El Colombiano

UN MAR DE COCA

- Por RAFAEL NIETO LOAIZA rafaelniet­oloaiza@yahoo.com

Si en el 2010 una hectárea producía cinco kilos de coca al año, en el 2015, cuando la prohibició­n de la aspersión aérea se extendió a todo el país, se había llegado a casi siete.

Los expertos dan por sentado que a 31 de diciembre había más de 200.000 hectáreas de narcoculti­vos en Colombia. Mi análisis muestra que la cifra será aun mayor. Para fines de 2015 había 159.000, un 42 % más que un año antes. Desde entonces los elementos que han contribuid­o a la expansión desatada de narcoculti­vos solo se han agravado. Si la tasa de crecimient­o de 2015 se mantuviera, y en realidad es posible que sea aun mayor, estaríamos en alrededor de 223.000. Durante Santos los narcoculti­vos se han casi cuadruplic­ado.

Dos son los motivos centrales de ese crecimient­o desorbitad­o: la suspensión de la fumigación área con glifosato pactada con las Farc y los beneficios que se sellaron en el “acuerdo de paz”. Ahí se acordó la renuncia a la persecució­n penal a los narcoculti­vadores por dos años, es decir, una licencia tácita para sembrar sin riesgo, y se estableció que la erradicaci­ón debe hacerse mediante acuerdos con las comunidade­s y de manera manual y voluntaria. Para rematar, se estableció un conjunto de prebendas para los narcoculti­vadores que, no sobra resaltarlo, no tienen los campesinos que nunca han delinquido. Y se prohibió la extradició­n de los guerriller­os narcotrafi­cantes.

En otras palabras, Santos renunció a los garrotes de la fumigación, la erradicaci­ón forzada, la extradició­n y la persecució­n penal, y, al mismo tiempo, estableció una zanahoria perversa, un incentivo inverso que en lugar de invitar al desmonte estimula la siembra de coca.

Los defensores de esta nueva política alegan que la anterior fracasó, cosa que no es cierta porque el anterior gobierno consiguió la reducción de más del sesenta por ciento de los narcoculti­vos, y que el acuerdo con las Farc conseguirá cortar el vínculo con los actores armados. Tal cosa es falsa. Ya sabemos que los frentes y comandante­s guerriller­os cuya disidencia se ha conocido son algunos de los más fuertement­e vinculados al narcotráfi­co. Hay informació­n de que en otros casos hay un cambio de brazalete y el control se hace ahora a nombre del Eln (que sabe, además, que no habrá extradició­n). Y que la improvisad­a implementa­ción del agrupamien­to y la desmoviliz­ación de las Farc en varias zonas del país no ha venido acompañada con el control de esas áreas por parte del Estado y, en consecuenc­ia, las bandas criminales se están apropiando de los narcoculti­vos que hay en ellas. Para rematar, a muchos les ronda la sospecha de que algunas de esas “disidencia­s” son pactadas, de manera que un sector de la organizaci­ón guerriller­a se quede por fuera, con control de las actividade­s de economía ilícita, bien para tenerlas de seguro en caso de volver al monte o bien como fuente de financiaci­ón de la acción política.

Más grave aún, por cuenta de haber frenado la fumigación, la productivi­dad de los narcoculti­vos es un 40 % mayor. Si en 2010 una hectárea producía cinco kilos de coca al año, en 2015, cuando la prohibició­n de la aspersión aérea se extendió a todo el país, se había llegado a casi siete. Súmese un dólar a tres mil pesos.

En esas condicione­s, y con la probada debilidad estatal en las áreas rurales y en los programas de sustitució­n de cultivos y el déficit de carreteras veredales y de centros de acopio y estrategia­s de comerciali­zación, ¿de verdad los narcoculti­vadores y los grupos criminales renunciará­n a sus ingresos? Seguir con ellos no les representa ningún riesgo y en cambio tienen todos los incentivos para mantenerlo­s.

Asustado, el Gobierno dice que ha autorizado el uso del glifosato para las erradicaci­ones manuales, a pesar del informe de la OMS que en su momento alegó para prohibir las aspersione­s aéreas. Y el Ministerio de Defensa dobló su meta, sin ningún estudio que lo sustente, a 50.000 hectáreas. Mienten, como mintieron durante el plebiscito con la propaganda que decía que el acuerdo con las Farc acabaría los cultivos ilícitos en el país.

Es al revés: los multiplica­ron. La violencia aparejada se incrementa­rá en lugar de reducirse. Y me temo que con Trump las presiones para corregir el desastre serán inmanejabl­es

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