NO ESPERE QUE LA PRIMERA ENMIENDA PROTEJA LOS MEDIOS
Cuando el presidente Trump declaró el sábado que los reporteros están “entre los seres humanos más deshonestos del planeta”, no fue la primera vez que habla mal de la prensa. Ni tampoco estuvo fuera de carácter cuando, más tarde ese mismo día, su secretario de prensa amenazó con “hacer que la prensa tome responsabilidad” por reportar información acertada que no beneficiaba a Trump. Así que es reconfortante saber que la Constitución es un baluarte confiable contra el asalto de Trump contra la prensa.
Excepto que no lo hace. La verdad es que protecciones legales para la libertad de prensa son mucho más débiles de lo que piensa. Incluso más preocupante, se han venido debilitando en años recientes.
La Primera Enmienda solo ofrece protección limitada para la prensa. A través de los siglos, las cortes han afirmado que prohíben la censura por parte del gobierno y ofrece algo de protección contra las demandas por difamación. Pero los mismos periodistas tienen pocos derechos constitucionales cuando se trata de asuntos como el acceso a fuentes y documentos del gobierno, o protección de ser acosado por quienes están en el poder por su recolección de noticias y reportería. En esos casos los periodistas son vulnerables ante los caprichos de la socie- dad y los oficiales del gobierno.
En otras palabras, la libertad de prensa de los Estados Unidos es como un revoltijo. Hay algunas protecciones legales, pero la prensa también depende de salvoconductos no legales. En el pasado, estos han incluido la fortaleza financiera relativa de los medios institucionales; la buena voluntad del público; una relación mutuamente dependiente con oficiales del gobierno; el apoyo de jueces simpáticos; y las normas y tradiciones políticas.
Sin embargo, cada uno de estos pilares ha sido sacudido recientemente. Hoy periódicos tanto grandes como pequeños por todo el país están cerrando, y las publicaciones que sobreviven tienen menos recursos para seguir luchando.
Igualmente la buena voluntad del público, la cual por mucho tiempo sostuvo la libertad de prensa en Estados Unidos, se ha evaporado. Hoy la confianza pública en la prensa ha caído a su punto más bajo en la historia de las encuestas de Gallup.
En cuanto a la relación en- tre la prensa y los oficiales del gobierno, eso también ha cambiado. Hasta recientemente, la prensa dependía de políticos para el acceso a la información mientras que políticos dependían de la prensa para acceso al oído del público. Pero con la fragmentación de la industria de las noticias, esto es menos cierto; los medios noticiosos establecidos ya no pueden decir que son la fuente principal de la información del público. (Y cuando el presidente puede enviar sus mensajes directamente por medio de Twitter, la prensa pierde aún más poder.)
A medida que cada los pilares de la libertad de prensa se debilitan, el único que queda tiene que cargar con más peso del que le corresponde. Es aquel, sin embargo, al que Trump parece más dispuesto a destrozar: la tradición.
Son principalmente costumbres y tradiciones, y no leyes, las que garantizan que miembros del cuerpo periodístico de la Casa Blanca tengan acceso al funcionamiento de la Rama Ejecutiva.
Es por eso que deberíamos alarmarnos cuando Trump, desafiando la tradición, vilifica a las instituciones mediáticas, ataca a reporteros con nombres propios y se niega a escuchar preguntas de los periodistas cuya cobertura no le gusta.
No podemos simplemente cruzarnos de brazos y esperar que la Primera Enmienda sea la que entra a preservar la prensa, y con ella nuestro derecho a saber. Como gran parte de nuestra democracia, la libertad de prensa solo es tan fuerte como nosotros, el público, exigimos que sea
La Primera Enmienda solo ofrece protección limitada para la prensa. Los periodistas son vulnerables ante los caprichos de oficiales del gobierno.