El Colombiano

Fukushima no sale de su tragedia

La provincia japonesa completa seis años del accidente y le falta aclarar el impacto radiactivo.

- Por MARIANA ESCOBAR ROLDÁN AFP

Aún faltan 120.000 personas por retornar a la provincia japonesa, donde hace seis años tuvo lugar el segundo accidente nuclear más grave, después del de Chernóbil.

Cuando el gobierno japonés intenta reactivar las plantas nucleares del país tras el apagón atómico que siguió al desastre de Fukushima (este), precisamen­te hace seis años, la justicia insiste en lo contrario.

Por primera vez, un tribunal nipón responsabi­lizó al Estado de negligenci­a en la catástrofe atómica de Fukushima, que provocó el desplazami­ento de 470.000 personas, de las que 174.000 aún no pueden retornar por los niveles de contaminac­ión nuclear.

Según la sentencia, que resultó de la demanda de 137 evacuados, tanto el Gobierno como la compañía eléctrica Tokyo Electric Power (TEPCO), dueña de la central, “podrían haber prevenido” el accidente.

Aunque en estos procesos la defensa sostiene que era imposible prever una catástrofe de tales proporcion­es, para Tilman Ruff, fundador de la Campaña Internacio­nal para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés), es claro que “este desastre complejo y sin precedente­s fue hecho por el hombre; está lejos de haber terminado, y la situación no está bajo control”.

De acuerdo con Tilman, quien también se desempeña como docente en el prestigios­o Instituto Nossal para la Salud Global de la Universida­d de Melbourne, en la tragedia de aquel 11 de marzo de 2011 (ver cronología) las fugas radiactiva­s ocurrieron no solo como resultado del tsunami masivo que se estrelló contra la planta, y en el que el Ejecutivo y TEPCO escudan su falta de preparació­n, sino que antes de que llegara la ola, como resultado del terremoto, hubo implicacio­nes para todas las centrales nucleares, no solamente las cercanas al mar.

“Debido al mito de la seguridad de la energía nuclear que se promovió en Japón”, insiste el experto, no hubo preparativ­os para un posible accidente. Así, las evacuacion­es de personas fueron mal administra­das y con frecuencia retrasadas, muchas personas fueron trasladada­s repetidame­nte y algunas se trasladaro­n a áreas de mayor contaminac­ión debido a una monitoriza­ción insuficien­te de la radiación.

La herida de Fukushima

Aunque el Ejecutivo promete que cerca del 70% de las zonas vedadas por el desastre nuclear volverán a ser habitables y cultivable­s, las condicione­s para el retorno no son del todo claras.

El trauma de quienes tuvieron que evacuar persiste. De hecho, el Gobierno acaba de anunciar que realizará un estudio nacional sobre los casos de acoso a niños procedente­s de las regiones afectadas, ya que en las escuelas son rechazados por un temor mal infundado de que las radiacione­s son contagiosa­s.

Tomohiro Kurosawa, abogado de un grupo de evacuados, le dijo a la agencia AFP que la política del gobierno, que aboga por el regreso a la zona contaminad­a asegurando que ya no hay peligro, “confunde el estatus de las víctimas y crea un espacio que incita a los demás a rechazarlo­s y a atacarlos”.

Sobre el impacto del desastre en la salud mental puede dar cuenta María del Rosario Pérez, científica del Programa de Radiación y del Departamen­to de Salud Pública, Determinan­tes Ambientale­s y Sociales de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS).

Según cuenta, el traslado de poblacione­s produjo limitacion­es en el cuidado de la salud y produjo efectos en la salud metal de los desplazado­s. “Muchos resultaron afectados por la estigmatiz­ación, por el impacto económico, por la desintegra­ción familiar y por de-

sórdenes de conducta”, cuenta, y detalla que tan claro es el impacto, que durante los últimos seis años se detectó un aumento en la tasa de divorcios de la prefactura de Fukushima, “movidos por la decisión de quedarse, de irse o por la pérdida de sus trabajos”.

De otro lado, si bien el material radiactivo en Fukushima se ha dispersado de forma natural, y ha habido una extensa remoción de suelos y superficie­s contaminad­os en escuelas y otras áreas donde las personas viven y trabajan, Tilman es enfático en que la radioactiv­idad total no se reduce con estos procesos, sino que solo se redistribu­ye.

“La radiación no respeta ninguna frontera, y partes de cinco provincias cercanas a Fukushima también recibieron radiación significat­iva, y no se han tomado medidas de protección en estas áreas”, denuncia el experto, y añade que es reprochabl­e que ni la OMS ni ningún organismo multila-

teral hayan criticado al gobierno japonés por minimizar los riesgos para la salud de la radiación y por exponer a la población a niveles 20 veces superiores de esta con respecto a las referencia­s internacio­nales. “Esto representa un gran fracaso en la primera responsabi­lidad de cada gobierno de proteger a sus ciudadanos de daños evitables”, concluye.

Al respecto, Pérez aclara que la OMS no tiene responsabi­lidad ni injerencia dentro de ningún estado miembro, a no ser de que estos soliciten ayuda (y Japón no lo hizo) o de que el problema, como ocurrió con la epidemia del ébola en 2014, exceda las fronteras.

No obstante, comenta, el organismo ha estado involucrad­o, y en 2013 publicó un informe sobre el riesgo radiológic­o, que se ha ido completand­o, y que muestra que las dosis de exposición de la población han sido bajas y que solo afectaron directamen­te a 12 trabajador­es de la planta. También se identifica­ron a sectores particular­mente vulnerable­s, como las embarazada­s y los niños menores de un año, por la mayor propensión a desarrolla­r tumores tiroideos, y a ellos se les ha hecho monitoreo sin encontrar cambios considerab­les. Japón, por su parte, implementó un programa de manejo de salud, que incluyó un seguimient­o de 2 millones de personas.

Detractore­s de los reactores

Lo que ocurrió en Fukushima, insiste Tilman, se debió entonces a “un mal diseño frente a catástrofe­s como un terremoto y un tsunami”, lo que también podría ocurrir en medio de una guerra o como consecuenc­ia de un ataque terrorista que interrumpa el suministro de energía o de agua de refrigerac­ión. De hecho, alerta, fue cuestión de suerte que la mayor parte de la radiactivi­dad quedara en el Pacífico y que no lloviera la noche del 14 al 15 de marzo de 2011, cuando la nube más intensa de material radiactivo pasó por Japón, incluyendo Tokio. “Si hubiera llovido esa noche, es posible que se necesitara la evacuación de la mayor área de esa capital, con 25 millones de habitantes”.

En esa medida, la única manera de minimizar con efectivida­d el riesgo de accidentes si-

milares o peores en el futuro “es cerrar los reactores nucleares de operación y desmantela­rlos”, dice Tilman, y expone el ejemplo Alemania y Suiza, que cerraron sus plantas después de lo sucedido en Japón.

Y es que para el fundador de la ICAN es irrebatibl­e que la energía nuclear “es la forma más peligrosa posible de hervir agua para generar electricid­ad”, al utilizar y generar materiales a partir de los cuales se pueden construir armas y generar grandes cantidades de residuos altamente radioactiv­os, “lo que representa un peligro no resuelto para las personas y el medio ambiente durante un millón de años”. En lo anterior coincide Tim

Wright, director para la región Asia-Pacífico de la ICAN. Por eso, sugiere que con la rápida ampliación y reducción de costos en la producción de energía segura y renovable, los gobiernos del mundo empiecen a considerar obsoleta la energía nuclear. Cada año, la Tierra recibe energía del sol equivalent­e a 50.000 veces más que el consumo de electricid­ad en todo el mundo, y es totalmente factible, incluso con las tecnología­s actualment­e disponible­s, recolectar de esta fuente completame­nte segura

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FOTO El 11 de marzo pasado, en una zona de la prefactura de Fukushima (este de Japón), que no había sido retomada tras el accidente nuclear de hace seis años, evacuados y familiares de desapareci­dos y muertos conmemorar­on el sexto aniversari­o de esa fecha.

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