LAS TENTACIONES DE JESÚS
Cuaresma viene de cuarenta, símbolo de la vida entera. Celebrar la cuaresma es un privilegio por tratarse de la unión de contrarios, máxima pequeñez y máxima grandeza, unidad portentosa de Dios y hombre en Jesús.
El relato de las tentaciones de Jesús en el desierto constituye una página maestra de la literatura universal, la teología, la espiritualidad y la mística, según el punto de vista del lector. Cuaresma, excelente oportunidad para disfrutar la pequeñez de su grandeza, la grandeza de su pequeñez.
El capítulo cuarto de Mateo comienza así: “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo”. Cuatro palabras, Jesús, el Espíritu, el desierto y el diablo en asombrosa unidad.
Drama conmovedor el de saber que Jesús, Dios hecho hombre, el milagro de los mi- lagros, el misterio de los misterios, fue tentado, vivió la solicitación al pecado inducida por el diablo, durante la cuaresma, su vida entera.
Filipenses (2, 6-8) deja absorto al lector ante el misterio de Jesús, que “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos, y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de Cruz”.
Las tentaciones de Jesús, la de convertir las piedras en panes, la de arrojarse del alero del templo seguro de ser recibido por los ángeles, y la de adorar al diablo que en pago le ofrece todos los reinos del mundo, me llevan a entrever en asombrosa cercanía la inconmensurable pequeñez del infinitamente grande.
San Pablo tuvo esta experiencia. “Por eso me complazco en mis flaquezas, injurias, necesidades, persecuciones y angustias sufridas por Cristo, pues cuando soy débil, soy fuerte” (2 Cor 12,10). Después de ayunar y sentir hambre, Jesús me conmueve por saber sobreponerse a la tentación de bastarse a sí mismo lejos del Padre.
También me conmueve Pedro, su discípulo, cuando quiere disuadirlo de cumplir su misión, que le implica “sufrir mucho” hasta “ser matado”, y Jesús le dice: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Eres un peligro para mí!” (Mateo 16,23). La encarnación, acontecimiento inaudito, coloca a Jesús en la tentación continua de desconocer, en beneficio propio, su filiación divina.
Admiro a Jesús por el cultivo de su relación de amor hasta poder decir: “Yo y el Padre somos uno”.
Dostoievski es conmovedor. “Al estimar tanto al hombre le exigiste demasiado. De haberlo estimado en menos, le habrías exigido menos”
El relato de las tentaciones de Jesús en el desierto constituye una página maestra de la literatura universal, la teología, la espiritualidad y la mística. Excelente oportunidad para disfrutar la pequeñez de su grandeza.