La palabra: un filo cortante en la boca de Fabio Garrido
Se miraba detenidamente a través del espejo iluminado por bombillas amarillas. Sus dedos se deslizaban lento por su frente, su nariz y sus mejillas. Los colores aparecieron, algo de rojo, verde, blanco, negro y amarillo. Sus ojos no pararon de mirarse, como si apenas se estuviera reconociendo. Todos lo observábamos, pero no le importaba. Al terminar miró al techo y confirmó el final de su puesta en escena personal, que más que un encuentro con él mismo, era un encuentro con el arte y la memoria de las canciones que salían de su interior. El maquillaje estaba listo. Se paró del asiento mientras organizaba una bolsa plástica sobre su camisa siempre negra. Negra en concierto o fuera de él. Como un luto por los que no están, y ni siquiera se sabe de ellos. Saliendo hacia el escenario, prepara un micrófono alrededor de su cuello, unas rosas en su mano, y sale con paso lento mientras los demás músicos ya iniciaron su recital de rock, en medio de televisores destruidos y motivados por un sonido que viene perforando corazones desde los ochenta. Grita: ¡Oe primos! E inicia el concierto. Su propuesta con la música, con las letras, es vencer el olvido simplemente caminando por la ciudad. Por una Medellín que, según sus canciones, arde en llamaradas de intolerancia, negligencia, inconciencia y olvido, pero también de amor, perdón y respeto; todo eso bajo una noche clandestina en el cielo, musicalizada por un personaje llamado Frankie, a quién asesinaron en Medellín, y que ahora toma vida, como el símbolo de un arte fuerte y comprometido con la memoria, como una agrupación fundamental y poéticamente necesaria para esta ciudad: Frankie Ha Muerto. Al salir, los ojos expectantes de todos vigilan cada paso de Fabio Garrido. Él, nervioso, toma el micrófono adornado con dos rosas blancas y una roja, y lo eleva hacia arriba y empieza a saltar, a bailar, a poguear como en los ochentas, manos abajo y pies arriba. Fabio ahora danza con la banda sonora de su corazón. Cada una de sus palabras se comprometen, como las canciones, como la vida. Su corazón tiene las distorsiones, el poder del bombo, los sintetizadores, el punk, el metal, el new wave, la nostalgia de cada concierto y la ansiedad por el que vendrá, y además, la poesía, la sensibilidad, el amor y el odio por cada calle de esta ciudad. En medio de sus canciones le suplica a Medellín: “No te vuelvas atroz, dame tu sangre pero no derramada por tus calles”. Los invitados de honor en sus conciertos no están, nadie sabe de ellos. Son extraños, desconocidos, son los desaparecidos de este país, como su hermano, y como millones de los que no sabemos nada y a veces ni nos interesan. Esos son sus VIP, sus very important people. El maquillaje empieza a caer, el suelo se pinta de colores, el sudor se convierte en la realidad de un personaje que trabaja como todos, madruga, tiene problemas, paga los servicios y no exagera su realidad con gafas, luces y poses de rockstar. En esta historia no hay discos de oro, no hay alfombras rojas, solo una sinceridad gritada que despierta el letargo del entretenimiento y el consumo excesivo e inconsciente, una sinceridad que nos recuerda que las nuevas reglas se construyen en los extremos, no en el centro. Para finalizar su concierto, Fabio toma la base de su micrófono, apunta… y dispara lo único que ha disparado en su vida: un filo cortante en la boca, la palabra, la palabra..