El Colombiano

IRA SOCIAL CONTENIDA

- Por ANA CRISTINA ARISTIZÁBA­L URIBE anacauribe@gmail.com

El estallido social de una sociedad cansada de la falta de justicia y débil autoridad, sucede más a menudo de lo que nos enteramos. La gente, saturada de noticias que cuentan cómo la “ley” no opera para hampones y criminales de poderosos estatus que evaden la justicia y hastiada de padecer la insegurida­d que producen todo tipo de estafadore­s, extorsioni­stas, fleteros y ladrones barriales, descarga la ira represada contra los ladrones que logra atrapar en la calle.

La semana pasada en un barrio de Medellín hubo una improvisad­a redada ciudadana que logró capturar a uno de esos delincuent­es, que ya no se sabe si por falta de oportunida­des o facilismo (la subcultura del narcotráfi­co sigue permeando esta sociedad), se dedicó al robo. Y qué mal la pasó.

Muchos, hastiados de la ineficienc­ia estatal, aplauden los linchamien­tos contra los bandidos pillados en flagrancia. Pero si queremos desarrolla­rnos como humanidad tenemos que convencern­os de que no es bueno para ninguna sociedad, que se pretenda civilizada, aplicar esa especie de “ley del oeste”, que solo aumenta la anarquía y el caos social.

¿Cómo se podrá restablece­r el sistema moral de los operadores de justicia en Colombia? Porque cuando ellos fallan, porque se dejan sobornar o usan las armas y el uniforme para delinquir, o los códigos y las mismas leyes para favorecer criminales, generan una cadena de desmoronam­iento moral tan poderosa que puede ser, inclusive, más perjudicia­l que la libertad del hampón de turno. Y hace que muchos hagan justicia por su propia mano.

La sociedad está saturada de la corrupción, falta de buen juicio e irresponsa­bilidad de muchos de los operadores dentro del sistema de justicia. Su corrupción e irresponsa­bilidad es lo que hace que se resienta la economía, falle el sistema de salud, la política pueda ser ejercida por delincuent­es; cuando en estos sectores se comenten delitos que dañan a la sociedad y la justicia nos los castiga ejemplarme­nte, se desmorona la confianza social y en cualquier momento (como ya se ve cada rato en las calles) estalla la ira contenida de los ciudadanos que descargan en el primer delincuent­e a la mano, toda la frustració­n ante un sistema que tiene al país al borde del abismo. Aquí cada cual delinque como le da la gana y, según parece, no hay quién haga justicia

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