han tomado el encierro como unas vacaciones. “Después de Semana Santa, me di cuenta de que mi hijo de 7 años me había estado diciendo mentiras, y no había hecho ni un décimo de las cosas que debía para el colegio”, dice Natalia Carrizosa, madre de dos menores.
Muchos señalan que el mayor reto es no perder la paciencia. Precisamente lo que menos tienen por estos días los colombianos, que, agobiados por la incertidumbre de sus empleos, una posible quiebra, la amenaza de una enfermedad traicionera y el bienestar de los niños, han colapsado con la educación en casa: “Un día tuve que encerrarme en el baño a llorar porque no podía más con todo”, contó otra de las mamás entrevistadas.
En Colombia, la formación virtual tiene una cara muy compleja: la de la inequidad social. Millones de niños en Colombia viven en hogares con muchas carencias. No cuentan con las facilidades para montar una plataforma virtual en casa. En esas familias difícilmente hay
un computador, y mucho menos wifi. Según un estudio del Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana (LEE), el 63 por ciento de los alumnos de educación media de los colegios públicos no tiene acceso a internet ni computador en el hogar. “El coronavirus refleja la realidad inequitativa que viven muchos estudiantes fuera de las aulas. En áreas urbanas de nuestro país, un 14 por ciento de los hogares no tiene acueducto, y esa misma cifra en hogares rurales puede subir al 60 por ciento; para no hablar de alcantarillado, en que más del 25 por ciento no lo tiene en áreas urbanas. En cuanto al acceso a internet, 43,4 por ciento lo puede tener en sus casas”, explica Luis Felipe Henao, exministro de Vivienda.
Los niños que hoy tienen lo esencial – un espacio para estudiar, alimentación completa y conectividad– forman parte de una pequeña minoría en Colombia. Por ende, más que un idilio, la mayoría vive momentos de angustia y tensión. Hay decenas de municipios donde ningún estudiante reportó tener computador o internet. Puerto Santander y Puerto Arica (Amazonas), Busbanzá (Boyacá), Cacahual y Morichal (Guainía), Contadero (Nariño), Yavaraté (Vaupés), Sácama (Casanare), Río Iró (Chocó), Miraflores (Guaviare) y Norosí (Bolívar) son solo algunos de ellos.
En grandes ciudades también se evidencia esta brecha. Julieth Bustamante, habitante del barrio Altamira al sur de Bogotá, debe estar conectada en su trabajo como asistente telefónica de la Unidad para las Víctimas a las siete de la mañana. Simultáneamente, a su Whatsapp comienzan a llegar las tareas de las cuatro materias que su hija Nicole toma al día. Los profesores piden que, antes de las cinco de la tarde, envíen las fotografías de escritos o dibujos que pidieron. Esas tareas requieren apoyo, y no siempre Julieth puede dárselo inmediatamente. Ahora tiene internet porque tuvo que contratarlo para seguir trabajando, aunque esto no significa que esté en igualdad de condiciones que otros hogares. Por ejemplo, en clase de informática, Nicole está aprendiendo Excel, pero en su casa no tiene ese programa. Por eso tiene que aprenderlo en una hoja de papel con regla y colores.
Como Julieth y su hija Nicole, hay miles de casos; cada familia tiene una situación particular y no todos siguen estudiando ante las dificultades. Al igual que Nicole, en quinto de primaria hay 665.409 alumnos matriculados en todo el país, y solo el 37 por ciento tiene acceso a internet o a un computador en su casa, según datos del LEE. El drama es profundo. Los niños quieren volver al colegio, los padres están al borde del colapso, los maestros hacen lo más que pueden. Pero logran hacer mucho dadas las circunstancias. El Ministerio de Educación le apuesta al modelo de alternancia a partir de este mes. Para ello emitió los lineamientos a fin de retomar la presencialidad, documento bien recibido por diferentes actores del sistema. No obstante, ante el temor de los padres, algunas instituciones han anunciado que no retornarán a la presencialidad. En ese sentido, el director del Instituto Colombiano de Neurociencias, Jorge Eslava, hizo un llamado a tomar decisiones basados en la evidencia. “En Colombia la tasa de mortalidad de covid-19 en niños es del 0,1 por ciento, es decir que los estamos privando de su aprendizaje y afectando la salud mental basados en un imaginario. Deben volver a las aulas”, concluyó.