“AJA, KAMUA”
El 21 de febrero fue el Día Mundial de la Lengua Materna, decretado por la Unesco en 1999 y que desde 2010 coincide en Colombia con el Día Nacional de las Lenguas Nativas. Es de celebrar el esfuerzo, cada vez más decidido, aunque lento e insuficiente, por salvaguardar las lenguas indígenas y frenar el proceso de extinción a que muchas están condenadas.
Por eso esta columna se titula “Aja, kamua”, expresión en katío que significa “sí, cómo no”, según aparece en la gramática que en 1936 publicó el padre Pablo del Santísimo Sacramento (1909-1993) carmelita español navarro, misionero en Urabá, reeditada en 2002 en España, con el nombre de pila del autor, Ángel
Cayo Atienza Bermejo, quien falleció como sacerdote diocesano en Cúcuta, dejando im- borrable recordación entre los carmelitas y en la capital de Norte de Santander. “El idioma katío – Un ensayo gramatical” fue uno de los primeros intentos para rescatar del olvido el idioma de los Embera.
Quisiera compartir con los lectores apartes de un articulito que escribí en El Mundo, por allá en 1981, declarado entonces Año del Indígena Colombiano, y que titulé también “Aja, Kamua”. Que sea una declaración de amor, sincera aunque impotente, a nuestros idiomas aborígenes que, según datos publicados en este diario el pasado 26 de febrero, son ya apenas 68 lenguas.
Decía en ese artículo: “Perder el idioma es el síntoma de que un pueblo ha desaparecido, ha sido sojuzgado, se ha extinguido. El idioma es un instrumento cultural que se hace inservible cuando han sido destruidas las instituciones sociales, las tradiciones, la cosmovisión propia. Por eso el indio olvida su lengua. Le han taponado la savia que la nutre y mantiene viva”.
En esa década de los ochenta la preocupación por los idiomas nativos todavía estaba en manos del Instituto Lingüístico de Verano, una organización gringa de inspiración protestante con proselitismo y penetración USA disfrazados. De las gramáticas katías existentes que conocía, refiriéndome tanto a la del padre Pablo, como a la del misionero claretiano Constan
cio Pinto García, publicada en 1978, (el catecismo “Dáyi Tsétse unduí” de la Hna. Estafanía
Martínez, de las religiosas de la Madre Laura, es de 1982) decía que habían sido escritas por algún misionero “que intentaba espantar la soledad y los mos- quitos trascribiendo esos idiomas extraños”. Y preguntaba. “¿Qué interés tiene el pueblo colombiano por los idiomas indígenas existentes? ¿Existe alguna universidad que dicte una cátedra sobre el tema?”.
Hoy, por lo que se ha publicado, en la Universidad de Antioquia se pueden estudiar las lenguas nativas. Y ya se puede escribir en Embera y en otros idiomas. Pero, como también lo anotaba en mi artículo, “no es simple cuestión de gramáticas y diccionarios. Para salvar las lenguas nativas hay que darle al indio las bases mínimas de subsistencia, desarrollo y conservación que las sustenten. Los muertos no hablan. Y las lenguas muertas, no obstante su hermosura, no pasan de ser una filigrana académica”. ¡Que vivan las lenguas aborígenes, pero vivas! Aja, kamua