Alemania, terror en Navidad
La guerra de los extremistas islámicos está fuera de los campos de batalla. Ocurre en medio de civiles inermes, en Navidad o en una exposición de fotografía. Se desata allí donde nadie la espera.
Las contradicciones asaltan a los gobiernos de Alemania y Rusia tras los ataques perpetrados por extremistas islámicos. De un lado, el gobierno de Angela Merkel se pregunta si el autor de un atropello masivo de peatones, en un mercadillo de Berlín, era un inmigrante. En su país, un gran número de personas ha defendido el derecho a que miles de expulsados por el conflicto en Siria e Irak reciban asilo. Y Rusia, en contraste con el poderío de su aviación y su ejército, ha visto caer a su embajador en Turquía, Andréi Karlóv, asesinado por un policía que se mostró turbado por la destrucción causada tras los combates y los abusos en Alepo.
Occidente recibe, así, la notificación que reitera que lo peor de las prácticas terroristas del autodenominado Estado Islámico y de otros grupos fundamentalistas se traslada a la cotidianidad de las urbes. Una avenida que bordea las playas de Niza, que era escenario en julio de la fiesta nacional francesa. O un aeropuerto en Bruselas, en marzo pasado, por donde cruzaban cientos de viajeros desprevenidos. Ahora, un corredor de tenderetes navideños, en Berlín, y una exposición de fotografía en Ankara.
El balance reciente es de 12 civiles muertos y un embajador tiroteado a mansalva en las capitales gubernativas de Alemania y Turquía.
No es necesario advertir que el terrorismo y los terroristas no conocen reglas y que sus armas no están amparadas por principios de combate regular sino por la sorpresa inhumana y desproporcionada contra blancos indiscriminados, entre los cuales no existe capacidad de respuesta.
El Estado Islámico y sus pares, en una frase que ha hecho carrera, “solo quieren ver arder el mundo”, un mundo habitado por “infieles”, que son todos aquellos que no profesan su islam desfigurado, ultraortodoxo, radical e intolerante.
Los actos cobardes de Berlín y Ankara ratifican a las potencias la urgencia de fijar una agenda mundial, como se ha dicho en otros editoriales, enfocada en un modelo pedagógico y militar: de un lado, la necesidad de aclimatar entendimiento en un mundo multiétnico y pluricultural, de diálogo inter-religioso. Y de otro, la obligación de desplegar fuerzas para contener los actos brutales y odiosos de los extremistas de todo corte. Resalta el poder de los individuos por encima de las redes y las organizaciones. Se pudo tratar de “lobos solitarios”, en acciones no concertadas en grupo. Sus ideales se ven reflejados en movimientos como el Estado Islámico o Al Qaeda. Individuos que, a muy bajo costo, causan un gran daño.
Estas acciones, por demás,
La sentencia de los integrantes del EI es conseguir que “en Occidente nadie pueda vivir tranquilo”. La zozobra y la desconfianza son el objetivo de sus ataques, por supuesto basados en lograr despliegue propagandístico en los medios informativos y en las redes sociales. muestran a Europa en una crisis profunda de valores y políticas frente al islam, frente a los inmigrantes y el humanismo. Europa no se demorará mucho en revaluar la pena de muerte, hoy incompatible con los principios de los 28 Estados. La extrema derecha ejerce cada vez más presión.
Y la de Siria es cada vez
Son pocos y temporales los antídotos contra la amenaza contemporánea y cada vez más cierta del terrorismo fundamentalista. Parece un hecho inevitable la convivencia, en especial dentro de las potencias, con aquellos que planean cada día, con obse- una crisis con mayores niveles de internacionalización. Golpea a Rusia, a Estados Unidos y a Europa. Tiene efectos sobre muchas zonas del mundo.
Aunque Siria es un tema relativo: para Rusia, Irán y Bashar El Asad es la necesidad de consolidar un Estado fuerte. Si El Asad se debilita, se cae el régimen y se abre paso el sión enfermiza, “golpear a los cruzados”. Pero al decir de la canciller alemana Angela Merkel no se puede “vivir paralizados por el miedo ante el mal”. Este mal que proviene de una religión y una ideología que no aceptan a ninguna otra en el planeta. Una visión cuya desviación mayúscula es querer exterminar cualquier credo que no se le parezca.
Las acciones de Alemania y Turquía inquietan al mundo, por lo que hay en ellas de efectos y reflejos de la realidad dantesca de Siria. Allí donde los civiles sufren una suma de atropellos que algunos expertos en conflictos y organismos humanitarios consideran inéditos e inenarrables. Hay que apagar el fuego de la guerra, por ejemplo en Alepo, para que no alimente más retaliaciones y perversiones, en especial entre facciones radicales que carecen de cualquier ánimo político y cultural de entendimiento y diplomacia.
Los ataques de Alemania y Turquía cierran un año manchado de sangre por la ferocidad terrorista. El mundo debe poner los ojos en ambos episodios, pero también proyectar y entender el reto clave que es solucionar el conflicto de Siria, en 2017 Estado Islámico.
Para Francia, Estados Unidos y Turquía significa el reto de la transición a la democracia, sin El Asad. Y luego, sí, el paso de liberar a Medio Oriente de esos odios inter-religiosos, de tribus y clanes.
El reto está en conciliar, encontrar un mínimo de acuerdos en torno a Siria