LAS MUJERES SOBREVIVIENTES
Hace unos días y por décima segunda vez en su vida, la periodista Jineth Bedoya tuvo que narrar en los estrados judiciales los hechos de abuso sexual y tortura a los que fue sometida casi 17 años atrás. Ella, con un valor indescriptible, reafirmó de frente a uno de sus verdugos, los vejámenes a los que fue sometida.
“Acabo de ver cara a cara a uno de los hombres que me violó, acabo de ver su cinismo, el cinismo de muchos de los paramilitares, los guerrilleros, de los integrantes de la fuerza pública que han vulnerado derechos de las mujeres del país”, dijo a la salida de la audiencia con cara entristecida, derrotada por el dolor, dejando entrever que por más fortaleza que ha tenido, su alma y su cuerpo quedaron completamente marcados indeleblemente por los hechos.
Jineth ha sido una de las víctimas más notorias de la violencia contra la mujer perpetrada por esos monstruos que creyeron que en la guerra la virilidad es el arma. Tan patético fue el asunto que a uno de los jefes paramilitares le decían “El taladro” por su capacidad para “penetrar” a ni- ñas vírgenes, cosa que justificaba diciendo que era “algo cultural”. Estamos enfermos.
19.000. Ese es el triste número que da un informe del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), de mujeres que “han sufrido delitos contra su libertad e integridad sexual en el marco del conflicto armado en Colombia desde los años 80”. Cada uno de esos casos fue cometido por “entre tres y ocho personas”. Como quien dice, no se goza solo, la fiesta es con todos. Después solo queda una recua de embarazos no deseados, enfermedades venéreas, abortos traumáticos, madres solteras, familias adoloridas. Colombia, he ahí a tus mujeres.
Cuenta el CICR la historia de una mujer sin nombre, una de tantas colombianas agredida sexualmente. Ella fue ultrajada por tres hombres. Dejó que le hicieran de todo por temor a que lastimaran a sus hijos, quienes dormían en la habitación conti- gua. Días después, supo que estaba embarazada. Durante 20 años guardó silencio. Ahora, que liberó sus sentimientos reprimidos, no ha podido superar el hecho de tener que cargar con el sufrimiento de su hija, quien llora por no saber cuál de los tres violadores es su padre. “Sus cicatrices, sus cuerpos marcados, su valentía y su capacidad de lucha son parte de la geografía emocional de este país”, dice el informe del CICR.
Lo triste es la fragilidad de la memoria. Son tantos los casos como los de Jineth y esas mujeres que guardan silencio, que la justicia se convierte en un espacio inoperante. Paradójicamente, tiene que existir una Jineth
Bedoya para que miles de mujeres víctimas de esos cerdos abusivos sobrevivan y no terminen ahogadas por una opinión pública ecléctica y acomodadiza.
Claro, es que por estos días pesa más hablar de Odebrecht y de la visita del Papa y en un tiempito, en el país del Sagrado Corazón, Falcao y James pondrán a reflexionar sobre si están bien o mal para jugar.
Luego del momento de presión que Jineth vivió en días pasados, hizo un clamor que permite cerrar esta columna: “No olviden a las centenares de Jineths que hay en todos los rincones del país y que nunca podrán acceder siquiera a la justicia. Ellas nos necesitan”. Todo está dicho