El Colombiano

“No quiero vender dulces toda la vida”

El deseo de no ser una carga, hace que un niño arriesgue en las calles, sin saberlo, sus sueños y talento.

- Por JOSÉ F. LOAIZA BRAN A OSPIN A ELEN

miedo a que me cojan. Para mí es muy maluco que me cojan los policías y me lleven a un internado. Aunque yo sé que mi mamá haría cualquier cosa por impedirlo —responde.

—¿Por qué te gusta estudiar? A otros niños les da pereza ir al colegio.

—A mí me ha enseñando mi mamá que si uno quiere ser alguien en la vida, tiene que estudiar. Yo no quiero ser como esos otros niños que se quedan vendiendo dulces toda la vida. Yo solo vendo dulces porque mi mamá trabaja vendiendo en la calle y yo necesito útiles y tengo cosas que también quiero comprar.

James dice que quiere estudiar en Eafit y conocer Nueva York y Los Ángeles. Y también

mostrar Medellín a quienes no conocen la ciudad. El 21 de enero cumple once años, aunque no espera tanta alegría ese día como este diciembre que lloró cuando su padrino lo sorprendió con una bolsa llena de regalos: muestra tres manillas —una con su nombre y las otras dos, recuerdos de sitios turísticos con inscripcio­nes en inglés— y la camiseta que lleva puesta. Los demás están en su casa.

—¿Qué cosas quieres comprar?

—Quiero comprar mi estrén, ya que mi papá algunas veces me da el estrén pero

nunca le ha dado plata a mi mamá y eso es maluco. A James le gusta el tenis de campo. No juega fútbol ni monta en bicicleta, porque hace un par de años lo atropellar­on dos motos y le rompieron una pierna. El doctor que le puso platinas para que sanara, le advirtió que con una patada se podía poner peor. Cerca a su casa practica con instructor­es del Inder. Solo hay que pagar para el bus, cuando hacen torneos, aunque siente que a veces no le va tan bien. —Mi padrino es guía turístico y yo doy tures con él, en Santo Domingo. Quiero ser guía turístico, como él. Por el momento ya estoy aprendiend­o a hablar inglés —cuenta. —¿Aprendes en el colegio? —Yo aprendo inglés por mi cuenta. Me meto a internet, busco palabras. Tengo un diccionari­o de Inglés-Español, pero no lo tengo aquí mismo. Si lo tuviera aquí mismo, con gusto te lo enseñaba —en la mochila sí tiene un libro: Percy Jackson, el ladrón del rayo— . Mi padrino consiguió que me hicieran una cuenta y yo me puedo meter y hablar con un profesor. Le digo cómo estoy y le pregunto cómo se dice algo en inglés y él me lo menciona. —Entonces tú trabajas para pagar el internet. —No. De los dulces yo saco 10.000 pesos. Una caja me cuesta 9.200 y me sobran 800. Esos me los llevo para internet. Por mi casa hay una sala

de computador­es y yo me meto una hora o media hora.

Cuenta James que a veces se queda solo en la casa, en su barrio; que al frente hay solo un colegio y los vecinos no son ruidosos. Entonces lee las historias de Percy Jackson o de Harry Potter; que también tiene un libro de la famosa saga, el del joven hechicero y la cámara secreta.

Los ojos de James ya han visto mucho en las calles, aunque todavía brillan. —He visto cosas muy terribles, que donde te cuente, te asustas —dice (seguro sí se ha asustado). Recuerda un niño pegado de una botella de Pilsenón y la mamá muy borracha. —He visto mujeres... ¿cómo te lo digo? Mujeres que se acuestan con los hombres por dinero. Las he visto en la calle con todo su cuerpo sacado. Me dan ganas de salir corriendo.

Recuerda que hace poco alguien, por su casa, le ofreció 50.000 pesos si se montaba a un carro y se iba a un hotel con él.

—Pero a mí me enseñaron que no me puedo ir con desconocid­os —dice el pequeño.

Cuenta al final que en una casa alquilada de Santo Domingo Savio, hay una mamá que ya ha vuelto de la calle, a cocinar y a cuidar a su hermanito, una que se apresura a abrir la puerta y le da un abrazo y lo aprieta muy fuerte cuando se le ha hecho de noche para volver

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N RACIÓ ILUST

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