PESADILLAS DE GUERRA FRÍA
La Rusia de Vladimir Putin logró lo que la Unión Soviética siempre quiso pero nunca pudo: convertir a Washington en un nido de desconfianzas internas y dudas públicas, en una nación poderosa que actúa como un estado en formación y ventila las dificultades de su propio gobierno. En un circo político barato que recibe en las noches más rechiflas que aplausos.
Moscú se infiltró. Utilizó a su favor una campaña presidencial sucia, con un candidato novato y arrogante, para invadir los pasillos de la Casa Blanca y, una vez el títere de su elección llegó al poder, tener en sus manos la capacidad de ajustar los hilos a conveniencia.
Lo que en un principio parecía una maniobra de político rebelde, cuando Donald
Trump pidió públicamente a la inteligencia rusa intervenir los correos de Hillary Clinton, se convirtió en una trama más compleja, con graves sospechas de colaboración sistemática entre la campaña del ahora presidente y miembros del Kremlin. Rusia inserta hasta los tuétanos en el Ejecutivo estadounidense.
Desde la posesión, hace tres meses, las investigaciones judiciales y las pesquisas periodísticas han revelado sin descanso los vínculos de Moscú con los miembros cercanos al presidente. Cada nuevo dato conduce a la misma conclusión: Putin deseaba a Trump como presidente e hizo todo lo posible para lograrlo.
¿La campaña del republicano lo sabía? ¿Fue un trabajo coordinado entre la inteligencia rusa y las oficinas del candidato Trump? Algunos inocentes dicen que no es más que una coincidencia. Otros más agudos desconfían. “Si (la colaboración) es cierta estaríamos entonces ante una de las mayores traiciones a la democracia en la historia de Estados Unidos”, dijo la semana pasada el congresista Adam Schiff.
En escasos 90 días el populismo asentado en el Salón Oval ha recibido duros golpes de la mecánica política establecida por los pesos y los contrapesos. No es tan fácil como firmar documentos y esperar que se transformen en leyes. Por eso se quedan en el camino los racistas cambios en los procesos migratorios o la vapuleada reforma al sistema de salud.
Si a eso le sumamos la duda latente de que algo de la política de Washington se mueve desde Moscú, el resultado es una tormenta perfecta. Podría ser el camino a un proceso de destitución. Es la culminación a deshoras de la pesadilla que atormentaba al capitalismo en la guerra fría
Cada nuevo dato conduce a la misma conclusión: Putin deseaba a Trump como presidente e hizo todo lo posible.