UNA ILUSIÓN INCONCLUSA
Los seguidores más fervientes de Barack Obama tuvieron ocho años para reconocer que pocas utopías sociales sobreviven al fango de la política contemporánea. Que la real politik mira de reojo esos discursos que en campaña suenan emocionantes para luego golpearlos en los laberintos de la burocracia y engullírselos sin el menor remordimiento.
Tuvieron que aceptar además, a regañadientes, que su presidente podrá ser etiquetado como uno de los casos más dramáticos de ilusión truncada. Del cambio que nunca fue y las energías que se extraviaron en las luchas innecesarias. De los pesos y contrapesos como esfuerzos inamovibles en la democracia.
Obama, que fue en 2009 la cara de la esperanza global y el entusiasmo norteamericano, aprendió en el camino la desagradable verdad que entrañaban sus críticos cuando le auguraban dificultades por su inexperiencia. Porque es verdad que la tracción necesaria llegó demasiado tarde, cuando el bipartidismo radical lo había oscurecido todo.
A un país en crisis no se le puede pedir paciencia. Los tiempos del ejercicio político no coinciden con los del trabajador ahogado en deudas o la madre soltera con una hija ardida en fiebre. Los discursos alimentan la esperanza pero no llenan los estómagos.
En el exterior, donde sus actos cotidianos apenas generaban consecuencias inmediatas, recibía ovaciones. De las fronteras para adentro la etiqueta era la del iluso sonriente que se transformó en incapaz. Una ficha más del establecimiento.
La rabia que trae la desesperanza engendró el peor de los escenarios para el fin de los días de la era Obama. Ni los pronósticos más perversos pudieron imaginar que su reemplazo sería un machista, racista y bocón que amenaza con incendiarlo todo. Con aplastar lo poco construido.
Parados el uno frente al otro las figuras encuentran sus propias características y sus claros y sus oscuros se hacen evidentes. Mientras uno se crece, otro se ridiculiza.
El viernes, durante el sombrío traspaso de poder, ya sin la carga de la responsabilidad ejecutiva, Obama retomará su personificación de la audacia de la esperanza. Y lo veremos cabizbajo hasta que, en su nuevo rol, lo entrevisten para que critique a su sucesor en lo que promete ser el fin de la tradición de silencio de aquellos que abandonan la Casa Blanca.
Nacerá Obama como símbolo. Un expresidente aclamado al que se le perdonarán los errores y se le aplaudirá incluso por lo que nunca hizo
La rabia que trae la desesperanza engendró el peor de los escenarios para el fin de los días de la era Obama.