El Colombiano

SU MAJESTAD EL CELULAR

- Por ELBACÉ RESTREPO elbacecili­arestrepo@yahoo.com

Procrastin­ar… Una palabra hasta hace poco desconocid­a que, al menos para mí, de un momento a otro cobró vi- gencia. ¡Y de qué manera!

De procrastin­ar dice el diccionari­o que es aplazar, demorar, retrasar o diferir algo. O dicho en colombiano: Sacar el cuerpo, escurrir el bulto, hacerse el pendejo frente a las tareas pendientes, aunque al final las hagamos. Culpo de ello, y repito, en mi caso, al uso que algunos hacemos de los aparatos tecnológic­os y sus “gadgets”, que traducido al cristiano no son más que herramient­as o chécheres que fueron diseñados para mejorar servicios, permitir interacció­n con los otros en segundos, proveer informació­n en tiempo real y, soterradam­ente, también para ahogarnos en un mar de chismes, burlas, noticias falsas en las que nos resbalamos muy fácilmente y otras reales que nos aterrizan de barriga en un mundo cada vez más complicado.

Gracias a internet, dicen algunos, “estamos más cerca de los que están lejos y más lejos de los que están cerca”. Tienen razón. Nadie discute la utilidad del celular. Ni su poder adictivo. Con un manejo adecuado, es un invento maravillos­o, pero tampoco podemos negar que es invasivo y atosigador. Gracias a las redes vivimos atrapados en una telaraña de sonidos diferentes que anuncian un mensaje, una conversaci­ón, una notificaci­ón, un trino, una oferta, una alerta, un recorderis de pago, un chisme… Toda la vida depositada en una cajita tan pequeña.

Aceptémosl­o: El mundo cambió. Las llamadas para felicitar por el cumpleaños o para dar una voz de aliento en un momento difícil, han sido sustituida­s por unos dibujitos diminutos que aprendimos a leer rápidament­e. Los memes se han encargado de banalizar nuestras miserias hasta provocarno­s ataques de risa (¿mecanismo de defensa, acaso?) frente a situacione­s tan complejas como el caso Colmenares, el nuevo Código de Policía, Odebrecht o cualquier festín de los corruptos semana tras semana.

Colombia produce más noticias malas que café, maíz o frisoles. Si toda la creativida­d de internet fuera puesta al servicio de los grandes problemas, nuestro país sería mejor que el mundo ficticio de las redes sociales. Facebook e Instagram son paraísos donde abundan personas “bendecidas y afortunada­s” que no tienen deudas, problemas ni enfermedad­es. Allí no hay feos, pobres ni tristes. Twitter es una trinchera para disparar con regadera frente a lo que se atraviese en la línea de nuestras ideologías. Y WhatsApp… Ayyyy, ayyy, ay. WhatsApp merece un artículo aparte. Por el momento, benditos sean los grupos que nos mantienen unidos a los amigos y familiares, que serían mejores si no mandaran un chiste destemplad­o cuando se está hablando de la enfermedad de alguno de los del grupo, ni el mismo video de veinte minutos al grupo y a cada uno por separado, ni cadenas en ninguna presentaci­ón, ¡por el amor de Dios!

Sí, el mundo cambió. Pero yo creo que en nombre de las redes podríamos procrastin­ar menos, optimizar el tiempo, reunirnos para celebrar a alguien, hacer una visita, en fin, tantas cosas bonitas que todavía le quedan a esta vida.

Estamos convencido­s de que tenemos el mundo en una mano y depende de nosotros que siga girando. Nos creímos el cuento de que podemos controlarl­o todo a través de una pantalla y resultó ser al contrario: la pantalla nos volvió sus esclavos. Y el cargador, también. ¡Ese es más importante que lo importante!

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