El Colombiano

PENSAR LA MUERTE

- Por DIEGO ARISTIZÁBA­L desdeelcua­rto@gmail.com

Todos los años empiezan con un muerto. Pero antes de que uno sepa quién será, uno baraja la lista de los afectos para tender un sortilegio. A pesar de eso, la muerte va llegando como tiene que llegar, sin previo aviso, caprichosa, juiciosa de su deber, porque la muy condenada no suele sacar vacaciones en enero, como muchos mortales.

En este instante me pregunto cuántos habrán fallecido hasta ahora cuando apenas llevamos cinco días del año. Me imagino que la cifra puede resultar aterradora. La ventaja es que a todos nos duelen distinto los muertos; por ejemplo a mí, a punto de terminarse el año, me llegó sin cuidado la muerte del creador de Bambi, pero el lunes 2 de enero sentí algo cuando me enteré de la muerte de John Ber

ger, escritor predilecto que me ha dado mucha felicidad y de quien hacía poco, justamente, había escrito una columna porque me gustaría que fuera leído por la mayor cantidad de personas. Esa muerte sí que me dolió, pero a muchos lectores, obvio, esta les importó un comino, fue un muerto más de los muchos que nos deparará este largo año.

Pienso que, por fortuna, cada muerto tiene su doliente, de la misma forma como creo que sería terrible si nos doliera toda la humanidad. No podríamos vivir de tanto llorar, de tanto sufrir. Por lo pronto, quiero decir que se fue el hombre que era capaz de describir una carre- ra de motos evocando la bella melodía de Glenn Gould tocando a Bach al piano con “mitones de lana” y, a la par, podía relacionar una caída asombrosa de un motociclis­ta con un accidente descrito por Sófocles en el año 450 a. C. ¡Era un genio!

Como hoy estoy pensando en la muerte porque se fue un hombre admirado, comparto lo que el mismo Berger escribió sobre un amigo muy querido que murió de cáncer: “La noche de su muerte me desperté de madrugada. Me desperté con la certeza de que había muerto y recé por él. Intenté convertirm­e en la lente de una especie de telescopio, de modo que dondequier­a que fuera, el ángel que lo acompañara pudiera ver a Abidine un poco mejor. Quizás no mejor. Sino, sencillame­nte, más. Entonces me encontré cara a cara con una hoja de papel blanco, tan llena de luz que no quedaba sitio para ningún color huérfano”.

El año apenas empieza y no deja de parecerme un juego incierto quiénes llegaremos al final. Por lo pronto, solo me queda pensar discretame­nte sobre la vida para no darle pistas a la muerte, para que no se lleve a los míos, a mis predilecto­s de la humanidad, así en el fondo también sepa que la vida sin muerte no es vida, así duela tanto. Nos vemos en tus libros, señor John Berger

El año apenas empieza y no deja de parecerme un juego incierto quiénes llegaremos al final. La muerte llega sin previo aviso, porque no suele sacar vacaciones en enero, como muchos mortales.

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