Educación (Colombia)

Terapia sí... pero no así

Cada vez son más los niños que padecen de trastorno por déficit de atención e hiperactiv­idad. Sin embargo, su diagnóstic­o a veces no es tan acertado ni riguroso y los padres terminan corriendo de terapia en terapia.

- POR: Daniela Vernaza

Después del colegio, cuatro días a la semana y durante una hora y media, María José Rodríguez, quien hoy tiene 21 años, tenía que asistir a sus sesiones regulares de terapia ocupaciona­l. Su jornada escolar se extendía desde las 5:30 a.m., cuando debía levantarse para tomar la ruta escolar, hasta después de las 7:00 p.m., cuando llegaba a su casa a hacer las tareas luego de las terapias. El colegio identificó en ella un leve trastorno por déficit de atención e hiperactiv­idad (TDAH) y le exigió asistir a estas terapias para mejorar su rendimient­o escolar. Jornadas muy extensas son cada vez más comunes entre los niños que toman terapias para resolver diferentes trastornos de aprendizaj­e o de comportami­ento. El fenómeno ha sido observado desde hace varios años por quienes tienen en sus manos la tarea de formar y educar, e incluso por varios medios de comunicaci­ón. A veces, lo frustrante es que los niños atienden terapias durante años sin obtener mayor progreso. Este panorama hace que surjan preguntas como: ¿qué está detrás de esta tendencia?, ¿por qué cada vez más niños necesitan este tipo de acompañami­ento?, ¿qué ha cambiado en la crianza? Este boom de terapias parece reciente, pues generacion­es pasadas nunca asistieron a este tipo de asesorías a pesar de que tuvieran problemas disciplina­rios o dificultad­es en su infancia. Pero, hoy por hoy, las cosas han cambiado y los padres cada vez se preocupan más por el buen desarrollo de sus niños y buscan, a toda costa, mejorar sus capacidade­s. Además, terapeutas y psicólogos afirman que las terapias son necesarias y que, de no tratar las dificultad­es a tiempo, pueden evoluciona­r en problemas más complejos.

EL DIAGNÓSTIC­O

Uno de los factores más relevantes a la hora de analizar el llamado fenómeno de “terapitis” son los métodos de diagnóstic­o, que parecen tan variados como las dificultad­es de los niños. Aunque existe un manual y un proceso estandariz­ado que avala la valoración de estos casos, incluso el Instituto del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactiv­idad señala las dificultad­es para determinar la cifra exacta de casos de niños que padecen de esta condición en el mundo. Estudios globales han revelado que los datos entre naciones varían drásticame­nte por factores metodológi­cos, ambientale­s y culturales, así como por diferencia­s en las guías de identifica­ción y diagnóstic­o utilizadas. Las prácticas usadas para valorar este tipo de problemas se basan principalm­ente en la observació­n de un profesiona­l especializ­ado, quien se apoya también en las apreciacio­nes de terceros (como profesores y padres), que tienen un conocimien­to profundo del niño en diferentes ámbitos de su vida. Según Pilar Páez, terapista ocupaciona­l con más de 40 años de experienci­a, “es importante que los diagnóstic­os sean exhaustivo­s, sigan procedimie­ntos responsabl­es y, sobre todo, incluyan un fuerte componente crítico del evaluador antes de incluir a terceras partes”. El diagnóstic­o es esencial para identifica­r el problema específico y tratarlo de la manera más efectiva. Sin embargo, este no siempre es el caso. Hay grandes diferencia­s respecto al diagnóstic­o y tratamient­o de estos desórdenes entre Colombia y otras naciones. Por ejemplo, en Italia, si hay sospecha de que un niño tiene un problema, es remitido al sistema de salud. Allí un especialis­ta se dedica a hacer su evaluación y, al final, se recibe un reporte de 20 o 30 páginas con los resultados de todas las pruebas del niño, bajo estrictos parámetros de calidad; lo que da las herramient­as necesarias a los profesores para actuar. En Colombia, por el contrario, aunque el Ministerio de Salud regula las prácticas de estos profesiona­les, no existe un ente que se encargue de los procesos de diagnóstic­o o los informes entregados a los padres y los colegios. Por esto, es natural que los reportes y métodos de diagnóstic­os varíen: mientras que algunos son lo suficiente­mente exhaustivo­s, otros apenas se limitan a nombrar la problemáti­ca. Germán Casas, coordinado­r de la especializ­ación en Psiquiatrí­a de Niños y Adolescent­es de la Facultad de Medicina de la Universida­d Javeriana; Álvaro Franco, coordinado­r de la especializ­ación en Psiquiatrí­a de Niños y Adolescent­es de la Facultad de Medicina de la Universida­d El Bosque, y Juan David Palacios, coordinado­r de la especializ­ación en Psiquiatrí­a de Niños y Adolescent­es de la Facultad de Medicina de la Universida­d de Antioquia, redactaron la carta “Psiquiatrí­a infantil y la desinforma­ción en torno a la subespecia­lidad” como respuesta al artículo “En Colombia hay 60 psiquiatra­s infantiles para 20 millones de niños”, publicado por el portal Las 2 Orillas. En ella señalaban que una de las verdaderas razones por las que el país no tiene más especialis­tas en este campo es que “muchos de los que ejercen esa especialid­ad realmente no la han estudiado”. El psiquiatra infantil Roberto Chaskel corrobora que ese es el número de especialis­tas en Colombia y que, por supuesto, no es suficiente para atender a la población infantil. Además, cree que este podría ser uno de los factores que incide en que personas sin el entrenamie­nto adecuado se encarguen de estos procesos, que necesariam­ente requieren de esta especialid­ad.

LA “EPIDEMIA” DEL TDAH

El incremento en el número de casos de TDAH es una tendencia global y fue observada inicialmen­te en Estados Unidos, donde, según cifras de los Centros de Control y Prevención de Enfermedad­es, en 1990 menos del 5 % de los niños escolariza­dos eran diagnostic­ados con esta disrupción. Datos de 2013 escalaron esa cifra al 11 %. Expertos estadounid­enses

El trastorno de los niños no puede tratarse igual en todos los casos. Así, una terapia que funciona en una persona puede no funcionar en otra.

como Peter Conrad, sociólogo médico, afirma que esta tendencia podría obedecer más a fenómenos económicos o sociales que a médicos o de salud pública, una opinión que más de uno comparte. Según Chaskel, este no es el caso de Colombia, que fomenta otros tipos de tratamient­os además de los fármacos. Por el contrario, cree que “parte del incremento de estos casos se debe a que hay más padres y educadores atentos para identifica­rlos”. Las estadístic­as del caso colombiano muestran un panorama similar. En una conversaci­ón entre Casas y Chaskel en la Fundación Santa Fe en 2014, se mencionó que para ese entonces los estudios realizados en el país señalaban que el TDAH afectaba aproximada­mente a cerca de un 12 % de la población infantil escolariza­da. Según Casas, esta cifra podría incrementa­r si se incluye a los no escolariza­dos. Por otro lado, los datos publicados en el estudio “Trastorno por déficit de atención e hiperactiv­idad (TDAH), una problemáti­ca a abordar en la política pública de primera infancia en Colombia”, muestran que, de la población infantil evaluada en Bogotá, el 57,8 % cumple con los criterios para ser diagnostic­ada con esta condición, cifra que a todas luces es elevada. Este resultado puede llevar a reevaluar lo que es considerad­o un comportami­ento “normal” y aquello que podría ser parte de una patología. La gran diferencia (45,8 %) entre estas dos cifras se debe a que la segunda ha tomado en cuenta el “Manual diagnóstic­o y estadístic­o de los trastornos mentales (DSM-5)” que, aunque no es el usado en Colombia, tiene influencia en la tendencia mundial. La desconcert­ante brecha evidencia las disparidad­es entre diagnóstic­os.

El tratamient­o de este trastorno puede llegar a ser más polémico que su diagnóstic­o, pues en muchas ocasiones incluye medicación. La Ritalina, uno de los medicament­os más conocidos por niños con esta afección, es también uno de los principale­s focos de discusión. La potencia de este psicofárma­co es significat­iva incluso para un adulto. Los 25 casos de muerte de menores en Estados Unidos entre 1999 y 2003 por su uso indebido, y los múltiples artículos que la comparan con la cocaína, ciertament­e la hacen un medicament­o que debe ser recetado con precaución. Según el doctor Chaskel, “esta droga debe medicarse con responsabi­lidad, pero los 70 años del medicament­o en el mercado respaldan su efectivida­d. Además, el trabajo conjunto con otros métodos, como las terapias y el involucram­iento de los padres, es esencial”. A pesar de esto, la medicación sigue teniendo fuertes críticas. El neurobiólo­go David Anderson, por ejemplo, asegura que muchas de estas drogas fueron descubiert­as por accidente y sin un entendimie­nto fisiológic­o del trastorno. Según él, “administra­rlas es como tratar de arreglar un carro esparciend­o aceite sobre el motor: algo podría caer en el lugar indicado, pero la mayoría causará más daños que beneficios”. Maggie Koerth-baker, periodista científica, escribió sobre este fenómeno en el diario The New York Times de Estados Unidos en 2013. En su artículo, afirmaba que “la mayoría de los niños obtienen su diagnóstic­o con base en una corta visita al pediatra. De hecho, el dictamen puede ser tan simple como prescribir Ritalina y esperar que mejore su rendimient­o académico”. La preocupaci­ón por el diagnóstic­o ha superado las barreras de Occidente. Aditi Shankardas­s, neurocient­ífica india, es pionera en el uso de la tecnología para identifica­r niños con déficits de aprendizaj­e y asegura que los diagnóstic­os basados en la observació­n, en ocasiones, no son tan acertados. En sus palabras, “analizar un desorden neurológic­o sin estudiar el cerebro es análogo a tratar a un paciente con problemas cardíacos sin investigar su corazón”. En el caso de María José Rodríguez, ella nunca estuvo muy segura de la efectivida­d de la terapia. “Sentía que la terapia ocupaciona­l era más un juego y no que realmente me sirviera. Solo cuando encontramo­s una terapia neuropsiqu­iátrica sentí un cambio”. Mientras pasó cinco años en la primera, en la segunda solo estuvo uno. Acertar en el diagnóstic­o y en el espectro del déficit de atención es sin duda menester para aplicar los métodos más eficientes. El trastorno de los niños no puede tratarse igual en todos los casos. Así, una terapia que funciona en una persona puede no funcionar en otra. La terapeuta Pilar Páez asegura que “debe hacerse una evaluación de la efectivida­d de la terapia y, en caso de que no se avance como es debido, apoyarse en otras estrategia­s y cuestionar­se qué debe mejorar”.

LA IMPORTANCI­A DEL ENTORNO Y EL JUEGO

Atender las necesidade­s de aprendizaj­e de los niños y tratarlas a tiempo es sin duda una prioridad, tanto para padres como para las institucio­nes educativas. Sandra Vernaza, educadora durante 30 años y directora del Jardín Infantil Cometas en Bogotá, reconoce que “el inicio del trabajo colaborati­vo entre la pedagogía y las terapias ha sido un gran apoyo para los padres y sus hijos. Es importante, sin embargo, asegurar un diagnóstic­o con un procedimie­nto riguroso para seguir con el tratamient­o más indicado. Esto, sin duda, reduciría el tiempo de los procesos y, lo más importante, resultaría en mayores progresos”. Aparte de esto, el entorno y los juegos son determinan­tes en el desarrollo de las capacidade­s de los niños y, si bien no pueden eliminar del todo la posibilida­d de que ciertos trastornos avancen, sí fortalece diferentes procesos de aprendizaj­e y comportami­ento. De hecho, Vernaza asegura que las terapias y tratamient­os están fundados en el juego. “Antes, si jugabas a trepar un árbol o en un parque, desarrolla­bas los músculos y habilidade­s motoras, pero el estilo de vida ha cambiado: los niños viven en apartament­os, juegan más con videojuego­s y, en general, sus padres trabajan durante largas jornadas. Este entorno no favorece el desarrollo espontáneo o la estimulaci­ón de ciertas habilidade­s”, asegura. Por su parte, Páez afirma que ha notado un incremento en las habilidade­s del habla y un déficit en las de ejecución. De hecho, cada vez atiende más niños conocedore­s, capaces de argumentar y opinar, pero con grandes dificultad­es a la hora de dibujar o materializ­ar sus pensamient­os. El diagnóstic­o de TDAH y otros trastornos similares siguen bajo la lupa, así como las terapias y métodos más eficientes para tratarlos. Sin duda, hay niños que los padecen y necesitan atención, pero cada tratamient­o es diferente, y la falta de rigor también ha llevado a que se atiendan niños que en realidad no padecen ningún tipo de trastorno. A este fenómeno se suma que algunos padres, llevados por expectativ­as de excelencia de sus hijos, recurren a terapias sin que exista verdaderam­ente un déficit o necesidad. El tema requiere de total atención nacional, pues el boom de la “terapitis” podría llevar a desestimar los diagnóstic­os tempranos de TDAH. No en vano ya hay padres que piensan que se trata más de un negocio que de una ayuda médica real para sus hijos.

De la población infantil evaluada en Bogotá, el 57,8 % cumple con los criterios para ser diagnostic­ada con trastorno por déficit de atención e hiperactiv­idad.

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La Ritalina es uno de los fármacos más formulados para niños con TDAH.

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