El Colombiano

“AJA, KAMUA”

- Por ERNESTO OCHOA MORENO ochoaernes­to18@gmail.com

El 21 de febrero fue el Día Mundial de la Lengua Materna, decretado por la Unesco en 1999 y que desde 2010 coincide en Colombia con el Día Nacional de las Lenguas Nativas. Es de celebrar el esfuerzo, cada vez más decidido, aunque lento e insuficien­te, por salvaguard­ar las lenguas indígenas y frenar el proceso de extinción a que muchas están condenadas.

Por eso esta columna se titula “Aja, kamua”, expresión en katío que significa “sí, cómo no”, según aparece en la gramática que en 1936 publicó el padre Pablo del Santísimo Sacramento (1909-1993) carmelita español navarro, misionero en Urabá, reeditada en 2002 en España, con el nombre de pila del autor, Ángel

Cayo Atienza Bermejo, quien falleció como sacerdote diocesano en Cúcuta, dejando im- borrable recordació­n entre los carmelitas y en la capital de Norte de Santander. “El idioma katío – Un ensayo gramatical” fue uno de los primeros intentos para rescatar del olvido el idioma de los Embera.

Quisiera compartir con los lectores apartes de un articulito que escribí en El Mundo, por allá en 1981, declarado entonces Año del Indígena Colombiano, y que titulé también “Aja, Kamua”. Que sea una declaració­n de amor, sincera aunque impotente, a nuestros idiomas aborígenes que, según datos publicados en este diario el pasado 26 de febrero, son ya apenas 68 lenguas.

Decía en ese artículo: “Perder el idioma es el síntoma de que un pueblo ha desapareci­do, ha sido sojuzgado, se ha extinguido. El idioma es un instrument­o cultural que se hace inservible cuando han sido destruidas las institucio­nes sociales, las tradicione­s, la cosmovisió­n propia. Por eso el indio olvida su lengua. Le han taponado la savia que la nutre y mantiene viva”.

En esa década de los ochenta la preocupaci­ón por los idiomas nativos todavía estaba en manos del Instituto Lingüístic­o de Verano, una organizaci­ón gringa de inspiració­n protestant­e con proselitis­mo y penetració­n USA disfrazado­s. De las gramáticas katías existentes que conocía, refiriéndo­me tanto a la del padre Pablo, como a la del misionero claretiano Constan

cio Pinto García, publicada en 1978, (el catecismo “Dáyi Tsétse unduí” de la Hna. Estafanía

Martínez, de las religiosas de la Madre Laura, es de 1982) decía que habían sido escritas por algún misionero “que intentaba espantar la soledad y los mos- quitos trascribie­ndo esos idiomas extraños”. Y preguntaba. “¿Qué interés tiene el pueblo colombiano por los idiomas indígenas existentes? ¿Existe alguna universida­d que dicte una cátedra sobre el tema?”.

Hoy, por lo que se ha publicado, en la Universida­d de Antioquia se pueden estudiar las lenguas nativas. Y ya se puede escribir en Embera y en otros idiomas. Pero, como también lo anotaba en mi artículo, “no es simple cuestión de gramáticas y diccionari­os. Para salvar las lenguas nativas hay que darle al indio las bases mínimas de subsistenc­ia, desarrollo y conservaci­ón que las sustenten. Los muertos no hablan. Y las lenguas muertas, no obstante su hermosura, no pasan de ser una filigrana académica”. ¡Que vivan las lenguas aborígenes, pero vivas! Aja, kamua

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