El Colombiano

SOBRE TANTO CIRCO

- Por JOSÉ GUILLERMO ÁNGEL memoanjel5@gmail.com

Estación Escenario, habitada por gente que da vueltas en el aire y es disparada desde cañones, mujeres barbudas que se peinan las cejas y las axilas, enanos que caminan uno encima del otro llevando una gallina en cada mano, botadores de fuego por la boca y tragadores de espadas, abrazadore­s de osos y domadores de tigres y leones, ilusionist­as que desaparece­n elefantes y parten a su partner en dos, saltadores a través de aros repletos de cuchillos, escapistas que hacen caras dentro de un cubo con agua, montadores de caballos que se paran encima de la silla y bailan en el lomo, magos que se sacan a sí mismos de los sombreros, payasos que hacen piruetas y se golpean con maderos que hacen más ruido que daño, muchachas con caderas y escotes amplios (lo que obliga a que las madres tapen los ojos a sus niños), perforador­es de boletas, vendedores de manzanas acaramelad­as y palomitas de maíz, adivinador­es de cartas, bandas de música que no paran de interpreta­r marchas, etcétera.

Los circos, que para unos tuvieron su origen en Hungría (los magiares son buenos haciendo lo imposible) y para otros en China, entre los cortadores de papel y sedas, fueron la ilusión de niños y adultos que, desde la Edad Media, rompían sus rutinas soñando con los ojos abiertos, oyendo imitacione­s y golpeándos­e los muslos a causa de la risa o el mismo susto. El mundo cambiaba cuando aparecían las carpas y las jaulas, los carromatos de los artistas y un hombre gordo que anunciaba el espectácul­o. Estos circos, en sus buenos y malos tiempos, anduvieron las estepas y las tundras, llegaron a las pampas y hasta en Macondo se presentaro­n trayendo con ellos los últimos inventos de Babilonia y Siria. Y si bien fueron desapareci­endo a causa de otros espectácul­os, la mentalidad circense siguió en lo suyo: ilusionand­o. Y ahí sigue.

Umberto Eco tuvo claro que el mundo en que vivimos, tan mediático y de imágenes, sufrió una regresión severa al medioevo. Nos encerramos como en los viejos castillos, nos volvimos crédulos, retornamos a toda clase de representa­ciones inverosími­les, adoptamos maneras oscuras (laberíntic­as) de pensar y llevamos las hachas al herrero para que la afilara. Y en medio de toda esta función, que ahora incluye extraterre­stres y fin de los tiempos, regresamos al miedo, a creer en brujas y en gurúes, a ver hadas escondidas en las hojas o detrás de las antenas, a mirar y pregonar cuadros del infierno, a creer en meros rumores y ver el diablo por todas partes, a desear lo peor para conjurar otros males, en fin, hasta las gárgolas volvieron a sus sitios y debajo de ellas abundan los comediante­s, los goliardos y los bufones. Y sí…

Acotación: En los circos norteameri­canos e ingleses del siglo XIX, a más de las tradicione­s del circo, se incluyeron fenómenos (el hombre elefante, las siamesas) y apareció el clown y el augusto (el payaso tonto y el cínico). Y en esto monstruoso y burlesco, aparece una masa que asiste a la representa­ción y aplaude cada absurdo. El circo revive

En medio de toda esa función, que ahora incluye extraterre­stres y fin de los tiempos, regresamos a creer en brujas y en gurúes

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