El Colombiano

VIDA Y MUERTE DE UNA CIUDAD

- Por LUIS GONZALO MEJÍA CAÑAS lgm@une.net.co

La escritora norteameri­cana

Jane Jacobs publicó en 1961 el libro “Muerte y vida de las grandes ciudades americanas”, en el cual analizaba el efecto que las administra­ciones y sus políticas de planificac­ión urbana tenían en el ocaso de las ciudades.

Una ciudad muere cuando sus autoridade­s no alcanzan a comprender el todo y buscan resolver los problemas en forma descoordin­ada y sin entender y atiende sus más elementale­s prioridade­s. Una ciudad muere cuando crece sin control a pesar de los límites que impone el suelo en el que se asienta.

Una ciudad muere cuando la incultura de los ciudadanos crece y no se respeta nada ni a nadie, haciendo de la violación de las normas y del ruido su azaroso aporte a la ciudad. Una ciudad muere cuando no se construyen andenes ni señalizaci­ón en las vías para dar prioridad a los peatones –como en las nuevas vías para buses en las cuales no se tuvo ninguna considerac­ión por ellos que deberían ser siempre los primeros– tal y como lo dispone el Plan de Ordenamien­to Territoria­l y el entendimie­nto elemental de una ciudad.

Una ciudad muere cuando se permite la construcci­ón de hoteles en barrios residencia­les de calles estrechas o la construcci­ón de supermerca­dos y el funcionami­ento de sitios de expendio de comidas al público, sin parqueader­os para sus clientes. Cuando se permite la construcci­ón de edificios con menos parqueader­os que el número de apartament­os. Cuando hay fun- cionarios hostiles que en vez de dedicarse a pensar en la ciudad, hostigan a los ciudadanos, como ocurre con algunos funcionari­os del Área Metropolit­ana.

Una ciudad muere cuando sus autoridade­s derrochan el dinero en obras costosas y las reciben a pesar de su baja calidad. Cuando las autoridade­s olvidan el mantenimie­nto de las obras existentes y se despreocup­an de las situacione­s que ponen en peligro a los ciudadanos.

Una ciudad muere cuan- do se dedican inmensos recursos a labores de innovación que buscan resolver problemas de otros y se dejan a un lado los problemas que agobian el día a día de los habitantes de la ciudad. Cuando se anteponen las prioridade­s de los visitantes a aquellas de sus habitantes.

Vive una ciudad cuando la ciudadanía entiende que sin su participac­ión decidida no hay futuro. Vive una ciudad cuando las autoridade­s entienden que el todo se compone de partes simples que deben ser resueltas en ese orden, primero lo primero y ejercen su autoridad para controlar las violacione­s de las normas ocasionada­s por muchos que han convertido su vida en una continua agresión contra la ciudad y sus ciudadanos

Una ciudad muere cuando hay funcionari­os que hostigan a la gente.

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