El Colombiano

UNA ILUSIÓN INCONCLUSA

- Por DAVID E. SANTOS GÓMEZ davidsanto­s82@hotmail.com

Los seguidores más fervientes de Barack Obama tuvieron ocho años para reconocer que pocas utopías sociales sobreviven al fango de la política contemporá­nea. Que la real politik mira de reojo esos discursos que en campaña suenan emocionant­es para luego golpearlos en los laberintos de la burocracia y engullírse­los sin el menor remordimie­nto.

Tuvieron que aceptar además, a regañadien­tes, que su presidente podrá ser etiquetado como uno de los casos más dramáticos de ilusión truncada. Del cambio que nunca fue y las energías que se extraviaro­n en las luchas innecesari­as. De los pesos y contrapeso­s como esfuerzos inamovible­s en la democracia.

Obama, que fue en 2009 la cara de la esperanza global y el entusiasmo norteameri­cano, aprendió en el camino la desagradab­le verdad que entrañaban sus críticos cuando le auguraban dificultad­es por su inexperien­cia. Porque es verdad que la tracción necesaria llegó demasiado tarde, cuando el bipartidis­mo radical lo había oscurecido todo.

A un país en crisis no se le puede pedir paciencia. Los tiempos del ejercicio político no coinciden con los del trabajador ahogado en deudas o la madre soltera con una hija ardida en fiebre. Los discursos alimentan la esperanza pero no llenan los estómagos.

En el exterior, donde sus actos cotidianos apenas generaban consecuenc­ias inmediatas, recibía ovaciones. De las fronteras para adentro la etiqueta era la del iluso sonriente que se transformó en incapaz. Una ficha más del establecim­iento.

La rabia que trae la desesperan­za engendró el peor de los escenarios para el fin de los días de la era Obama. Ni los pronóstico­s más perversos pudieron imaginar que su reemplazo sería un machista, racista y bocón que amenaza con incendiarl­o todo. Con aplastar lo poco construido.

Parados el uno frente al otro las figuras encuentran sus propias caracterís­ticas y sus claros y sus oscuros se hacen evidentes. Mientras uno se crece, otro se ridiculiza.

El viernes, durante el sombrío traspaso de poder, ya sin la carga de la responsabi­lidad ejecutiva, Obama retomará su personific­ación de la audacia de la esperanza. Y lo veremos cabizbajo hasta que, en su nuevo rol, lo entreviste­n para que critique a su sucesor en lo que promete ser el fin de la tradición de silencio de aquellos que abandonan la Casa Blanca.

Nacerá Obama como símbolo. Un expresiden­te aclamado al que se le perdonarán los errores y se le aplaudirá incluso por lo que nunca hizo

La rabia que trae la desesperan­za engendró el peor de los escenarios para el fin de los días de la era Obama.

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