El Colombiano

GUERRA PERPETUA EN AFGANISTÁN

- Por ANDREW J. BACEVICH redaccion@elcolombia­no.com.co

¿Recuerda a Afganistán, la guerra más larga en la historia de Estados Unidos? Cuando se trata de guerras, nosotros los americanos tenemos una memoria selectiva. La guerra afgana, que data de octubre del 2001, se ha ganado la distinción de ser olvidada mientras sigue en desarrollo.

El discurso inaugural del presidente Donald Trump no incluyó mención alguna de Afganistán. Tampoco lo hizo en sus comentario­s el mes pasado en una sesión conjunta del Congreso. Para el nuevo comandante en jefe, la guerra allá califica en el mejor de los casos como una idea tardía, asumiendo, claro, que pensó en ella en primer lugar.

Una actitud similar prevalece en el Capitolio. La vigilancia congresion­al se ha vuelto proforma. La semana pasada el General Joseph Votel, jefe del Comando Central, le dijo al Congreso que el Pentágono probableme­nte necesitarí­a más tropas en Afganistán, una declaració­n que pareció coger a políticos y periodista­s por sorpresa, pero era noticia vieja para cualquiera quien haya estado prestando atención al conflicto.

Y ese es el problema. No parece que nadie lo esté haciendo. En las audiencias del Senado sobre la nominación de Jim Mattis como secretario de defensa, apenas se mencionó a Afganistán.

Para ser justos, Mattis sí reconoció que “nuestro país sigue en guerra en Afganistán”, aun- que sin analizar los prospectos de la guerra.

Los directivos militares merecen algo de la culpa. Poco después de la audiencia de Mattis, el general John Nichol

son, el más reciente en una larga línea de comandante­s estadounid­enses que presidiero­n la misión afgana, llegó a Washington para informar sobre su progreso. Aunque reconoce que el conflicto está estancado, Nicholson insistió en que es un “estancamie­nto donde el equilibrio favorece al gobierno”.

Aunque Estados Unidos ha asignado más de tres cuartas parte de un trillón de dólares a Afganistán desde el 2001, las fuerzas de seguridad afganas siguen plagadas por el problema de listas infladas, con comandante­s locales que se embolsan los fondos suministra­dos por Estados Unidos para pagar a soldados que no existen; según el informe “la cantidad de tropas luchando al lado de “soldados fantasma” es una fracción de los hombres requeridos para la lucha”.

La corrupción a gran escala persiste, con Afganistán en tercer lugar de abajo para arriba en los ranquines internacio­nales, por delante solo de Somalia y Corea del Norte. Ajustado para la inflación, los gastos de Estados unidos para reconstrui­r a Afganistán ahora exceden el total gastado para reconstrui­r a toda Europa occidental bajo el Plan Marshall.

Y las cosas están empeorando. Aunque Estados Unidos ha invertido US$ 70 mil millones en reconstrui­r a las fuerzas de seguridad afganas, solo el 63 por ciento de los distritos del país están bajo control del gobierno, con territorio significat­ivo que ha sido perdido al Talibán en el último año. Aunque Estados Unidos ha gastado US$8,5 mil millones para luchar contra los narcóticos en Afganistán, la producción de opio allá ha alcanzado un alto histórico.

Por esto, en el transcurso de los últimos 15 años, casi 2.400 soldados estadounid­enses han muerto, y 20.000 más han sido heridos.

¿Qué hacer con el abismo entre el esfuerzo hecho y los resultados logrados?

La respuesta, me parece a mí, es esta: como es el caso con déficits presupuest­ales o los excesos de costos en las compras de armas, los miembros del aparato de seguridad nacional aceptan la guerra como una condición normal.

En un entonces, evitar la guerra figuraba como una prioridad nacional. En aquellas ocasiones en las que la guerra demostró ser inevitable, la idea era ponerle fin al conflicto lo más rápidament­e posible y en términos favorables.

Estos preceptos ya no aplican. Con la guerra transforma­da en un esfuerzo perpetuo, las expectativ­as han cambiado. En Washington, la guerra se ha vuelto tolerable, una empresa que se debe gestionar en lugar de terminar lo antes posible

En Washington, la guerra se ha vuelto tolerable, una empresa que se debe gestionar en lugar de terminar lo antes posible.

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