JUSTICIA Y PAZ: VUELVE Y JUEGA
Que las cosas (especialmente, las malas) se repitan es desesperante.
Hace más o menos una década escribí sobre el modelo de Justicia y paz: “(…) el legislador colombiano confió a las formas de la justicia penal y a la confesión inducida por el favorecimiento punitivo el ‘ averiguamiento’ de la verdad sobre las atrocidades perpetradas por los grupos paramilitares. Este modelo plantea que, en un acto parecido a la contrición, el paramilitar arrepentido cuenta lo que hizo y todo lo que sabe (la verdad y nada más que la verdad, reza el refrán), guiado y observado por expertos en el arte de establecer verdades procesales (fiscales, procuradores, jueces, y otros abogados e investigadores). El rito se desenvuelve frente a un reducido grupo de víctimas y sus representantes que deben observar mudos y pasivos, por lo general”
Hoy vuelco lo dicho sobre el modelo de la Jurisdicción especial para la paz (JEP) para procesar a los guerrilleros que opten por el reconocimiento: los legisladores –sancionando lo que los negociadores acordaron– confiaron el “averiguamiento” de la verdad sobre las atrocidades perpetradas por los grupos guerrilleros a las formas de la justicia penal y a la confesión inducida por el favorecimiento punitivo. Este modelo plantea que, en un acto parecido a la contrición, el guerrillero confeso, guiado y observado por expertos en el arte de establecer verdades procesales (los magistrados), contará lo que hizo y todo lo que sabe; dirá, según el refrán, la verdad y nada más que la verdad. El rito se desenvolverá en secreto o (si lo permiten) frente a un reducido grupo de víctimas que deberá observar mudo. El calco es espeluznante. El punto es: estamos repitiendo los errores y los horrores de un modelo que se encuentra en cuidados intensivos desde su germen. Por más de que se niegue el parecido entre Justicia y paz y la JEP, y que la pantomima y el discurso de justicia transicional se hayan sofisticado en diez años, el esquema que se propone para tramitar los casos de los guerrilleros confesos que decidan reconocer su responsabilidad reproducirá lo peor de Justicia y paz. (La JEP tramitará otro tipo de casos; mi comentario se limita a este supuesto.)
El proceso de des-cubrimiento de verdades paramilitares mediante confesiones inducidas fue un fiasco. Las versiones de los perpetradores en el procedimiento penal especial de Justicia y paz no son más que versiones: un recuento hecho por el ejecutor de su percepción del pasado, que incluye su particular forma de vivir con la atrocidad.
Más de una década de confesiones paramilitares y nada que experimentamos los efectos prometidos de las verdades sa- nadoras y redentoras. Resalto, como lo hice hace diez años, con base en el estudio de Eric Stover y Harvey Weinstein (2004) que la verdad “es comúnmente manipulada y distorsionada por aquellas personas que iniciaron la violencia”; y que, desde la perspectiva de las víctimas, la verdad no reside en los hechos mismos, sino en “su interpretación moral, y la manera como son interpretados esos hechos”.
No puede ser que seamos el país que se ufana de haber estudiado a mayor profundidad la justicia transicional y que experimenta reiteradamente con la justicia transicional, pero es incapaz de aprender de los errores. Seguimos una senda pseudoacadémica y legalista que ignora la realidad y el contexto. Como vamos: ni verdad, ni justicia