El Colombiano

JAPÓN, EL ANTÍDOTO

- Por JORGE RAMOS redaccion@elcolombia­no.com.co

Después de tantos gritos e insultos en la campaña por la presidenci­a de Estados Unidos, necesitaba un antídoto. Así que decidí pasarme 10 días en uno de los países más corteses y con mejores modales del mundo: Japón.

Tokio, su capital, es una urbe de 13 millones de habitantes (o 38 millones si sumamos las zonas aledañas) pero hay momentos en que, si cierras los ojos, te la puedes imaginar casi vacía. El silencio es una forma de respeto de los japoneses. Los vagones de su cronométri­co metro, generalmen­te repletos, no van cargados de música ni de conversaci­ones en voz alta.

Pasé mis vacaciones sin oír un cuerno en las calles de Tokio. La explicació­n de una guía japonesa me impresionó: “Siempre pensamos en lo que el otro está sintiendo.” No puedo imaginarme a los taxistas y conductore­s en Nueva York, en la Ciudad de México o en Buenos Aires con la misma actitud. Quizás es algo que comen aquí.

Empecemos por las porciones. Mínimas, en comparació­n a nuestras costumbres occidental­es. La obesidad que nos atormenta en México y Estados Unidos es prácticame­nte inexistent­e aquí. Rodeados de mar, su dieta está basada en pescado y, si me permiten la observació­n, en un ritmo mucho más natural y lento para comer. Dicen los expertos que hay que darle tiempo al cerebro para que sepa que el estómago está lleno y aquí se lo dan.

Los saludos y despedidas son largos y elaborados, con caravanas a distintos ángulos y multitud de expresione­s de disculpa y agradecimi­ento. Sus fi- las son impecables; a nadie se le ocurriría saltarse una. El honor es más importante que perder la paciencia. Las reglas se cumplen. Vi calles vacías con cientos de peatones esperando en las banquetas la señal de caminar.

En un cartel de la tradiciona­l y fascinante ciudad de Kyoto, se resumían así sus estrictas prácticas de conducta en público: no comer mientras caminas, no fumar, no sentarse en el piso, no tomarse selfies, no tocar a las geishas y no tirar basura.

En un centro comercial me costó trabajo encontrar un basurero. Esto tiene dos explicacio­nes. Una, de seguridad: sin basureros es más difícil esconder bombas en lugares públicos. Y dos, la idea de que tu basura es tuya y es tu responsabi­lidad llevártela a casa o cargarla hasta encontrar el sitio apropiado para desecharla.

Los niños japoneses pasan 15 o 20 minutos al final del día limpiando sus salones de clases y escuelas. Esa misma costumbre se extiende al resto de la sociedad. Vi a un empleado limpiar con esmero una mancha de chicle en la calle y al chef de sushi lavarse varias veces las manos antes de cortar milimétric­amente su sashimi.

La convivenci­a en Japón pa- rece basarse en orden, tradición y limpieza. Muchos hogares japoneses tienen retretes automático­s, igual que los que vi en restaurant­es, aviones, trenes y hoteles. Cada vez que entraba al baño me recibía el retrete con entusiasmo, levantando su tapa y ofreciéndo­me un menú de opciones en cada sentada. Imagínense un “carwash” pero para el trasero, desde lavado, secado, rociada aromatizan­te, masaje y todo en la comodidad de un semicírcul­o a la temperatur­a deseada.

Es un verdadero trono moderno que también tiene su explicació­n. Ante la falta de espacio en los apartament­os japoneses, donde las separacion­es de madera y papel no dan privacidad, había que reinventar y hacer más placentero ese efímero momento de privacidad en el baño.

En sus calles Japón tiene uno de los niveles de criminalid­ad más bajos del mundo. Sentí palpitacio­nes cuando dos mujeres dejaban sus bolsas colgadas en la silla de un restaurant­e para ir al baño. Al regresar, las bolsas seguían ahí, intactas. Jamás se les ocurrió pensar que alguien se las robaría en un lugar público. A mí sí.

Claro, Japón también tiene sus problemas. La economía está casi estancada y hay una grave crisis de suicidios. Pero para los que visitamos por solo unos días, es un verdadero oasis ante los excesos y groserías de la vida moderna en otros países.

Japón está 14 horas adelante del horario de mi casa en Miami, y me he pasado una buena de parte del viaje como en la película “Lost in Translatio­n”: peleando con el “jet lag”, despertand­o en la madrugada y bostezando de día. Pero, sobre todo, sorprendié­ndome de las maravillas que provoca la cortesía japonesa. Algo mágico ocurre cuando las cosas funcionan y el respeto impera.

Es, sin duda, el antídoto que necesitaba. A ver cuánto me dura

Para los que visitamos por unos días Japón, es un verdadero oasis ante los excesos y groserías de la vida moderna en otros países.

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