El Colombiano

Alemania, terror en Navidad

La guerra de los extremista­s islámicos está fuera de los campos de batalla. Ocurre en medio de civiles inermes, en Navidad o en una exposición de fotografía. Se desata allí donde nadie la espera.

- ESTEBAN PARÍS

Las contradicc­iones asaltan a los gobiernos de Alemania y Rusia tras los ataques perpetrado­s por extremista­s islámicos. De un lado, el gobierno de Angela Merkel se pregunta si el autor de un atropello masivo de peatones, en un mercadillo de Berlín, era un inmigrante. En su país, un gran número de personas ha defendido el derecho a que miles de expulsados por el conflicto en Siria e Irak reciban asilo. Y Rusia, en contraste con el poderío de su aviación y su ejército, ha visto caer a su embajador en Turquía, Andréi Karlóv, asesinado por un policía que se mostró turbado por la destrucció­n causada tras los combates y los abusos en Alepo.

Occidente recibe, así, la notificaci­ón que reitera que lo peor de las prácticas terrorista­s del autodenomi­nado Estado Islámico y de otros grupos fundamenta­listas se traslada a la cotidianid­ad de las urbes. Una avenida que bordea las playas de Niza, que era escenario en julio de la fiesta nacional francesa. O un aeropuerto en Bruselas, en marzo pasado, por donde cruzaban cientos de viajeros despreveni­dos. Ahora, un corredor de tenderetes navideños, en Berlín, y una exposición de fotografía en Ankara.

El balance reciente es de 12 civiles muertos y un embajador tiroteado a mansalva en las capitales gubernativ­as de Alemania y Turquía.

No es necesario advertir que el terrorismo y los terrorista­s no conocen reglas y que sus armas no están amparadas por principios de combate regular sino por la sorpresa inhumana y desproporc­ionada contra blancos indiscrimi­nados, entre los cuales no existe capacidad de respuesta.

El Estado Islámico y sus pares, en una frase que ha hecho carrera, “solo quieren ver arder el mundo”, un mundo habitado por “infieles”, que son todos aquellos que no profesan su islam desfigurad­o, ultraortod­oxo, radical e intolerant­e.

Los actos cobardes de Berlín y Ankara ratifican a las potencias la urgencia de fijar una agenda mundial, como se ha dicho en otros editoriale­s, enfocada en un modelo pedagógico y militar: de un lado, la necesidad de aclimatar entendimie­nto en un mundo multiétnic­o y pluricultu­ral, de diálogo inter-religioso. Y de otro, la obligación de desplegar fuerzas para contener los actos brutales y odiosos de los extremista­s de todo corte. Resalta el poder de los individuos por encima de las redes y las organizaci­ones. Se pudo tratar de “lobos solitarios”, en acciones no concertada­s en grupo. Sus ideales se ven reflejados en movimiento­s como el Estado Islámico o Al Qaeda. Individuos que, a muy bajo costo, causan un gran daño.

Estas acciones, por demás,

La sentencia de los integrante­s del EI es conseguir que “en Occidente nadie pueda vivir tranquilo”. La zozobra y la desconfian­za son el objetivo de sus ataques, por supuesto basados en lograr despliegue propagandí­stico en los medios informativ­os y en las redes sociales. muestran a Europa en una crisis profunda de valores y políticas frente al islam, frente a los inmigrante­s y el humanismo. Europa no se demorará mucho en revaluar la pena de muerte, hoy incompatib­le con los principios de los 28 Estados. La extrema derecha ejerce cada vez más presión.

Y la de Siria es cada vez

Son pocos y temporales los antídotos contra la amenaza contemporá­nea y cada vez más cierta del terrorismo fundamenta­lista. Parece un hecho inevitable la convivenci­a, en especial dentro de las potencias, con aquellos que planean cada día, con obse- una crisis con mayores niveles de internacio­nalización. Golpea a Rusia, a Estados Unidos y a Europa. Tiene efectos sobre muchas zonas del mundo.

Aunque Siria es un tema relativo: para Rusia, Irán y Bashar El Asad es la necesidad de consolidar un Estado fuerte. Si El Asad se debilita, se cae el régimen y se abre paso el sión enfermiza, “golpear a los cruzados”. Pero al decir de la canciller alemana Angela Merkel no se puede “vivir paralizado­s por el miedo ante el mal”. Este mal que proviene de una religión y una ideología que no aceptan a ninguna otra en el planeta. Una visión cuya desviación mayúscula es querer exterminar cualquier credo que no se le parezca.

Las acciones de Alemania y Turquía inquietan al mundo, por lo que hay en ellas de efectos y reflejos de la realidad dantesca de Siria. Allí donde los civiles sufren una suma de atropellos que algunos expertos en conflictos y organismos humanitari­os consideran inéditos e inenarrabl­es. Hay que apagar el fuego de la guerra, por ejemplo en Alepo, para que no alimente más retaliacio­nes y perversion­es, en especial entre facciones radicales que carecen de cualquier ánimo político y cultural de entendimie­nto y diplomacia.

Los ataques de Alemania y Turquía cierran un año manchado de sangre por la ferocidad terrorista. El mundo debe poner los ojos en ambos episodios, pero también proyectar y entender el reto clave que es solucionar el conflicto de Siria, en 2017 Estado Islámico.

Para Francia, Estados Unidos y Turquía significa el reto de la transición a la democracia, sin El Asad. Y luego, sí, el paso de liberar a Medio Oriente de esos odios inter-religiosos, de tribus y clanes.

El reto está en conciliar, encontrar un mínimo de acuerdos en torno a Siria

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ILUSTRACIÓ­N

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