Las cámaras dicen las verdad
Hace una semana abordé un taxi autorizado en el aeropuerto Eldorado de Bogotá. El conductor insistió en que guardara la maleta atrás para estar cómodo. Establecimos un diálogo tan interesante y ameno que ambos deseamos que la carrera fuera más larga. Encontramos que era mas fácil caminar cuatro cuadras que llegar en el taxi. Al llegar al apartamento me di cuenta que había olvidado la maleta. Si el señor se percata de mi descuido no tendría dónde dejármela, no conoció mi destino, pensé. Regresé al aeropuerto y conté lo sucedido al encargado de la empresa, este me lleva a la policía, buscamos mi imagen en las cámaras de seguridad, regreso a la empresa con las fotos pixeladas de la cámara, identifican el carro pero es muy difícil leer las letras y los números. ‘No se preocupe señor. Es una de nuestras camionetas. Esa maleta la encontramos. Acá pasa todos los días. Ayer devolvimos millón y medio a una señora. Tranquilo’. Nueve personas de la empresa estuvieron conmigo y después de ocho horas tenía la maleta en mis manos. Estuve confundido, llegué a pensar que me estaban grabando, que me usaban para una propaganda para contrarrestar el desprestigio de los taxis en Bogotá. La verdad, dudé que tanta belleza fuera cierta. Pero no, fue realidad. Las conocí de verdad, gente buena, honesta y todo gracias a las cámaras de televisión. La situación del país está complicada. Y las cámaras lo registran para que lo sepamos. Los escándalos de corrupción y desvíos de dineros públicos. Magistrados y abogados enredados entre grabaciones, éticas dudosas, morales justas, licencias no remuneradas y renuncias solicitadas, son el mayor contenido de los noticieros. Adultos que parecieran estar encartados con sus hijos los ponen a cargar droga en sus cuerpos, los secuestran y otras cosas que usted ya sabe. La democracia y lo que cuesta ejercerla. Los que lideran ese ejercicio se comportan como hinchas apasionados queriendo hacer creer a sus seguidores que ellos y no los otros, son los que tienen la razón. Afortunadamente existen las cámaras de televisión. Todo lo vemos por la tele. Lo malo y lo bueno. Hay imágenes y escenas que te reconcilian con esta especie humana tan extraña y sin querer a uno como televidente, le brota la sensibilidad. Por ejemplo en un concurso de cocineros, dos de los participantes cocinaron a duelo para que uno pudiera continuar. Al final los dos platos quedaron tan mal realizados que los jueces descalificaron al peor de los dos malos y el otro concursante decidió colgarse también el delantal. Una decisión que costaba la salida. No le importó, reconoció su error. En la tele hay justicia. En ese mismo programa los concursantes se ayudan, se sugieren. Los que están embalados tienen “ángeles” con delantal. Me hacen recordar cuando en el colegio había compañeros que le soplaban a uno algún punto en el que uno estuviera atrancado en el examen. En este concurso tienen un tiempo para agarrar del mercado todo lo que necesiten. En una ocasión a una chica se le olvidó la harina y otro compañero le regaló. En otro capítulo a uno se le olvidó coger tripa para hacer embutidos y otra concursante partió la mitad y se la dio. Se arriesgan por el otro. Y uno ve y se emociona y sonríe y aplaude.