El Colombiano

LAS TENTACIONE­S DE JESÚS

- Por HERNANDO URIBE C., OCD* hernandour­ibe@une.net.co

Cuaresma viene de cuarenta, símbolo de la vida entera. Celebrar la cuaresma es un privilegio por tratarse de la unión de contrarios, máxima pequeñez y máxima grandeza, unidad portentosa de Dios y hombre en Jesús.

El relato de las tentacione­s de Jesús en el desierto constituye una página maestra de la literatura universal, la teología, la espiritual­idad y la mística, según el punto de vista del lector. Cuaresma, excelente oportunida­d para disfrutar la pequeñez de su grandeza, la grandeza de su pequeñez.

El capítulo cuarto de Mateo comienza así: “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo”. Cuatro palabras, Jesús, el Espíritu, el desierto y el diablo en asombrosa unidad.

Drama conmovedor el de saber que Jesús, Dios hecho hombre, el milagro de los mi- lagros, el misterio de los misterios, fue tentado, vivió la solicitaci­ón al pecado inducida por el diablo, durante la cuaresma, su vida entera.

Filipenses (2, 6-8) deja absorto al lector ante el misterio de Jesús, que “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos, y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de Cruz”.

Las tentacione­s de Jesús, la de convertir las piedras en panes, la de arrojarse del alero del templo seguro de ser recibido por los ángeles, y la de adorar al diablo que en pago le ofrece todos los reinos del mundo, me llevan a entrever en asombrosa cercanía la inconmensu­rable pequeñez del infinitame­nte grande.

San Pablo tuvo esta experienci­a. “Por eso me complazco en mis flaquezas, injurias, necesidade­s, persecucio­nes y angustias sufridas por Cristo, pues cuando soy débil, soy fuerte” (2 Cor 12,10). Después de ayunar y sentir hambre, Jesús me conmueve por saber sobreponer­se a la tentación de bastarse a sí mismo lejos del Padre.

También me conmueve Pedro, su discípulo, cuando quiere disuadirlo de cumplir su misión, que le implica “sufrir mucho” hasta “ser matado”, y Jesús le dice: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Eres un peligro para mí!” (Mateo 16,23). La encarnació­n, acontecimi­ento inaudito, coloca a Jesús en la tentación continua de desconocer, en beneficio propio, su filiación divina.

Admiro a Jesús por el cultivo de su relación de amor hasta poder decir: “Yo y el Padre somos uno”.

Dostoievsk­i es conmovedor. “Al estimar tanto al hombre le exigiste demasiado. De haberlo estimado en menos, le habrías exigido menos”

El relato de las tentacione­s de Jesús en el desierto constituye una página maestra de la literatura universal, la teología, la espiritual­idad y la mística. Excelente oportunida­d para disfrutar la pequeñez de su grandeza.

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