SOBRE TANTO CIRCO
Estación Escenario, habitada por gente que da vueltas en el aire y es disparada desde cañones, mujeres barbudas que se peinan las cejas y las axilas, enanos que caminan uno encima del otro llevando una gallina en cada mano, botadores de fuego por la boca y tragadores de espadas, abrazadores de osos y domadores de tigres y leones, ilusionistas que desaparecen elefantes y parten a su partner en dos, saltadores a través de aros repletos de cuchillos, escapistas que hacen caras dentro de un cubo con agua, montadores de caballos que se paran encima de la silla y bailan en el lomo, magos que se sacan a sí mismos de los sombreros, payasos que hacen piruetas y se golpean con maderos que hacen más ruido que daño, muchachas con caderas y escotes amplios (lo que obliga a que las madres tapen los ojos a sus niños), perforadores de boletas, vendedores de manzanas acarameladas y palomitas de maíz, adivinadores de cartas, bandas de música que no paran de interpretar marchas, etcétera.
Los circos, que para unos tuvieron su origen en Hungría (los magiares son buenos haciendo lo imposible) y para otros en China, entre los cortadores de papel y sedas, fueron la ilusión de niños y adultos que, desde la Edad Media, rompían sus rutinas soñando con los ojos abiertos, oyendo imitaciones y golpeándose los muslos a causa de la risa o el mismo susto. El mundo cambiaba cuando aparecían las carpas y las jaulas, los carromatos de los artistas y un hombre gordo que anunciaba el espectáculo. Estos circos, en sus buenos y malos tiempos, anduvieron las estepas y las tundras, llegaron a las pampas y hasta en Macondo se presentaron trayendo con ellos los últimos inventos de Babilonia y Siria. Y si bien fueron desapareciendo a causa de otros espectáculos, la mentalidad circense siguió en lo suyo: ilusionando. Y ahí sigue.
Umberto Eco tuvo claro que el mundo en que vivimos, tan mediático y de imágenes, sufrió una regresión severa al medioevo. Nos encerramos como en los viejos castillos, nos volvimos crédulos, retornamos a toda clase de representaciones inverosímiles, adoptamos maneras oscuras (laberínticas) de pensar y llevamos las hachas al herrero para que la afilara. Y en medio de toda esta función, que ahora incluye extraterrestres y fin de los tiempos, regresamos al miedo, a creer en brujas y en gurúes, a ver hadas escondidas en las hojas o detrás de las antenas, a mirar y pregonar cuadros del infierno, a creer en meros rumores y ver el diablo por todas partes, a desear lo peor para conjurar otros males, en fin, hasta las gárgolas volvieron a sus sitios y debajo de ellas abundan los comediantes, los goliardos y los bufones. Y sí…
Acotación: En los circos norteamericanos e ingleses del siglo XIX, a más de las tradiciones del circo, se incluyeron fenómenos (el hombre elefante, las siamesas) y apareció el clown y el augusto (el payaso tonto y el cínico). Y en esto monstruoso y burlesco, aparece una masa que asiste a la representación y aplaude cada absurdo. El circo revive
En medio de toda esa función, que ahora incluye extraterrestres y fin de los tiempos, regresamos a creer en brujas y en gurúes