EL DECIMERO DEL AJEDREZ
Este jueves cumple 97 años mi rival de ajedrez más veterano. Felicitaciones. El matriarcado que le cuela el aire en su espléndido y lúcido ocaso le dará huevo entero y le repetirá la dosis personal del whisky que le gusta. A su edad, a don Efraín Co
rrea no le duele una muela. Lo acompaña una sordera benévola. Para lo que hay que oír con el silencio -y el parsimonioso ajedrez- basta.
El más consentido del barrio Mesa, de Envigado, compartió conmigo su agenda de doble pensionado para despachar dos partidas.
Lo encontré llenando otro ajedrez: el crucigrama de Marco Peroni, de El Colombiano. A su lado, para desestabilizarme anímicamente, tenía un libro sobre la mitología en el antiguo juego, y revistas sobre este deporte perfecto como una mujer 90-60-90.
Para contrarrestar la guerra sicológica le llevé bizcochuelos del Espíritu Santo preparados en el convento de clausura con wasap por sor Margarita y colegas concepcionistas.
La figura de mi ilustre contradictor parece demostrar que el ajedrez prolonga la vida y mantiene a raya al alemán. Su rival de siempre, Jaime Os
saba, de 85 años, practica ese ritual todos los días. Lo encuentran en El Selecto, donde se juega con la música de fondo que tocan las bolas de billar.
Este pasatiempo, porque también es eso, sirve hasta para remedio. Cura penas de amor y de las otras. Nadie es pobre jugándolo. Tampoco rico, pero practicarlo provoca lo más parecido a la felicidad, que es a lo que vinimos.
A estas alturas, don Efraín no padece la vanidad de ganar. Disfruta por igual del triunfo que de la derrota.
Señora, señorita, ¿quiere enamorar algún vecino retrechero que no le da ni la hora? El poeta romano Ovidio (43 a. C.- 17 d. C), en “El arte de amar” le aconseja a la mujer que “sea hábil y prudente en el juego del ajedrez”. Y el macho alfa caerá rendido.
De regalo de cumpleaños no diré quién ganó la primera partida. Casi no le sacó tablas en la segunda. Se las ofrecí pero nuestro “poeta clandestino”, coleccionista de máximas, proverbios y refranes, de- testa el facilismo de los empates. Jugamos hasta quedar con nuestros reyes pelados. Nos despedimos con la certeza interior de que en la jugada tal estábamos ganados. Un truco para no perder nunca.
No hablaré del algo que nos prepararon sus hijas porque lloverían los rivales.
Le doy mate a estas líneas dedicadas a un envigadeño ejemplar que está capando homenaje por su vida y obra personal y deportiva, reproduciendo una décima suya: “Cuando yo juego ajedrez/ me distraigo de este mundo. /Siento un descanso profundo/ y me alivio del estrés./ En mi mente hay lucidez, /y hallan mis penas consuelo./ No importa si me desvelo,/ y que a veces pierda el tino/ con este juego divino/ que fue inventado en el cielo”. (www.oscardominguezgiraldo.com)
Este pasatiempo sirve hasta para remedio. Cura penas de amor y de las otras. Nadie es pobre jugándolo.