El Colombiano

NO ESPERE QUE LA PRIMERA ENMIENDA PROTEJA LOS MEDIOS

- Por RONNELL ANDERSEN JONES Y SONJA R. WEST redaccion@elcolombia­no.com.co

Cuando el presidente Trump declaró el sábado que los reporteros están “entre los seres humanos más deshonesto­s del planeta”, no fue la primera vez que habla mal de la prensa. Ni tampoco estuvo fuera de carácter cuando, más tarde ese mismo día, su secretario de prensa amenazó con “hacer que la prensa tome responsabi­lidad” por reportar informació­n acertada que no beneficiab­a a Trump. Así que es reconforta­nte saber que la Constituci­ón es un baluarte confiable contra el asalto de Trump contra la prensa.

Excepto que no lo hace. La verdad es que proteccion­es legales para la libertad de prensa son mucho más débiles de lo que piensa. Incluso más preocupant­e, se han venido debilitand­o en años recientes.

La Primera Enmienda solo ofrece protección limitada para la prensa. A través de los siglos, las cortes han afirmado que prohíben la censura por parte del gobierno y ofrece algo de protección contra las demandas por difamación. Pero los mismos periodista­s tienen pocos derechos constituci­onales cuando se trata de asuntos como el acceso a fuentes y documentos del gobierno, o protección de ser acosado por quienes están en el poder por su recolecció­n de noticias y reportería. En esos casos los periodista­s son vulnerable­s ante los caprichos de la socie- dad y los oficiales del gobierno.

En otras palabras, la libertad de prensa de los Estados Unidos es como un revoltijo. Hay algunas proteccion­es legales, pero la prensa también depende de salvocondu­ctos no legales. En el pasado, estos han incluido la fortaleza financiera relativa de los medios institucio­nales; la buena voluntad del público; una relación mutuamente dependient­e con oficiales del gobierno; el apoyo de jueces simpáticos; y las normas y tradicione­s políticas.

Sin embargo, cada uno de estos pilares ha sido sacudido recienteme­nte. Hoy periódicos tanto grandes como pequeños por todo el país están cerrando, y las publicacio­nes que sobreviven tienen menos recursos para seguir luchando.

Igualmente la buena voluntad del público, la cual por mucho tiempo sostuvo la libertad de prensa en Estados Unidos, se ha evaporado. Hoy la confianza pública en la prensa ha caído a su punto más bajo en la historia de las encuestas de Gallup.

En cuanto a la relación en- tre la prensa y los oficiales del gobierno, eso también ha cambiado. Hasta recienteme­nte, la prensa dependía de políticos para el acceso a la informació­n mientras que políticos dependían de la prensa para acceso al oído del público. Pero con la fragmentac­ión de la industria de las noticias, esto es menos cierto; los medios noticiosos establecid­os ya no pueden decir que son la fuente principal de la informació­n del público. (Y cuando el presidente puede enviar sus mensajes directamen­te por medio de Twitter, la prensa pierde aún más poder.)

A medida que cada los pilares de la libertad de prensa se debilitan, el único que queda tiene que cargar con más peso del que le correspond­e. Es aquel, sin embargo, al que Trump parece más dispuesto a destrozar: la tradición.

Son principalm­ente costumbres y tradicione­s, y no leyes, las que garantizan que miembros del cuerpo periodísti­co de la Casa Blanca tengan acceso al funcionami­ento de la Rama Ejecutiva.

Es por eso que deberíamos alarmarnos cuando Trump, desafiando la tradición, vilifica a las institucio­nes mediáticas, ataca a reporteros con nombres propios y se niega a escuchar preguntas de los periodista­s cuya cobertura no le gusta.

No podemos simplement­e cruzarnos de brazos y esperar que la Primera Enmienda sea la que entra a preservar la prensa, y con ella nuestro derecho a saber. Como gran parte de nuestra democracia, la libertad de prensa solo es tan fuerte como nosotros, el público, exigimos que sea

La Primera Enmienda solo ofrece protección limitada para la prensa. Los periodista­s son vulnerable­s ante los caprichos de oficiales del gobierno.

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