El Colombiano

AUTOBIOGRA­FÍA EN SILENCIO

- Por DIEGO ARISTIZÁBA­L desdeelcua­rto@gmail.com

La historia me resultó asombrosa. Un reconocido lingüista que se dedicaba al estudio y a la búsqueda de léxicos, de sintaxis, de pronunciac­iones, de imágenes, de sueños, de símbolos, de espíritus en vía de extinción, sufre un colapso que lo lanza, con un certero manotazo, a un territorio mental desconocid­o. “Un nuevo mundo cerebral en el que no quedó, ni queda, ningún registro específico del pasado donde estuve y transité por más de cincuenta años”.

Han pasado varios años y J., aún sin memoria, encuentra una carta que ha sido escrita hace siete años por una tal Inés. La ha descubiert­o hace cinco meses y, desde entonces, la guarda en la mesita de noche y de vez en cuando la relee antes de apagar la luz. “Es una carta breve, apenas dos párrafos, cada uno de ocho o nueve líneas. Está escrita en una caligrafía cerrada y bonita (…)”, escribe en esa primera carta destinada a esa mujer que él no recuerda, “aunque haya vuelto a ver hace poco su mirada en una fotografía conmigo; tomados de la mano, entre una vegetación de árboles pequeños y piedras rojas, y los dos con una sonrisa casi idéntica”.

¿Y por qué escribirle a esta mujer que al igual que todo el pasado de J. ha sido anulado? Tal vez porque la escritura siempre termina siendo una forma de volver a saber quién es uno, y en caso de no ayudar mucho a este cometido, queda la opción de que al escribir también se puede empezar a ser otro. Al leer estas 29 cartas, descubrimo­s que J. está divorciado, que tiene una hija que estudia las aves, que no ha sido una persona fácil ni muy cariñosa, que era un hombre vanidoso que tenía la convicción de encontrars­e en un escalón superior. Descubrimo­s muchas cosas de él que él mismo ya no sabe y por eso “tengo que some- terme a las versiones que me ofrecen los otros. Lo más particular es que las interpreto como versiones de un desconocid­o, de ese otro a quien no recuerdo”.

Lo interesant­e es que en la medida que J. se siente incapaz de recuperar el rastro de sí mismo, algo empieza a cambiar en su vida, descubre poco a poco la belleza de las cosas más simples y cotidianas. ¿Qué se podría compartir cuando se han perdido los recuerdos? Pues las formas de las nubes, puede ser, “las nu- bes que aparecen y se transforma­n solo cuando sabemos que hay alguien que espera, feliz, que se las describan”.

Por alguna razón, mientras leía esta correspond­encia pensé que hubiera sido muy bello si el libro hubiera sido escrito con el pulso tembloroso, el desnivel de un renglón a otro, la endeble armonía de los trazos que insinúan las cartas; al fin y al cabo, las cartas son el mejor ejemplo del intento por recuperar un oficio perdido o ignorado desde hace rato como lo es escribir a mano.

Ahora, ¿de qué libro estoy hablando? De “29 cartas, autobiogra­fía en silencio”, del escritor Julio Paredes, un librito bellamente editado por Babel Libros que vale la pena leer

En la medida en que J. se siente incapaz de recuperar el rastro de sí mismo, algo empieza a cambiar en su vida.

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