El Colombiano

PARA RESUCITAR LA PRIMAVERA

- Por ERNESTO OCHOA MORENO ochoaernes­to18@gmail.com

Hacía meses que no visitaba al padre Nicanor Ochoa, mi tío. Pero la semana pasada fui a la casita de campo donde vive, cerca de Medellín. La crisis ambiental que ha vivido la ciudad fue el pretexto. Y, allí, buscar consuelo en su compañía y la de las bifloras del corredor.

-A eso vine, tío, huyéndole a la contaminac­ión. En Medellín está agonizando la eterna primavera, de la que tanto nos ufanamos.

-Agonizando no, hijo. Hace mucho tiempo que está muerta. Enterrada. Ya hiede. O, para decírtelo con uno de esos latinajos de cura viejo que a mí tanto me gustan, “jam foetet”. Que fue lo que le dijo Marta, la hermana de Lázaro, cuando Jesús, llorando (“lacrymatus est Jesus”), pidió que abrieran el sepulcro donde estaba enterrado su hermano.

“Domine, jam foetet, quatrida

nus est enim”. (Señor, ya huele mal, lleva cuatro días). Qué bella esa narración de la resurrecci­ón de Lázaro. Y mejor con el sabor del latín de la Vulgata.

-Pero, tío, nosotros enfermos por la contaminac­ión y usted echando latines. Me hace recordar al soldado que en el desembarco de los aliados en Normandía, en medio del combate, se ponía a leer poemas de Virgilio. La cosa es grave, padre. Por años en Medellín nos hemos inventado las muchas formas de asesinar la primavera.

-Pues sí. Nos hemos dedicado a matar nuestra cacareada eterna primavera. Desde el alcalde actual para atrás, uno a uno sus antecesore­s hasta tiempos inmemorial­es, no han sido capaces de frenar el deterioro, sino que tal vez lo han propiciado. Hemos utilizado todas las maneras de acabar con el ambiente. Pecados mortales contra la naturaleza: deforestac­ión, automotore­s de todo tipo ensuciando el aire, industrial­es contaminad­o el cielo, constructo­res y urbanizado­res despiadado­s invadiendo con cemento los espacios verdes, curadores venales concediend­o licencias y funcionari­os públicos sin conciencia ecológica. En fin, todos a una contra el ambiente. No nos quejemos ahora.

-¿Y qué hacer, padre? -No me pongás, sobrino impertinen­te, a echar sermones. Yo, aquí encerrado, ignoro si en las parroquias, durante la alerta roja, se habló del compromiso de los católicos con el medio ambiente. Supongo que no. De lo que sí estoy convencido es de que tenemos un deber impos- tergable de cuidar la naturaleza, empezando por el aire de nuestra ciudad. A los creyentes, de todas las religiones, nos toca resucitar la primavera de Medellín, esa que hemos asesinado.

-¿Y cómo, padre? -Supongo que tú, como la mayoría de católicos, no has leído la encíclica ‘ Laudato si’, del Papa Francisco. Es un texto bellísimo e iluminador. En él habla de una espiritual­idad ecológica, de una conversión ecológica, de la sobriedad y la humildad como virtudes esenciales del compromiso con el planeta, etc. Te dejo como tarea leer la encíclica en esta Cuaresma. Y arrepintám­onos alguna vez en la vida de nuestros pecados ecológicos, de los que nadie se confiesa. Sería el primer paso para resucitar la primavera de Medellín que, lo estamos constatand­o, no era eterna

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